Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Jesús cura a muchos y multiplica los
panes
Miércoles
de la 1a semana de Adviento / Mateo 15, 29-37
Evangelio: Mateo 15, 29-37
En
aquel tiempo, Jesús se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en
él.
Acudió
a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos
otros; los ponían a sus pies, y él los curaba.
La
gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos
y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios de Israel. Jesús llamó a sus
discípulos y les dijo:
«Siento
compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué
comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el
camino». Los discípulos le dijeron:
«¿De
dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta
gente?». Jesús les dijo:
«¿Cuántos
panes tenéis?». Ellos contestaron:
«Siete
y algunos peces».
Él
mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces,
pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y
los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las
sobras: siete canastos llenos.
Comentario
Al
encarnarse Dios se pone al alcance. La enfermedad parecía lo más urgente.
«Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y
muchos otros; los ponían a sus pies y él los curaba». Jesús podía atajar ese
problema, tenía ese poder. «La gente se admiraba […] y daban gloria al Dios de
Israel».
Sin
embargo, una vez hecha la curación, la vida continúa. Y las enfermedades dejan
paso a las necesidades vitales. Y no hay ninguna urgencia que le pase a Jesús
desapercibida; todo lo sufre con nosotros: «Siento compasión de la gente,
porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero
despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino». Y Jesús hizo el
milagro, y multiplicó los peces y los panes. «Comieron todos hasta
saciarse».
Una
vez saciados, la vida debía continuar. A esas urgencias les siguieron otras.
Otras enfermedades, más hambre e infinitos problemas inseparables de la vida.
Y, al fin, la muerte. ¿De qué sirvieron aquellos milagros? Permitieron dejar
atrás algunas circunstancias de la vida, algunas de ellas muy duras. Pero
¿salvaron la vida misma?
Por
eso, Jesús se excede en el milagro, y «recogieron las sobras: siete canastos
llenos». Jesús no cura por curar, ni alimenta por nutrir. La gracia del milagro
está en el exceso. El milagro mismo es todo entero un exceso. La demasía
permite entender que el milagro no era una simple reparación de la vida, que ya
debía estar resuelta. Sino que la vida misma estaba hecha de milagro. Que la
vida no es lo que tenemos, o lo que tendríamos que tener. La vida es lo que
viene a nosotros desde el porvenir. Pues la vida misma es un exceso, algo que
no deberíamos tener y, sin embargo, tenemos. La sobreabundancia de los milagros
de Jesús nos permite vivir la vida hacia adelante, sin contentarnos con
nuestras satisfacciones, hambrientos de más vida que nos viene del cielo.
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