Fe y Vida | José Calderero de Aldecoa
«He llegado a dar gracias a Dios por el cáncer»
El misionero Chema Álvarez aboga por afrontar esta enfermedad con
esperanza y alegría. No se trata de una propuesta teórica, sino basada en su
propia experiencia. Él mismo sufre cáncer de colon desde 2017 y de próstata
desde 2019
La
alegría y el cáncer parecen conceptos antagónicos, y lo son de forma habitual,
pero se dan la mano con respeto y elegancia en el libro Pues sí, tengo cáncer… ¿Y? escrito
por el sacerdote José María Álvarez, al que todo el mundo conoce como padre
Chema, una obra con la que el autor quiere dar respuesta a todos aquellos
enfermos que se preguntan el por qué y el para qué de su situación y en la que
Álvarez hace gala de su sentido del humor y también de su profunda confianza en
Dios. «Viene de serie», asegura este misionero del Sagrado Corazón nacido en
Valladolid en el año 1947. El autor se refiere a la alegría —«todos los
hermanos la tenemos. Somos graciosos, chistosos», asegura—, pero la declaración
también le valdría para referirse al tema del cáncer, una enfermedad que, según
dice, ha heredado de su familia. «No lo digo yo, lo dice el médico. De hecho,
al primero al que le apareció fue a un hermano y nos dijeron que nos teníamos
que hacer pruebas todos los demás». Así fue como él y otro de los hermanos se
enteraron que tenían cáncer de colon. En total tres, además de su padre y de su
madre. «Siempre digo que nuestros padres nos han dejado en herencia no un
casoplón o un yate, sino un cáncer», comenta Álvarez entre risas.
El
escritor solo cambia el tono a más serio al recordar a su hermano, que falleció
por esta enfermedad en el mes de marzo. «El 12 de febrero fue su cumpleaños y
cuando le abracé ese día, noté que ya había perdido mucho peso y que era el
último abrazo. Él me lo devolvió con todas sus fuerzas y me confesó que estaba
tranquilo», rememora el misionero, que es consciente de que puede seguir sus
pasos en cualquier momento. «El resultado del partido no lo sé, pero tengo muy
claro que ya estoy disputando la prórroga», una analogía que se basa en el
segundo diagnóstico de cáncer, en este caso de próstata, que le detectaron al
padre Chema en 2019.
A
pesar de ello, confiesa no tenerle miedo a la muerte. «Esta supone encontrarse
cara a cara con el Señor, que es a quien he buscado durante toda mi vida»,
explica con sencillez. En realidad, casi toda, porque hubo un tiempo en el que
Álvarez no quería saber nada del estado clerical. «Recuerdo que en una ocasión
mi padre invitó a un amigo suyo, misionero, a comer a casa y este me preguntó
si había pensado alguna vez en hacerme cura». La contestación del joven fue
contundente: «Ni de coña», recuerda, al mismo tiempo en el que suelta una
carcajada. Se ríe el hoy sacerdote que está a punto de celebrar sus bodas de
oro.
Su
vocación tiene mucho que ver con las revistas que había en la sala de visitas
de la gestoría en la que trabajaba. Una de ellas era Mundo Negro, que siempre captaba la atención del chico.
«Me fascinaba, y cuando la ojeaba sentía que había que hacer algo por los demás
y que ese algo no podía consistir solo en dar una limosna». Así estaban las
cosas hasta que un día, haciendo una gestión en un banco, «mientras miraba por
la ventana, comprendí perfectamente que, si no decía que sí a la decisión que
estaba cavilando», que era la de entregarse a los demás como misionero, «sería
un desgraciado y que, sin embargo, si daba un paso adelante, sería muy feliz»,
detalla.
Finalmente,
José María Álvarez ingresó en los Misioneros del Sagrado Corazón, a los que
conoció por su padre, que se dedicaba a la venta de maquinaria industrial. «Les
vendió unas máquinas de cocina y lavado y fue él quien me invitó a un retiro
predicado por uno de los hermanos», un misionero tartamudo al que se le
destrababa la lengua cuando hablaba de Dios. «Todos estos años en la
congregación han sembrado en mí una profunda confianza en Dios, en gran medida
gracias a la oración, y eso me ha ayudado mucho con el cáncer», afirma el
misionero. «Lo vivo con la esperanza propia que da la fe», subraya.
Su
espíritu positivo y su creencia en Dios han tenido efectos incluso a nivel
físico. «Por supuesto que se nota». También lo contrario. «Desgraciadamente lo
constato cada vez que voy a la sala de oncología». Hay mucha gente que «se abandona
y corren el riesgo de caer en depresión». Álvarez ha escrito el libro para
todos ellos. «Me gustaría decirles en voz alta: “¡No os desesperéis, Dios está
con vosotros, no os ha abandonado. Está con vosotros porque os ama!”». Y
también, concluye el sacerdote, que «el proceso puede ser una medicina.
¡Cuántas cosas he aprendido yo con el cáncer!».
Cuando
se le pide un ejemplo, el autor de Pues sí, tengo cáncer… ¿Y? habla
de que ha ganado en paciencia, en resignación y, sobre todo, en empatía. «De
pronto, empatizo con la gente que está enferma», una capacidad que le está
ayudando en su labor pastoral. «Como sacerdote me ha tocado dar muchas
absoluciones o unciones, pero ahora cuando voy al hospital —los hermanos de la
comunidad también son los capellanes de un hospital que les queda cerca de
casa— no le hablo a la gente del sufrimiento en teoría, sino que les cuento
cómo lo estoy viviendo yo y cómo lo estoy afrontando yo». Al final, «he llegado
incluso a dar gracias a Dios por el cáncer, que me está ayudando a conocerme
más, a empatizar con la gente que sufre y acompañar en condición de igualdad
ante su enfermedad, como hizo el Señor al encarnarse».
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