Nuestra Fe | Ángel Gutiérrez Sanz
8 de agosto, Santo Domingo de Guzmán (Fundador de los Dominicos.
Promotor del Sto. Rosario)
Corría el siglo XII, las guerras entre moros y
cristianos se habían convertido en algo habitual, por lo que pueblos y ciudades
de un bando u otro eran arrasadas y saqueadas; hoy tocaba avanzar a
los cristianos y mañana a los moros, en unos tiempos de hambre y de
miseria en que los pordioseros y menesterosos se contaban por cientos y a
Domingo, que había heredado ese espíritu generoso de su santa madre
Juana, todo se le escapaba de las manos e iba a parar a esos desgraciados que
le asediaban por la calle, a quienes les daba hasta la camisa y no
contento con ello, un día que no tenía nada que dar, echó mano de los libros,
preciado tesoro en aquellos tiempos, los empeñó para obtener algo de
dinero y así poder repartir entre los más necesitados unas monedillas y
cuando alguien le reprochaba este gesto, se defendía diciendo: “yo no puedo
conservar para mí pieles muertas, cuando veo hermanos vivos que se están
muriendo de hambre”. Tiempos éstos eran también en que corría serio peligro la
fe de sus mayores y la que él mismo profesaba. Su venida a este mundo estuvo
presidida por sueños y premoniciones, en las que él simbólicamente aparecía
como un cachorro que llevaba en su boca una tea encendida para iluminar a un
mundo, que se sentía amenazado por la ceguera y oscuridad.
Había nacido en Caleruega (Burgos) en el año
1171 y era el último de los tres hijos nacidos del noble, rico y
cristiano matrimonio entre Félix de Guzmán, Venerable y Juana Garcés,
Santa, quién se esmeraría en cuidarle de un modo especial después de las
señales recibidas del cielo, pero le tendría poco tiempo a su lado porque
pronto fue confiado a un familiar sacerdote, para que se hiciera cargo de
su instrucción y le iniciara en el conocimiento de las letras, así hasta que
marchó muy jovencito a la Universidad de Palencia para cursar allí los
estudios de teología. Según nos cuenta su biógrafo y discípulo Jordán de
Sajonia, durante un tiempo vivió modestamente en esta ciudad entregado al
estudio, que era su verdadera pasión, sin olvidarse de la vida de piedad y
recogimiento. Tan ejemplar fue la vida de este joven que su fama trascendió los
límites de Palencia para extenderse por toda Castilla, llegando hasta oídos de
Martín Bazán obispo de Osma, quien le reclamó para que se incorporara a su
cabildo, que funcionaba como una comunidad religiosa y aquí sería ordenado
sacerdote una vez cumplida la edad reglamentaria de 25 años. En esta nueva
forma de vida, dedicada por entero al ministerio pastoral, Domingo volvió a ser
un ejemplo de vida a imitar.
En 1303 le vemos acompañando al obispo de Osma en
un viaje hacia Dinamarca en misión diplomática, para realizar un encargo de
Alfonso VIII. A su paso por Francia, Domingo pudo darse cuenta de lo mal que
andaban las cosas por este país y fue tomando nota. Cuando este viaje tuvo que
volver a repetirse, el futuro fundador de la Orden de Predicadores tomó la
determinación de quedarse por estas tierras, con el fin de realizar en ellas
una labor de evangelización que buena falta estaba haciendo. Domingo no era
partidario de las guerras de religión para someter al adversario, su estilo era
tratar de convencer por la palabra y sobre todo a través del ejemplo, en plan
auténticamente apostólico, pateando caminos siempre acompañado, descalzo y
pobremente vestido, viviendo de las limosnas que la gente le daba, desafiando
las penalidades, asumiendo valientemente el peligro que suponía combatir a los
albigenses tan poderosos en esta región. Así debió ser aunque la crítica
moderna nos le presente como despiadado inquisidor, martillo de herejes. ¿Dónde
están esas pruebas y documentos que hagan creíble que Domingo de Guzmán se
dedicara a quemar en la hoguera a los cátaros (albigenses) junto con sus
escritos? el único testimonio de Domingo atizador de hogueras, que yo
conozco, es el que hace referencia aquel hecho milagroso según el cual estando
en Fanjeaux, en la diócesis de Carcasona aparecieron los jefes cátaros
portadores de su libro doctrinal. Domingo se les enfrentó portando un
cuadernillo de notas donde refutaba los errores que estos escritos contenían,
no llegando a ningún acuerdo recurrieron al juicio de Dios frecuente en esta
época. La prueba consistía en arrojar al fuego los escritos de ambos
interlocutores, de modo que aquellos que saliera intactos de la hoguera serían
los verdaderos. Encendida la fogata fue arrojado el libro de los cátaros que en
cuestión de segundos se convirtió en cenizas. Posteriormente echaron al fuego
el cuadernillo de Domingo que voló por los aires sin quemarse hasta posarse en
una viga del techo, donde dejó marca. Por tres veces se repitió el experimentó,
con el mismo resultado, dejando a las claras de que parte estaba la verdad.
Profundizando en su labor de apostolado, en Guzmán
se fue fraguando la idea de fundar una nueva orden mendicante. Fue hacia el
1215 cuando comunicó su intención a dos de sus grandes amigos: el obispo de
Toulouse, llamado Fulco y el conde Simón de Monforte, quienes se pusieron de su
parte; a ellos se agregarían otros seguidores más, entre los que cabe citar a
Pedro Seila, hombre rico y a un elocuente predicador llamado Tomás. La
aprobación de la Orden de Predicadores tardaría en llegar, pero finalmente Honorio
III, en sendas bulas del 22 de diciembre de 1216, legalizaba la fundación. En
Toulouse la orden tuvo una excepcional acogida y pronto se formó una comunidad
numerosa. Todo estaba dispuesto y había llegado el momento de ponerse en
marcha.
En 1217, Domingo comunicó a los miembros su
decisión de dispersarse como los apóstoles, e ir a predicar a los cuatro
vientos, porque según Guzmán “el grano de trigo amontonado se pudre, pero si se
esparce produce mucho fruto”. El fundador estaba en lo cierto, rápidamente
se crearon 60 comunidades y comienzan a copar los centros culturales más
importantes de la cristiandad occidental, como eran por aquel entonces las
universidades de Paris y de Bolonia. Por su parte los altos prelados e incluso
el papa Gregorio IX, mostraban su apoyo incondicional.
Habiendo llegado a Bolonia en unas de sus
habituales visitas comenzó a sentirse mal y convocó a algunos de los frailes
del convento para confiarles su herencia: “tened caridad, conservad la
humildad, poseed la pobreza voluntaria”. Con la sonrisa amorosa del padre y la
alegría sobrenatural del justo se despedía de sus hijos con unas palabras que
les servirían de consuelo: “Desde arriba os seré más útil”. El insigne apóstol
de Cristo, Domingo de Guzmán, entregaba su alma a Dios un 6 de agosto de 1221.
Reflexión desde el contexto actual: El lema
de la orden dominicana viene recogido en una sola palabra que lo dice todo: “VERITAS”
aparece en el escudo de la orden dominicana, como si ella fuera su máxima
aspiración. Para Domingo Guzmán ésta y no otra fue la razón de su vida y podía
seguir siéndolo hoy día, en que nos encontramos inmersos en un periodo
histórico conocido como el de la POSVERDAD. Seguramente que para poder salir de
la crisis generalizada en que hoy día nos encontramos, tendríamos que comenzar
dando la razón al fundador de la Orden de Predicadores y decir como él que la
verdad existe y que es preciso comprometerse con ella.
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