Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Los perros, debajo de la mesa, comen
las migajas que tiran los niños
Jueves de la 5ª semana del tiempo ordinario /
Marcos 7, 24-30
Evangelio: Marcos 7, 24-30
En aquel tiempo, Jesús fue a la
región de Tiro.
Entró en una casa procurando pasar
desapercibido, pero no logró ocultarse.
Una mujer que tenía una hija
poseída por un espíritu impuro se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le
echó a los pies.
La mujer era pagana, una fenicia de
Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo:
«Deja que se sacien primero los hijos.
No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella
replicó:
«Señor, pero también los perros,
debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños». Él le contestó:
«Anda, vete, que, por eso que has
dicho, el demonio ha salido de tu hija».
Al llegar a su casa, se encontró a
la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
Comentario
Marcos nos dice que Jesús en Tiro
entró en una casa «procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse». No
estaba en sus planes revelarse aún a los fenicios. Con todo, Jesús tuvo que ser
por algún motivo para ir a aquella ciudad pagana. Es como si hubiera querido
merodear por los bordes del plan de Dios, como si le pareciera poco o estuviera
impaciente y tuviera ganas de ensanchar y desbordar ese plan de su Padre. Arde
en su corazón el deseo de atravesar la tierra y la historia por completo y
revelarse a todos. Si se contiene y sigue el ritmo de la historia humana es
precisamente para beneficio de los hombres. Si los suyos no reciben bien su
mensaje en el tiempo que tienen, se pone en peligro la continuidad histórica de
la salvación que ha venido a traer: «Deja que se sacien primero los hijos». Esa
manera de hablar revela, no una exclusividad de los judíos, sino un orden en el
plan de salvación: para que pueda llegar a los segundos, terceros, y cuartos,
es necesario que llegue antes a los primeros. Si se desparrama, la salvación se
pierde; tiene que encauzarse por vías que los hombres puedan aprovechar.
Pero en este caso hay algo que
vence la contención de Jesús, y hace que de su corazón desborde la fuente de
salvación también allí: «Señor, pero también los perros, debajo de la mesa,
comen las migajas que tiran los niños». Unas migajas pide. Se humilla y suplica
sin exigencias. La humildad abre nuevos espacios a Dios: en la medida en la que
no nos agrandamos ocupándolo todo con nuestras imágenes y pretensiones,
permitimos que Dios crezca en nuestra vida. El plan de Dios es llegar a serlo
todo en todos. Pero ello exige que cada uno de nosotros vayamos dándole el
lugar que necesitamos que ocupe en nuestras vidas. El plan de Dios es un gran
torrente de salvación que tiene que correr por todos los cauces que le abramos
en la historia.
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