Evangelización | Carlos Pérez Laporta
A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de
quien oigo semejantes cosas?
Jueves de la 25ª semana del tiempo ordinario /
Lucas 9, 7-9
Evangelio:
Lucas 9, 7-9
En aquel
tiempo, el tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba sobre Jesús y no sabía a
qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los
muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto
a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se
decía:
«A Juan lo
mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?». Y tenía
ganas de verlo.
Comentario
El
«tetrarca Herodes» no conoce Jesús. No le ha visto nunca. Sus vidas son dos
líneas que corren en paralelo, y no tendrían por qué nunca cruzarse. Él nunca
le ha buscado. No es que no crea en Dios, es que su vida no tiene nada que ver
con Él. Las fiestas, la política, sus relaciones cotidianas… todo está separado
de cualquier sentido religioso. Es puro ejercicio de poder. Pura mundanidad.
Puro gozo. No hay nada más allá en su vida.
Es como si
no hubiera nada más acá en su corazón. Es verdad que apareció Juan. El bautista
era lo opuesto a su vida, y amenazaba con ponerla en peligro. Por eso le
detuvo. Pero nunca se atrevió a matarlo: Herodes le temía. El juicio inminente,
la ira de Dios, no tendría que haberle afectado. Conocía esas viejas
tradiciones; todo aquello no iba con él. Pero había algo en su interior que se
había turbado ante la voz y la mirada de Juan. Herodes sabría decir qué era,
porque era algo de sí mismo que no conocía. Era demasiado profundo. Solo sabía
que por primera vez en su vida le invadió el miedo. No era el miedo a la
derrota o a la muerte. Esos los conocía. Este temor era más hondo. Como si todo
aquel juicio De Dios apuntase al centro íntimo de su ser.
Luego todo
quedó en nada, tras una borrachera, una estúpida promesa y el baile de Salomé.
Le costó matarlo, porque su temor era real. Pero después de hacerlo le pareció
que nada ya podría amenazar su vida. Pero cuando «se enteró lo que pasaba sobre
Jesús» se turbó: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo
semejantes cosas?». Le daba vueltas, «no sabía a qué atenerse» y «tenía ganas
de verlo». En el fondo deseaba volver a sentir aquel hondo temor. Después de
todo, seguía esperando que su vida fuera mucho más que aquellas fiestas y aquel
mangoneo político. Si la ira de Dios podía apuntar a su corazón, es porque
quizá era algo más que lo que él había hecho de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...