Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Sígueme
Lunes de la 13ª semana de tiempo ordinario / Mateo 8,
18-22
Evangelio: Mateo 8, 18-22
En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha
gente, dio orden de cruzar a la otra orilla.
Se le acercó un escriba y le dijo:
«Maestro, te seguiré adonde vayas».
Jesús le respondió:
«Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos,
pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».
Otro, que era de los discípulos, le dijo:
«Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre».
Jesús le replicó:
«Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus
muertos».
Comentario
Sorprende y asusta la soledad íntima de Jesús: «“Maestro,
te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y
los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”».
Su destino es único. Donde él va nadie puede seguirle nadie. La comunidad de
aquellos que le siguen forma parte de su destino, porque es para ellos su
misión. Pero nadie puede sustituirle. Es su relación personal con el Padre la
que está en juego. Es Él frente al Padre, en esa soledad del ser personal: ni
siquiera el Padre puede estar con Él en ese destino, porque es por y para el
Padre que lo hace. Él no es el Padre, y su relación no quita que Jesús tenga
que ser Él mismo, distinto del Padre, solo frente al Padre. Esa soledad
personal que no deshace la comunión, sino que a exalta: la comunión con el
Padre y la comunión de la Iglesia no diluyen la unicidad de las personas y de
sus destinos. La comunión es comunión de personas, amor entre personas
insustituibles e indelebles.
Por eso, en esa soledad de destino andamos nosotros
también. Tratar de suprimir esa soledad es un error, porque es el espacio
personal en el que se desarrolla nuestro camino único. La comunión con aquellos
que amamos debe sostener ese espacio personal: «darse cuenta de que, incluso
entre los seres más cercanos han de seguir existiendo infinitas lejanías, puede
contribuir a que crezca en ellas una maravillosa forma de vivir juntas, si
consiguen amar y valorar la distancia que reina entre ellas, distancia que les
da la posibilidad de verse siempre uno a otro en toda su figura y ante un
inmenso cielo» (Rilke).
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