Jueves de Cine | Juan Orellana
Mirando al cielo. Un relato del martirio de san
José Sánchez del Río
La
historia está llena de episodios tabú que hacen chirriar la versión
políticamente correcta de los hechos. En ocasiones el cine ha sido un
instrumento fundamental para dar noticia al gran público de esos sucesos que,
de otra forma, serían conocidos solo por expertos y estudiosos. Pensemos en la
vergüenza de Katyn, en el
exterminio armenio o en la rebelión de La Vendée. Tres acontecimientos que no
se entienden fuera de la dimensión histórica del cristianismo y que suponen un
juicio afilado sobre el poder y su lado perverso. El cine ha permitido que
muchas personas puedan enterarse de lo que sucedió y formarse alguna opinión
sobre episodios que a menudo solo ocupan una esquinita —si lo hacen— de los
manuales de historia.
Mirando
al cielo nos
lleva a una de esas historias que ni siquiera a los estudiantes mexicanos se
les enseña: la guerra cristera. Esta película cuenta la vida y el martirio de
san José Sánchez del Río, un joven de 15 años que murió por su fe durante la
persecución religiosa en México en los años 20. Aunque José se unió junto a sus
hermanos al ejército cristero, nunca empuñó las armas ni ejerció la violencia.
Cuando fue detenido pasó a ser custodiado por su padrino, Rafael Picasso, un
hombre del Gobierno que se debatía entre sus lazos familiares y su encargo
político. La película recrea todos los momentos y diálogos decisivos de su vida
que sirvieron para su causa de canonización.
El
mexicano Antonio Peláez dirige esta película en clave emotiva, sin esquivar el espinoso
caso de la opción por las armas que tomaron tantos católicos que veían
pisoteada su fe. Peláez sabe mantener un equilibrio, comprendiendo a los
personajes, pero sin llegar a caer en la justificación moral de la violencia.
La
película tiene virtudes y defectos. Su virtud principal es precisamente ser un
relato fiel y honesto de los hechos, un retrato incontestable de lo que
sucedió. Pero de ahí nace también su defecto: que es excesivamente lineal y
previsible. Por no arriesgar con interpretaciones subjetivas, la película ve
mermada sus posibilidades y peca un poco de simplicidad. Eso no quiere decir
que nos ahorre los horrores del martirio o que edulcore el dolor de los
personajes. También le sobra música, pues la partitura dura lo mismo que la
película, como si el director no confiara en que algunas escenas pudieran
funcionar dramáticamente por sí solas sin el condimento emocional de la música.
Por otra parte, la fotografía es brillante, aunque quizá le sobra romanticismo.
El
actor elegido para representar a san José es magnífico y, en general, los
secundarios están muy bien seleccionados. A diferencia de la película Cristiada (D. Wright, 2012), opta por un tono más
espiritual e íntimo que épico, poniendo el acento en lo personal más que en lo
político. Una cinta interesante y conveniente, que engrosa la famélica lista de
películas que nos hablan de la guerra civil mexicana.
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