Papa Francisco | Antonella Palermo
El Papa: La misión no es un manual para
aplicar, sino la obra del Espíritu
En la audiencia general, Francisco saluda a los
presentes en el Aula Pablo VI pero no lee la catequesis, reiterando que está
"mucho mejor", pero que se cansa si habla "demasiado". La
reflexión dedicada al cuarto pilar del celo apostólico, el Espíritu Santo, que
inspira creatividad y sencillez en el anuncio del Evangelio
El Papa, como viene siendo habitual desde que fue
afectado por la inflamación de sus pulmones, confía la lectura de la catequesis
de la audiencia general en el Aula Pablo VI, la primera del tiempo de Adviento,
a monseñor Filippo Ciampanelli, funcionario de la Secretaría de Estado,
reiterando a los presentes: "Todavía me cuesta. Estoy mucho mejor, pero me
fatigo si hablo demasiado".
En el texto, Francisco se detiene en el don del
Espíritu Santo que debe animar todo celo apostólico. Completa así la serie de
características del anuncio del Evangelio, que es alegre, universal y actual,
pero, sobre todo, añade, debe realizarse en el Espíritu.
Sin el Espíritu
todo celo es vano
Francisco despeja inmediatamente cualquier sombra de
duda y cualquier tentación de egocentrismo: citando la Evangelii gaudium,
subraya la primacía de Dios y del Espíritu en cualquier forma de
evangelización. El hombre es sólo su colaborador.
Sin el Espíritu Santo todo celo es vano y falsamente
apostólico: sería sólo nuestro y no traería fruto. [...] El Espíritu es el
protagonista, precede siempre a los misionarios y hace brotar los frutos. ¡Esta
conciencia nos consuela mucho! Y nos ayuda a especificar otra, igualmente
decisiva: es decir que en su celo apostólico la Iglesia no se anuncia a sí
misma, sino una gracia, un don, y el Espíritu Santo es precisamente el Don de
Dios, como dijo Jesús a la mujer samaritana (cfr Jn 4,10).
La primacía del
Espíritu no debe llevar a la indolencia
Este reconocimiento, sin embargo, no puede conciliarse
con una actitud de pereza e indolencia por parte del hombre, prosigue el Pontífice.
Estamos llamados, de hecho, a cooperar de manera consciente, adulta, valiente,
dinámica:
La confianza no justifica la retirada. La vitalidad de
la semilla que crece por sí misma no autoriza a los campesinos al abandono del
campo. [...] El Señor no nos ha dejado cuadernos de teología o un manual de
pastoral para aplicar, sino al Espíritu Santo que suscita la misión. Y la
audacia valiente que el Espíritu Santo infunde nos lleva a imitar el estilo,
que siempre tiene dos características: la creatividad y la sencillez.
No ceder al
refugio en la “zona de seguridad” de la costumbre
Muchas veces el Papa Francisco utiliza la palabra
"creatividad". La considera un verdadero motor de la acción de Dios,
a imitar por cada uno en su propia condición. Hoy recuerda su importancia
precisamente para el anuncio del Evangelio. Admite que nuestra época "no
ayuda a tener una visión religiosa de la vida" y que el anuncio se ha
hecho en diversos lugares "más difícil, cansado, aparentemente
infructífero". Vuelve a advertir sobre la tentación de “desistir del
servicio pastoral”:
Quizá nos refugiamos en zonas de seguridad, como la
repetición habitual de cosas que se hacen siempre, o en las tentadoras llamadas
de una espiritualidad intimista, o incluso en un sentimiento mal comprendido de
la centralidad de la liturgia. Son tentaciones que se disfrazan de fidelidad a
la tradición, pero a menudo, más que respuestas al Espíritu, son reacciones a
las insatisfacciones personales.
Creatividad y
sencillez
La creatividad pastoral, en cambio, el "ser
audaces en el Espíritu, ardientes en su fuego misionero, es prueba de fidelidad
a Él", dice el Papa, que por eso exhorta a volver al estilo de aquel
"primer anuncio", dejándose cautivar por el Espíritu. Recomienda
invocarlo diariamente:
Él vivifica y rejuvenece la Iglesia: con Él no debemos
temer, porque Él, que es la armonía, mantiene siempre creatividad y sencillez
juntas, suscita la comunión y envía en misión, abre a la diversidad y reconduce
a la unidad. Él es nuestra fuerza, el aliento de nuestro anuncio, la fuente del
celo apostólico.
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