Fe y Vida | Infomadrid
29 de agosto: martirio de san Juan
Bautista
El nombre de Herodes ha quedado
como sinónimo de horror. Y no es para menos. Hubo un Herodes, llamado el
Grande, que mandó nada menos que degollar a todos los niños menores de dos años
que vivieran en la región de Belén, cuando tuvo noticias del nacimiento de
Jesús; pasados unos años, vino otro Herodes, su hijo, conocido por Herodes
Antipas, que mandó cortar la cabeza de Juan el Bautista en medio de un banquete
de cumpleaños. ¿Qué quieres? Al mencionar el nombre, a uno, aunque ya no es un
niño, se le remueven los jugos internos. De este último es de quien hablamos en
torno al martirio de Juan.
Quizá sea conveniente una
clarificación del entorno para mejor comprender la historia, porque hablamos de
historia, no de relatos más o menos lejanos que pudieran estar envueltos en la
imprecisión, la épica o cualquier tipo de género negro literario.
Juan, el personaje principal, es
aquel hijo del sacerdote del templo de Jerusalén que se llamaba ZacarÃas y de
su esposa Isabel, la parienta de la Virgen; santificado en la Visitación, se
entregó al hacerse adulto y madurar a cumplir la misión que Dios le habÃa
confiado como Precursor; vivÃa con una austeridad desconocida en el desierto,
predicaba las verdades con una fuerza que arrebataba, llamaba a todos a la
conversión y a la penitencia, logrando que la buena gente formara colas para
ser bautizadas por él en el rÃo Jordán. Todo un tipo.
Herodes Antipas era por el momento
tetrarca, reinando en Galilea y Perea, desde que murió su padre. Un reyezuelo
pequeño con poco quehacer; a lo más, vigilar las fronteras para que no se le
acercaran demasiado los nabateos vecinos. Está sometido al poder de Roma. Pasa
temporadas largas en la fortaleza de Maqueronte donde se ha hecho edificar una
residencia dispuesta con todo el lujo propio del paganismo romano y abundando
en refinamiento oriental. Allà se dedica a la vida cómoda y disfruta del ocio
entre sedas, perfumes, copas y mujeres; tiene de todo y en abundancia.
Un hermano suyo es Arquelao, rey de Judea, Idumea y SamarÃa. También tributario de los romanos.
Otro hermanastro —solo hermano de padre— es Filipo. Este fue muy mal visto por los judÃos al enamorarse de su sobrina HerodÃas y casarse con ella, por problemas de consanguinidad; vive en la capital del Imperio, como oscuro particular.
HerodÃas, otro de los personajes
importantes, es nieta de Herodes el Grande y, por tanto, sobrina de Antipas y
Arquelao; por lÃnea paterna, es también sobrinastra de Filipo, al tiempo que
cuñada de Herodes Antipas. Altiva, dominante, ambiciosa, goza con la intriga,
vive en fantasÃas de grandezas y está ansiosa de fausto.
En Roma está asentado el paganismo
y, entre los importantes, todo son afanes de placer. Por eso va frecuentemente
Antipas allá, con la excusa de informar a su amigo Tiberio del modo de actuar
los gobernadores romanos en su reino. Se hospeda en casa de Filipo y, desde
allÃ, se pasa a los distintos ambientes el grado de superlujo que ha creado en
su fortaleza-palacio-harén de Maqueronte. Con tanta y frecuente intimidad,
surge la pasión de Filipo por HerodÃas y salta la chispa porque a HerodÃas le
deslumbra lo que oye de fastuosidades y está anhelante de poder. Lo tienen
difÃcil de cara a casarse, porque, de una parte, también Herodes tiene por
esposa legÃtima a la hija de Aretas, rey de los árabes nabateos –la que
aburrida y cansada terminó huyendo a refugiarse en la corte de su padre–, y de
otra parte, los rabinos judÃos son duros y exigentes en este asunto.
Pero acaban triunfando pasión y
ambición. HerodÃas abandona a su esposo, toma a su hija y se va en busca de la
fastuosidad y el boato de Maqueronte. Cuantas más fiestas, mejor se olvida la
tensión nabatea por el orgullo herido del rey, y una ocasión especial se
presenta con el cumpleaños de Antipas. Pero son meses los que lleva en la
mazmorra Juan el Bautista. Se le ocurrió, al poco tiempo de llegar, decirle
secamente y sin fisura al rey: «no te es lÃcito vivir con la mujer de tu
hermano». Y se molestó la dama. No lo pudo aguantar y se puso furiosa con el de
piel de camello. Pidió y exigió la cárcel para callar aquella voz que le
parecÃa insolente. Conseguido el primer paso, forja un plan para el cumpleaños,
cuando todos estuvieran movidos por el licor y excitados por la sensualidad al
contemplar el contorneo de su hija que ella se encargarÃa de motivar.
Presente la nobleza, los
importantes jefes palaciegos y militares, los aduladores y los trepas; otros
solo son comilones y juerguistas, pero hay muchos invitados. La fiesta es
grande, va de más a mejor, tendiendo a lo apoteósico. En el apogeo no actuarán
hoy las bailarinas asalariadas; será la mismÃsima hija de la querida del
tetrarca a la que Flavio Josefo llama Salomé. Ondulaciones, giros y carácter
impúdico de aquella que tiene juventud y arte. Se estremece Herodes y jura: «Te
daré lo que pidas». La consulta a la madre tiene una respuesta maquinada:
«Ahora mismo, la cabeza del Bautista». Dice el Evangelio que Herodes tuvo pena;
pero, si la hubo, fue tan ineficaz como cobarde. Rodó por el suelo la cabeza y
la pusieron con mal gusto en un plato como regalo.
SucedÃa que, al molestar una boca,
los grandes de aquella época la hacÃan callar con su enorme poder. Los medios
solo están en dependencia del refinamiento y del gusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...