Fe y Vida | Tomás Muro
El perdón no arregla el pasado, pero mejora el futuro
1.
El odio en la vida humana.
El rencor, la ira, la venganza son pasiones
–pulsiones- humanas, muy humanas. El odio puede estar presente en la familia,
en la vida social, política, en las guerras y largas postguerras, en la iglesia
y comunidades religiosas, en las relaciones humanas…
Frente a las pulsiones humanas de envidia, furor,
venganza, Jesús nos sitúa ante la experiencia del perdón. Es la propuesta
evangélica ante la realidad frecuente al resentimiento y agresividad: perdonar.
El odio y la venganza están presentes en la
humanidad desde que el ser humano es humano, desde Caín y Abel.
Caín y Abel es un relato, un mito que trata de
explicar por qué existe el mal. Caín y Abel no han existido nunca, pero existen
todos los días, en toda la historia de la humanidad, ¿En qué familia,
comunidad, pueblo o iglesia no hay distanciamientos, enfrentamientos, odios,
etc.?
1.
Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen. (Lc 23,34).
Nos hace bien recordar el último gesto del Señor en
la cruz. Jesús murió con el perdón en sus labios y en su corazón:
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. (Lc
23,34).
Hoy estarás conmigo en el Paraíso, (Lc 23,43)
Lo último que hace Jesús a su muerte es lo que hizo
durante toda su vida: perdonar.
Es frecuente escuchar –ver y vivir- actitudes como:
“perdono, pero no olvido”, o incluso, “ni perdono, ni olvido”. ¡Cómo no ser
conscientes de que haya familias que no se hablen, hermanos totalmente
enemistados, ciudadanos enfrentados por motivos políticos, ideológicos!
También hay actitudes hondamente cristianas. Hay
personas, posturas de una gran altura humana, moral, espiritual, que saben
perdonar
1.
Dios y Jesús perdonan siempre.
Nos han enseñado que Dios es muy justo y que no
tiene más remedio que condenar. Sin embargo, lo que podemos apreciar en Jesús y
en el Dios de Jesús es otra cosa: Dios es alianza, es perdón, reconciliación.
Dios no se hace respetar a golpe de condenación, sino de perdón.
Dice el salmo 129,4: de Ti procede el
perdón, y así infundes respeto.
Dios se hace respetar no a bofetadas ni por
condenaciones, sino por su bondad. El Dios de Jesús no infunde miedo, sino
perdón.
Jesús durante toda su vida, hasta su muerte, siente
misericordia, lástima, compasión, perdón.
He sido enviado a anunciar a los pobres la Buena
Nueva ... y proclamar un año de gracia (de perdón) del Señor. (Lc
4,18-19)
Un Dios justiciero y vengativo no es el Dios de
Jesús. Nuestro Dios es acogedor, perdonador siempre y con todos. En ocasiones,
en alguna teología y pastoral, da la impresión de que a los católicos nos
molesta que Dios sea bueno y perdonador. (A veces da la impresión de que lo que
salva el evangelio lo condena la Iglesia).
1.
Él odio hace daño a todos.
Ya en el campo, Caín se lanzó contra su hermano
Abel y lo mató. Dios dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: No sé.
¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» Replicó el Señor: ¿Qué has hecho? Se
oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde la tierra. (Gn 4,1-9).
La envidia y el odio hacen daño a todos: desde Caín
y Abel hasta Rusia y Ucrania, pasando por nuestras familias. El odio y la
venganza de la tierra impregnan a toda la humanidad: la sangre de tu hermano
clama al cielo.
1.
Perdonar es un proceso de
sanación.
El perdón es un proceso de sanación.
No es fácil restañar viejas heridas, más o menos
sangrantes, que ocupan el pensamiento y los sentimientos y deja secuelas
profundas.
La decisión de perdonar sana nuestro corazón,
nuestra vida.
Resentimiento significa re-sentir, “volver a
sentir”, estar siempre hurgando en la herida. Necesitamos perdonar para no
hacernos más daño a nosotros mismos, así como tampoco transmitir más odio a los
demás.
Perdonar hace bien a todos, al que pide perdón y al que lo regala, (gracia).
Creo que, a Jesús, como a nosotros, le hacía bien
perdonar: a Él y los demás. A Dios le hace bien perdonar y a nosotros nos sana
ser perdonados y perdonar.
Solamente el perdón rompe la espiral de la
violencia interior, personal, y exterior
El perdón pone en orden y en paz la vida.
No hay patria, ni dinero, ni herencia, ni poder, ni
placer por encima del ser humano y de una convivencia sana y sensata.
Naturalmente que, en muchas circunstancias, las
relaciones no podrán volver a ser como lo fueron, si lo fueron, porque siempre
quedan en el fondo de nuestro ser viejas palabras, viejas memorias, a veces
difíciles de controlar. Las pulsiones están ahí. Hay que poner razón en
los sentimientos. Hay que ser razonables en la vida y dejar de lado, aparcar
viejas cuestiones, porque si llevas en cuenta los delitos, ¿quién y
cómo podremos vivir?
1.
Sin perdón no hay comunidad, ni
eucaristía.
Cuando las heridas continúan abiertas, mal cerradas
o cerradas en falso, es muy difícil una vida personal y comunitaria sana, sea
familiar, religiosa o cívica. Coexistiremos, pero sin perdón, la vida será
difícil, ¿o no lo está siendo en el orden político y eclesiástico?
La Eucaristía es la asamblea de los que nos
sentimos reconciliados y con la buena voluntad de perdonar
No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta
veces siete
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