Actualidad | Juan Orellana
Oppenheimer. La historia del padre de la bomba
atómica
El famoso
director Christopher Nolan, aclamado por títulos como Origen, Batman o Interestellar, estrena su última producción explorando
el género del biopic y centrándose en la
figura del físico Robert Oppenheimer (1904-1967), frecuentemente denominado «el
padre de la bomba atómica». La película pone el foco en dos periodos de su
vida: la puesta en marcha del Proyecto Manhattan, orientado a la fabricación de
la primera bomba atómica en los años 40, y cuando, al terminar la guerra, fue
investigado como sospechoso de comunista al servicio de la Unión
Soviética.
La cinta
construye un retrato impresionista de un hombre marcado por las dudas y las
contradicciones. Durante los 180 minutos del metraje, Nolan quiere cubrir
demasiados aspectos de la vida del físico y, al final, al espectador le da la
impresión de que el personaje se le escapa entre los dedos. Cillian Murphy
encarna con talento a Oppenheimer, un hombre nervioso, que padeció trastornos
psiquiátricos de joven, fumador empedernido, infiel a su mujer, temeroso de ser
padre y, sobre todo, con conflictos morales en relación con su criatura: la bomba
atómica.
Sin
embargo, Nolan le ha querido dar protagonismo a la trama de la caza de brujas
del senador McCarthy y a la investigación agotadora, injusta y humillante de
que fue objeto Oppenheimer tras la guerra, cuando se mostró reticente a
colaborar con el siguiente proyecto letal: la bomba H. Y esa decisión no parece
acertada, pues el macartismo es un tema ya muy tratado en el cine, casi siempre
con tintes maniqueos e ideológicos. Además, tampoco aporta mucho al
conocimiento del personaje, que habría crecido mucho más si todo ese metraje se
hubiera destinado a desarrollar más otras tramas de la vida del protagonista.
Desde un
punto de vista cinematográfico quizá cabría esperar de Nolan más riesgos, más
audacia. Por ejemplo, el recurrente uso del estruendo de las bombas con
tecnología de sonido IMAX 6 para introducirnos en la mente torturada de
Oppenheimer parece algo fácil y manido. Así como las imágenes distorsionadas o
sobreexpuestas que encarnan los fantasmas del holocausto nuclear que persiguen
la mente de nuestro protagonista. Narrativamente, el uso del blanco y negro
para las escenas de las comisiones de actividades antiamericanas resulta
también un poco escolar a estas alturas.
A pesar de
todos esto, la película tiene interés, no solo porque los hechos son
históricamente relevantes, sino porque el oficio de Nolan y la brillante
interpretación del reparto hacen que la máquina, con todos sus defectos,
funcione suficientemente. Los secundarios son estrellas de Hollywood que tratan
de darlo todo en sus papeles: Emily Blunt encarna a su esposa Kitty,
retratada como una mujer dura y sufridora; Matt Damon como el jefe militar de
Oppenheimer; Florence Pugh como su amante Jean Tatlock —que protagoniza un par
de escenas de sexo explícito innecesarias—, o Kenneth Branagh como el físico
Niels Bohr. En definitiva, una película que se ha quedado en una cinta digna,
no en una obra maestra.
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