Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Las heridas en la salvación
Lunes de la 13ª semana de tiempo ordinario. Santo
Tomás, apóstol / Juan 20, 24-29
Evangelio:
Juan 20, 24-29
Tomás, uno
de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los
otros discípulos le decían:
«Hemos
visto al Señor».
Pero él les
contestó:
«Si no veo
en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los
clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho
días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús,
estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a
vosotros».
Luego dijo
a Tomás:
«Trae tu
dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente».
Contestó
Tomás:
«¡Señor mío
y Dios mío!».
Jesús le
dijo:
«¿Porque me
has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Comentario
La petición
de Santo Tomás de meter los dedos en las llagas es algo extraña. Caravaggio
pinta a Tomás, con actitud circunspecta —como quien realiza un examen médico—,
que mete con ayuda de Jesús el dedo dentro de la herida. Los dos apóstoles que
aparecen detrás de Tomás ya habían visto a Jesús y habían creído; pero, se
asoman a mirar. ¿Por qué Caravaggio los pinta también? ¿Qué es lo que la
pregunta y la acción de Tomás añade a la fe que los demás discípulos tienen
sobre la resurrección?
Es como si
el requisito de Tomás no consistiese en una prueba meramente física. Como si la
cosa no fuera de añadir el sentido del tacto al de la visión en las
apariciones. Lo que parece preocuparle, y seguramente les preocupó a los demás
discípulos era el sentido del dolor. Tomás puso nombre a una inquietud que
tenían todos: ¿por qué resucitó con las heridas? ¿Qué significa la resurrección
y la vida eterna y qué tienen que ver con ella nuestras heridas y nuestros
pecados? Tomás quería saber qué sentido tenían nuestros sufrimientos, qué sería
de ellos en la eternidad. Tenía que ser el mismo Jesús crucificado. No podía
creer una eternidad tan separada de la vida actual que sencillamente borrase
las heridas. El pasado era real. No podía dar crédito a una salvación que no se
hiciese cargo de todos nuestros sufrimientos, de toda nuestra historia. Una
salvación sin muescas del dolor era en el fondo una salvación que se habría
mantenido en la superficie de la vida. El problema de la salvación es que sea
demasiado futura, tan futura que ni siquiera la rocemos ahora, que ni siquiera
podamos saborearla. El cristianismo sería entonces utópico. Si las heridas son
lo opuesto a la salvación, si no pueden tener nada que ver con la salvación,
entonces el cristianismo no sirve de nada en esta vida.
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