Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Mi paz os doy
Martes de la 5ª semana de Pascua / Juan 14, 27‐31a
Evangelio: Juan 14, 27‐31a
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no
os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se
acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me
amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo.
Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.
Ya no hablaré mucho con vosotros,
pues se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí,
pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el
Padre me ha ordenado, así actúo».
Comentario
Cristo nos da su paz. Es suya porque es distinta. Es diferente
en sí misma y es diferente la manera de darla. El no la da «como la da el
mundo». La paz tal y como la pretende el mundo es la ausencia de problemas. La
paz mundana es mera tranquilidad, pura despreocupación. Por eso, la paz se
acaba reduciendo al poder. A través del dinero o la fuerza política se pretende
evitar el máximo de problemas. La paz mundana es control. La paz del mundo es
una paz que se da desde fuera; es una paz externa. El mundo la da como algo que
no se tiene desde dentro de la vida, sino por un poder externo, ajeno a la
vida. Se tiene que acumular ese poder para poder tener algo de serenidad. Por
eso, ese mismo poder económico, político o físico es también una fuente de
intranquilidad: el poder siempre puede fallar o ser insuficiente, y en nada se
quedaría nuestro paraíso de calma. Porque la vida siempre se escapa al control
de nuestras fuerzas. La paz de Cristo nadie nos la puede arrebatar, porque
nadie nos puede separar del amor de Dios. La paz que Cristo da es Cristo mismo.
Es la relación con Él. Sabernos amados por Cristo con un amor eterno permite
atravesar cualquier situación teniendo la certeza de que todo tendrá sentido. Como
el niño que, dolido por la caída, y aún con lágrimas en los ojos, no teme
mientras esté en brazos de la madre. «Que no se turbe vuestro corazón ni se
acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me
amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo».
El Padre es mayor porque el Padre todo lo trasciende. No hay lugar por oscuro y
doloroso que no inunde la presencia infinita del Padre. Si Cristo con su cuerpo
está en el Padre, entonces está en todas partes. Podemos alegrarnos y vivir en
paz todo —en cualquier lugar y en cualquier circunstancia—; basta que le
amemos, porque al amarle entramos en su presencia.
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