Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Tiene que ser elevado el Hijo del hombre
Jueves de la 23ª semana de tiempo ordinario. La
Exaltación de la Santa Cruz / Juan 3, 13-17
Evangelio:
Juan 3, 13-17
En aquel
tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha
subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo
que Moisés elevó la serpiente en el desierto, asà tiene que ser elevado el Hijo
del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Porque
tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree
en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios
no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por él.
El que cree
en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creÃdo en
el nombre del Unigénito de Dios».
Comentario
¿Por qué
celebramos la exaltación de la cruz? El motivo histórico es la recuperación en
el siglo VII por parte del emperador Heraclio de la cruz que habÃa encontrado
Santa Elena en el siglo IV pero que habÃan arrebatado los persas. La cruz que
habÃa sido despreciada, debÃa ser exaltada.
Pero en ese
vaivén entre el desprecio y la exaltación de la cruz se mueve nuestra vida.
Porque constantemente apoyamos nuestra vida en cualquier cosa, menos en la
cruz: en el trabajo, en el dinero, en las seguridades individuales, en la
polÃtica, … No es que dejemos de creer,
sino que nuestra fe no atraviesa nuestra vida. Y ¡Como si todas esas cosas
pudieran completar el sentido de nuestra vida! ¡Como si pudieran vencer
nuestras debilidades y la muerte! Es ahà donde despreciamos la cruz: permanentemente
la sacamos de su lugar central, y la escondemos en los rincones olvidados de
nuestra vida.
Por eso,
nos conviene esta celebración: «tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para
que todo el que cree en él tenga vida eterna». Solo cuando exaltamos la cruz,
alzamos la vista desde los pozos en los que andamos metidos. Es al levantar la
vista hacia la cruz que podemos creer en una salvación, que llevará a lo alto
toda nuestra vida, por baja que sea. Es en la cruz que toda nuestra vida cobra
sentido, incluso en la muerte. Pues, en la cruz conocemos el amor
inquebrantable con que Dios nos ha amado: «tanto amó Dios al mundo, que entregó
a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida
eterna».
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