Fe y Vida | José Calderero de Aldecoa
17 de octubre: san Ignacio de
Antioquía, obispo y mártir
Fue el tercer obispo de Antioquía, lugar donde se
empezó a conocer a los seguidores de Cristo como cristianos. Ignacio fue el
primero en llamar a la Iglesia católica. Fue condenado a morir devorado por los
leones. Oraba intensamente para que los leones le destrozaran por amor a Dios.
Durante el viaje al martirio escribió siete cartas a las Iglesias de Asia Menor
Poco se sabe de la vida familiar de Ignacio de
Antioquía. Casi todo lo que hoy se sabe de él proviene de las siete cartas que
él mismo escribió mientras era llevado al martirio.
Se dice que él fue el niño al que Jesucristo llamó
para invitar a sus apóstoles a hacerse como niños: «Él llamó a un niño, lo puso
en medio de ellos y dijo: Os aseguro que si no os hacéis como niños, no
entraréis en el Reino de los Cielos».
Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía, situada en
Siria. La ciudad era una de las más importantes de toda la cristiandad. Fue
allí donde se empezó a llamar cristianos a los discípulos de Cristo. Fue allí
también donde Ignacio se refirió a la Iglesia como católica, es decir,
universal. Antioquía, en orden de importancia, se situaba solo detrás de Roma y
Alejandría. Era una ciudad con gran número de cristianos.
Antioquia era gobernada bajo las órdenes del emperador
Trajano, que si bien al principio respetó a los cristianos, posteriormente los
persiguió por oponerse a los dioses que él adoraba. Ignacio fue arrestado por
negarse a adorar a dichos dioses y por proclamar la existencia de un solo Dios
verdadero.
Fue conducido a Roma para ser martirizado. Durante el
viaje escribió sus famosas siete cartas, que se pueden dividir en dos grupos.
Las primeras seis cartas iban dirigidas a las iglesias de Asia Menor para
exhortarlas a mantener la unidad interna y prevenirlas contra las enseñanzas
judaizantes, entro otras. La séptima carta está dirigida a la Iglesia de Roma.
En ella, les pide que no intercedan por él para salvarle del martirio. Al
contrario, les escribió: «Por favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras
no me hagan nada. Esto no sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser
devorado, molido como trigo, por los dientes de las fieras para así demostrarle
a Cristo Jesús el gran amor que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno
de miedo, no me vayan a hacer caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan
sobre mí, fuego, cruz, cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi
cuerpo sea hecho pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús».
En cada parada de viaje aprovechaba para reunirse con
los cristianos de la zona, que salían junto con su obispo para escuchar a
Ignacio y recibir su bendición.
Al llegar a Roma, fue conducido al Coliseo donde fue
echado a la tierra para ser devorado por las fieras. Las autoridades soltaron
dos leones hambrientos que destrozaron a Ignacio, otorgándole la gloriosa
corona del martirio que tanto ansiaba por amor a Jesucristo. San Ignacio murió
en el año 107. Sus restos fueron trasladados de nuevo a Antioquía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...