Fe y Vida | Infomadrid
26 de agosto: santa Teresa de Jesús
Jornet e Ibars, fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados
Los mayores, esos a los que se les ha dado en llamar
el colectivo de la Tercera Edad, que ven el ocaso de sus vidas desde el
crepúsculo teñido de rojas claridades malva, tienen hoy mucho que agradecer a
Dios y bastantes de ellos también a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados
porque les cuidan, atienden, dan casa y ofrecen el calor de la familia que
quizá perdieron o acaso les abandonó porque un día se les ocurrió pensar que de
los viejos ya no se podía esperar mucho más, o que eran molestos con sus manías
y achaques. Decía que ellos agradecen al buen Dios el testimonio y vida de unas
personas, en este caso siempre mujeres, que han hecho de su existencia una
ofrenda de caridad efectiva.
Logran hacer de sus casas un lugar agradable,
tranquilo, limpio y ventilado; allí se reza, se come alimento sano, se
proporcionan las medicinas pertinentes y, sobre todo, se derrocha cariño de las
dos clases: humano y sobrenatural. Son un grupo de mujeres tocadas que están
alegres, animosas, activas y optimistas porque es mucho lo que tienen que
levantar; se les ve por las calles llamando a las puertas de las casas, en
pareja, pidiendo mucho de lo que sobra o algo de lo que se usa; llevan con
ellas a todos, el recuerdo de la caridad. ¡Claro que son piadosas! Muy
rezadoras… de la Virgen y del Sagrario sacan la entereza, la fuerza, el afecto
o cariño, comprensión y paciencia que de continuo han de derrochar a raudales
cuando charlan, limpian, lavan, planchan, cocinan para los ancianos o cuando
tienen que animar a tanta juventud acumulada.
Teresa de Jesús, la catalana de Lérida, tuvo en lo
humano muchas coincidencias con su homónima de Castilla; delicada de salud en
el cuerpo y alma grande, espontánea y andariega, con gracejo agradable. En lo
divino tuvieron de común el olvido de sí y, por amor a Dios, saber darse.
Nació en Aytona en 1843 en familia de payeses
cristianos. Creció en un clima doméstico de trabajo honrado. Estudia en Lérida
para maestra y enseñó en Argensola (Barcelona); allí la veían desplazarse cada
semana a Igualada para confesarse.
El Padre Francisco Palau, tío abuelo suyo, está en
trance de fundación de algo y la invita para que le ayude en el intento; pero
Teresa ha pensado más en la vida religiosa donde podrá vivir en silencio y
oración; por eso se hace clarisa entre las del convento de Briviesca, en
Burgos, mientras que su hermana Josefa ingresa en Lérida en las Hijas de la
Caridad de San Vicente de Paúl. Pero la situación política de la segunda mitad
del siglo xix es complicada y compleja, no permite el gobierno la emisión de
votos. Se hace entonces Terciaria Franciscana y recupera algo de la actividad
docente.
Cerca de su patria chica, en Huesca y Barbastro, un
grupo de sacerdotes –con D. Saturnino López Novoa a la cabeza– piensa en una
institución femenina que se dedicara a la atención de ancianos abandonados.
Comprende Teresa que este es su campo y, arrastrando consigo a su hermana María
y a otra paisana, comienza en «Pueyo» con una docena de mujeres y desde
entonces es la cabeza, permaneciendo veinticinco años en el gobierno.
Desde Barbastro cambia a Valencia donde está la
casa-madre de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados porque es la patrona
de la ciudad quien da apellido a la Institución. Luego se extenderán por
Zaragoza, Cabra y Burgos; llenarán de casas-asilo –que así le gusta a la madre
que se llamen para resaltar el clima de familia– la geografía española y pasan
las fronteras. Cuando muere Teresa de Jesús en Liria, el año 1897, llegan a 103
y deja tras de sí a más de un millar de Hermanitas para continuar su labor
hasta siempre, porque siempre ancianos habrá y algunos de ellos quedarán
desamparados.
No quiso ella canonizaciones. Lo dejó dicho y escrito
por si hubiera dentro de la Congregación con el paso del tiempo Hermanitas
canonizables. Mandó que no se gastara dinero en proponer a nadie la subida a
los altares. Ese fue el motivo de que pasaran los años sin el intento de
iniciar su proceso de beatificación; y el rapidísimo salto a la canonización se
debió a la sensibilidad del pueblo y a las manifestaciones sobrenaturales que
tan frecuentemente Dios quiso mandar.
Fue canonizada por el Papa Pablo VI en 1974.
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