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    viernes, 4 de agosto de 2023

    Oppenheimer. La historia del padre de la bomba atómica


    Actualidad | Juan Orellana

     


    Oppenheimer. La historia del padre de la bomba atómica

     

    El famoso director Christopher Nolan, aclamado por títulos como OrigenBatman o Interestellar, estrena su última producción explorando el género del biopic y centrándose en la figura del físico Robert Oppenheimer (1904-1967), frecuentemente denominado «el padre de la bomba atómica». La película pone el foco en dos periodos de su vida: la puesta en marcha del Proyecto Manhattan, orientado a la fabricación de la primera bomba atómica en los años 40, y cuando, al terminar la guerra, fue investigado como sospechoso de comunista al servicio de la Unión Soviética. 

     

    La cinta construye un retrato impresionista de un hombre marcado por las dudas y las contradicciones. Durante los 180 minutos del metraje, Nolan quiere cubrir demasiados aspectos de la vida del físico y, al final, al espectador le da la impresión de que el personaje se le escapa entre los dedos. Cillian Murphy encarna con talento a Oppenheimer, un hombre nervioso, que padeció trastornos psiquiátricos de joven, fumador empedernido, infiel a su mujer, temeroso de ser padre y, sobre todo, con conflictos morales en relación con su criatura: la bomba atómica.

     

    Sin embargo, Nolan le ha querido dar protagonismo a la trama de la caza de brujas del senador McCarthy y a la investigación agotadora, injusta y humillante de que fue objeto Oppenheimer tras la guerra, cuando se mostró reticente a colaborar con el siguiente proyecto letal: la bomba H. Y esa decisión no parece acertada, pues el macartismo es un tema ya muy tratado en el cine, casi siempre con tintes maniqueos e ideológicos. Además, tampoco aporta mucho al conocimiento del personaje, que habría crecido mucho más si todo ese metraje se hubiera destinado a desarrollar más otras tramas de la vida del protagonista.

     

    Desde un punto de vista cinematográfico quizá cabría esperar de Nolan más riesgos, más audacia. Por ejemplo, el recurrente uso del estruendo de las bombas con tecnología de sonido IMAX 6 para introducirnos en la mente torturada de Oppenheimer parece algo fácil y manido. Así como las imágenes distorsionadas o sobreexpuestas que encarnan los fantasmas del holocausto nuclear que persiguen la mente de nuestro protagonista. Narrativamente, el uso del blanco y negro para las escenas de las comisiones de actividades antiamericanas resulta también un poco escolar a estas alturas. 

     

    A pesar de todos esto, la película tiene interés, no solo porque los hechos son históricamente relevantes, sino porque el oficio de Nolan y la brillante interpretación del reparto hacen que la máquina, con todos sus defectos, funcione suficientemente. Los secundarios son estrellas de Hollywood que tratan de darlo todo en sus papeles:  Emily Blunt encarna a su esposa Kitty, retratada como una mujer dura y sufridora; Matt Damon como el jefe militar de Oppenheimer; Florence Pugh como su amante Jean Tatlock —que protagoniza un par de escenas de sexo explícito innecesarias—, o Kenneth Branagh como el físico Niels Bohr. En definitiva, una película que se ha quedado en una cinta digna, no en una obra maestra.

     

    Alfa&Omega.es





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