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    martes, 5 de diciembre de 2023

    Jesús, lleno de la alegría en el Espíritu Santo


    Evangelización | Carlos Pérez Laporta

     


    Jesús, lleno de la alegría en el Espíritu Santo

    Martes de la 1a semana de Adviento / Lucas 10, 21-24

     

    Evangelio: Lucas 10, 21-24

    En aquella hora Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo:

     

    «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar».

     

    Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:

    «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».

     

    Comentario

    Lo «escondido» sólo pueden verlo «los pequeños». No es la grandeza humana la que permite ver lo invisible: «muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron». Los secretos de la eternidad no se aprecian por la potencia de los sentidos o de la inteligencia. Su luz es tan fuerte que ciega. La visión no deja que lo invisible se muestre a su manera. Porque exige a lo invisible que sea visible, que sea como él quiere verlo. La visión quiere que Dios se vea, que sea a la manera de los sentidos. Por eso, lo invisible no lo ve el vidente. Lo invisible lo ve sólo el invidente, con la luz trémula de su debilidad. El ciego, como no puede ver, asume lo que no puede verse sin pretensiones. Su invidencia permite a lo invisible ser invisible, y que se muestre tal y como es.


    Dios invisible se desvela de forma totalmente gratuita, por gracia, relacionándose libremente con nuestra fragilidad. Todos los hombres son invidentes en cuanto a lo que se refiere a Dios. Cuanto más su sabiduría y su grandeza les hacen pensar que alcanzarán lo invisible, más se les esconde. Porque lo invisible solo lo alcanza el hombre por medio de su invidencia, cuando reconoce su incapacidad de ver a Dios. Es entonces cuando se comienza a ver en su misterio secreto, justo cuando no se le ve.

     

    La aparición de Dios en el mundo fue una manera nueva de esconderle. Su encarnación revelaba a Dios en un doble sentido: lo mostraba a la manera visible humana; pero, precisamente por ello, ponía sobre Él el velo de la carne humana: al ser visto Dios como hombre, no era visto como Dios, sino como hombre. Y para poder ver a Dios en el hombre era necesario ver en Él lo que nadie puede ver: «nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

     

    Alfa&Omega.es





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