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    miércoles, 14 de junio de 2023

    «He llegado a dar gracias a Dios por el cáncer»


    Fe y Vida | José Calderero de Aldecoa

     


    «He llegado a dar gracias a Dios por el cáncer»

     

    El misionero Chema Álvarez aboga por afrontar esta enfermedad con esperanza y alegría. No se trata de una propuesta teórica, sino basada en su propia experiencia. Él mismo sufre cáncer de colon desde 2017 y de próstata desde 2019

     

    La alegría y el cáncer parecen conceptos antagónicos, y lo son de forma habitual, pero se dan la mano con respeto y elegancia en el libro Pues sí, tengo cáncer… ¿Y? escrito por el sacerdote José María Álvarez, al que todo el mundo conoce como padre Chema, una obra con la que el autor quiere dar respuesta a todos aquellos enfermos que se preguntan el por qué y el para qué de su situación y en la que Álvarez hace gala de su sentido del humor y también de su profunda confianza en Dios. «Viene de serie», asegura este misionero del Sagrado Corazón nacido en Valladolid en el año 1947. El autor se refiere a la alegría —«todos los hermanos la tenemos. Somos graciosos, chistosos», asegura—, pero la declaración también le valdría para referirse al tema del cáncer, una enfermedad que, según dice, ha heredado de su familia. «No lo digo yo, lo dice el médico. De hecho, al primero al que le apareció fue a un hermano y nos dijeron que nos teníamos que hacer pruebas todos los demás». Así fue como él y otro de los hermanos se enteraron que tenían cáncer de colon. En total tres, además de su padre y de su madre. «Siempre digo que nuestros padres nos han dejado en herencia no un casoplón o un yate, sino un cáncer», comenta Álvarez entre risas.

     

    El escritor solo cambia el tono a más serio al recordar a su hermano, que falleció por esta enfermedad en el mes de marzo. «El 12 de febrero fue su cumpleaños y cuando le abracé ese día, noté que ya había perdido mucho peso y que era el último abrazo. Él me lo devolvió con todas sus fuerzas y me confesó que estaba tranquilo», rememora el misionero, que es consciente de que puede seguir sus pasos en cualquier momento. «El resultado del partido no lo sé, pero tengo muy claro que ya estoy disputando la prórroga», una analogía que se basa en el segundo diagnóstico de cáncer, en este caso de próstata, que le detectaron al padre Chema en 2019.

     

    A pesar de ello, confiesa no tenerle miedo a la muerte. «Esta supone encontrarse cara a cara con el Señor, que es a quien he buscado durante toda mi vida», explica con sencillez. En realidad, casi toda, porque hubo un tiempo en el que Álvarez no quería saber nada del estado clerical. «Recuerdo que en una ocasión mi padre invitó a un amigo suyo, misionero, a comer a casa y este me preguntó si había pensado alguna vez en hacerme cura». La contestación del joven fue contundente: «Ni de coña», recuerda, al mismo tiempo en el que suelta una carcajada. Se ríe el hoy sacerdote que está a punto de celebrar sus bodas de oro.

     

    Su vocación tiene mucho que ver con las revistas que había en la sala de visitas de la gestoría en la que trabajaba. Una de ellas era Mundo Negro, que siempre captaba la atención del chico. «Me fascinaba, y cuando la ojeaba sentía que había que hacer algo por los demás y que ese algo no podía consistir solo en dar una limosna». Así estaban las cosas hasta que un día, haciendo una gestión en un banco, «mientras miraba por la ventana, comprendí perfectamente que, si no decía que sí a la decisión que estaba cavilando», que era la de entregarse a los demás como misionero, «sería un desgraciado y que, sin embargo, si daba un paso adelante, sería muy feliz», detalla.

     

    Finalmente, José María Álvarez ingresó en los Misioneros del Sagrado Corazón, a los que conoció por su padre, que se dedicaba a la venta de maquinaria industrial. «Les vendió unas máquinas de cocina y lavado y fue él quien me invitó a un retiro predicado por uno de los hermanos», un misionero tartamudo al que se le destrababa la lengua cuando hablaba de Dios. «Todos estos años en la congregación han sembrado en mí una profunda confianza en Dios, en gran medida gracias a la oración, y eso me ha ayudado mucho con el cáncer», afirma el misionero. «Lo vivo con la esperanza propia que da la fe», subraya.

     

    Su espíritu positivo y su creencia en Dios han tenido efectos incluso a nivel físico. «Por supuesto que se nota». También lo contrario. «Desgraciadamente lo constato cada vez que voy a la sala de oncología». Hay mucha gente que «se abandona y corren el riesgo de caer en depresión». Álvarez ha escrito el libro para todos ellos. «Me gustaría decirles en voz alta: “¡No os desesperéis, Dios está con vosotros, no os ha abandonado. Está con vosotros porque os ama!”». Y también, concluye el sacerdote, que «el proceso puede ser una medicina. ¡Cuántas cosas he aprendido yo con el cáncer!».

     

    Cuando se le pide un ejemplo, el autor de Pues sí, tengo cáncer… ¿Y? habla de que ha ganado en paciencia, en resignación y, sobre todo, en empatía. «De pronto, empatizo con la gente que está enferma», una capacidad que le está ayudando en su labor pastoral. «Como sacerdote me ha tocado dar muchas absoluciones o unciones, pero ahora cuando voy al hospital —los hermanos de la comunidad también son los capellanes de un hospital que les queda cerca de casa— no le hablo a la gente del sufrimiento en teoría, sino que les cuento cómo lo estoy viviendo yo y cómo lo estoy afrontando yo». Al final, «he llegado incluso a dar gracias a Dios por el cáncer, que me está ayudando a conocerme más, a empatizar con la gente que sufre y acompañar en condición de igualdad ante su enfermedad, como hizo el Señor al encarnarse».

     

    Alfa&Omega.es





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