Reflexión | Miguel Ángel Munárriz/FA
Los Sabios y los Sencillos
Mt
11, 25-30
«Te
doy gracias Padre porque has ocultado estas cosas…»
A
Jesús le siguieron los que sintieron necesidad de él… y solo ellos participaron
de la buena Noticia. Le siguieron los que se sentían rechazados por la gente
respetable y abandonados por un Dios que les enviaba calamidades por sus
pecados. Le siguieron los pecadores públicos, los pobres, los enfermos y
lisiados, los humildes y sencillos; los que no poseían tesoros en la Tierra y
no podían sentir apego por ellos.
Lo
rechazaron los que no sintieron esa necesidad… y se perdieron la buena Noticia.
Lo rechazaron los doctores y letrados cuya soberbia intelectual les impedía
admitir nada que dijese o hiciese aquel carpintero de la impía Galilea. Lo
rechazaron los sacerdotes y los poderosos que no podían permitir que nadie
pusiese en riesgo su poder, los acomodados que se sentían satisfechos tal como
estaban, los santos que dedicaban su vida al cumplimiento de la Ley y lo
consideraron desde el principio un impostor: «Éste no es de Dios, porque…» …
Y
lo rechazamos nosotros, porque nuestro espíritu ilustrado nos empuja a dar
mayor crédito a los dictados de nuestra razón que a las palabras de aquel
carpintero que (al fin y al cabo) vivió y murió en un tiempo lejano y una
región remota que nada tienen que ver con nosotros. No se trata de un rechazo
generalizado, sino circunscrito a los ambientes más intelectualizados de la
Iglesia. Tampoco es un rechazo frontal, sino más bien una evolución de la fe
hacia posiciones selectivas, ahormadas a nuestra idiosincrasia, que poco o nada
tiene que ver con aquella fe de nuestros mayores que se manifestaba en una
confianza plena en Jesús.
Ya
no partimos del evangelio para buscar la verdad. Partimos de una verdad que
previamente hemos elaborado por nuestra cuenta, y desde esa verdad
interpretamos el evangelio. El resultado es que hemos acabado poniendo en tela
de juicio al Dios de Jesús, sus referencias a la vida tras la muerte y otras
muchas cosas que antes se daban por supuestas. Incluso sus criterios de vida
han perdido parte de su vigor, pues hemos descubierto que los podemos encontrar
en otros maestros que han ofrecido su sabiduría en muchos lugares de este
mundo.
No
es por tanto de extrañar que hoy pongamos a Jesús en cuarentena y nos afanemos
en buscar nuevos modelos distintos del suyo; que nos acerquemos al evangelio,
no como quien se siente necesitado de él, sino desde esa autosuficiencia tan
propia de nuestro tiempo que, por una parte, nos incapacita para penetrar en él
a través de una lectura desde la fe, y por otra, nos lleva a descalificar la fe
de las personas sencillas capaces de creer en Jesús sin nuestro cúmulo de
cortapisas.
Es
razonable pensar que son los “sabios” los que mejor conocen “la verdad”, pero
leemos el texto de hoy, y vemos a Jesús dar gracias al Padre por haber revelado
“estas cosas” a los sencillos y haberlas ocultado a los sabios… Y ante ello
sólo tenemos dos opciones; ignorar sus palabras, o replantearnos la forma de
acercarnos al evangelio, porque es probable que nos estemos perdiendo la buena
Noticia; como se la perdieron los doctores de Israel.
Publicado
por Feadulta.com
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