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19 de agosto: san Juan Eudes,
presbítero y fundador
Un normando de pro en el siglo XVII, caracterizado por
la terquedad en sus decisiones; de carácter brusco y poco simpático a juicio de
sus contemporáneos. Hizo mucho bien a la Iglesia en aquel momento a pesar de
que los eclesiásticos de entonces se encargaron de hacérselo muy difícil.
Gracias a la perseverancia, a saber lo que Dios le pedía y a la tenacidad en su
oscuro y difícil trabajo contribuyó a la edad de oro del despertar religioso de
su país, cuando Francia salía de las guerras de religión.
En la historia de su vida no ha tenido acceso la
fábula. Nació en Ir, en la diócesis de Seez, el 14 de noviembre del primer año
del siglo. Su padre, Isaac Eudes, iba para cura y se quedó en subdiácono;
rezaba el Oficio Divino cada día como secuela de su condición que tuvo que
interrumpir por verse obligado a levantar la casa familiar, cuando la peste; se
casó con Marta Combin, fueron buenos cristianos y tuvieron a su hijo Juan, que
se educó con los jesuitas de Caen.
Juan fue ordenado sacerdote en el año 1625 y celebró
la Primera Misa en el Oratorio de París fundado no mucho antes por el P.
Bérulle; dos años atrás había conocido el espíritu de los oratorianos en la
casa abierta en Caen a los que se afilió. El P. Bérulle fue un hombre santo
profundamente preocupado por la situación lastimosa del clero francés ignorante
y libertino de su época, llegó a ser cardenal e influyó de modo muy notable en
Francia. En el año 1640 hizo a Juan superior o rector del Oratorio de Caen y
desde allí se organizaron misiones para revitalizar la fe cristiana en la gente
de los alrededores; hay frutos, pero lo malo del caso es que no maduran debido,
en gran parte, a la situación tan deteriorada del clero.
Piensa Juan dedicarse a atender especialmente a los
sacerdotes de cuyo ministerio va a depender de modo primordial que los
cristianos corrientes puedan vivir su fe. Con dolor de su corazón decide dejar
el Oratorio y poner en marcha el nuevo proyecto que incluye también la creación
de seminarios. Encontró apoyo en el cardenal Richelieu, pero se murió y Juan
quedó sin valedor. Pudieron arreglarse las cosas y en 1643, de nuevo en Caen,
funda un Instituto cuya finalidad será poner formación y espíritu en los sacerdotes
y ayudar a quienes se preparan al sacerdocio para que sean curas y vivan como
tales.
A partir de este momento, va a comenzar para Juan
Eudes toda una ristra de dificultades, contratiempos, calumnias y persecuciones
que no le dejarán hasta su muerte. Primero serán las autoridades locales y
provinciales las que no resistieron su lucha por la ortodoxia: el obispo Malé
llegó a cerrarle el seminario recién fundado en Caen, clausurándole la capilla
y el culto. Luego serán las autoridades nacionales que ponen todo tipo de
tropiezos a su gestión y defensa; fue alma sufriente ante la poderosa y eficaz
resistencia con todo tipo de trabas y de juego sucio, a veces abierto y otras
solapado, que llegó a utilizar medios ilícitos para hacerlo desistir de su
intento; el mismo rey Luis XIV hasta el momento complacido con su labor, llegó
a creer las insidias, le retiró su apoyo y lo mandó desterrar. Por último,
serán también las Congregaciones Romanas las que se resistan: sus detractores
oratonianos, jansenistas y lazaristas consiguen impedir que en Roma aprueben
la Congregación de Jesús y de María, llegando hasta el
soborno de su secretario para conseguir la traición. Tuvo que ser la Asamblea
de obispos, reunida en Meulan en 1674, la que examinara el asunto y declarara
con su dictamen la inocencia de Juan Eudes.
Como promotor de los seminarios (después se llamarán
«eudistas»), hay que consignar que, además del fundado en Caen —clausurado en
1650 y vuelto a abrirse en 1653—, con su espíritu terco pudo erigirse otros en
Coutances, Lisieux, Evreux y Rennes.
En cuanto a su trabajo como predicador de la genuina
fe hay que mencionar las múltiples misiones llevadas a cabo en su tierra
normanda que recorrió en todas direcciones, restañando todas las heridas que
encontraba; predicó en las importantes de Bretaña, Picardía; las de
Ile-de-France, Perche, Brie y Borgoña se arremolinaron bajo su púlpito como las
más populosas de Caen, Rouen, Autun, Beaune y el mismo París. La gente acudía a
escuchar su palabra fuerte y vigorosa llamando con claridad a la conversión; de
ese modo lo supo y quiso hacer sin respeto humano en Saint-Germain-des-Près,
cuando estaba presente la reina y la Corte y predicaba el juicio de Dios sobre
quienes despilfarran en fiestas, mientras a su lado se muere la gente de
necesidad.
También fundó la Congregación de Nuestra Señora de la
Caridad con la finalidad de ayudar a sacar de la mala situación a las mujeres
víctimas del vicio.
Puede ser considerado con verdad el precursor de la
devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María antes de que fuera
instituida su fiesta litúrgica.
En el mes de junio de 1680 reunió al Consejo de su
Instituto, dimitió de su función de gobierno y murió, pasados dos meses, el día
19 de agosto.
A fin de cuentas, cumplió con su obligación, casi
siempre a contrapelo, aunque tuviera carácter brusco y no disfrutara del don de
la simpatía. Lo hizo bastante mejor que sus detractores por más que ellos
fueran simpáticos, suaves, condescendientes y se consideraran en la Iglesia
como los únicos amos del cortijo; quizá si hubieran pensado que cuanto más
alto, más y mejor hay que servir…
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