Reflexión | Carlos Pérez Laporta
Madera de deriva
«Estoy hecho de madera de deriva», canta Jorge Drexler. António
Zambujo con su voz trasplantó la letra muy cerca del fado portugués, donde ha
encontrado la hondura que necesitaba para llegar donde nacen nuestras vidas.
Las maderas de deriva son los troncos que llegan a las orillas transformados
por el desgaste de las aguas. Hay quien las recoge para decorar con ellas sus
casas. Quizá porque figuran la deriva de nuestras propias vidas.
También algo de mà va a «merced de la resaca del rÃo».
Soy nueve meses sordo, mudo y ciego en un vientre que no escogÃ. Soy el amor de
mi madre que no merecÃa, sus sufrimientos, sus tensiones sobrevenidas. Soy las
palabras inteligentes de mi padre y sus hondos silencios. Sigo enredado en los
juegos y disputas con mis hermanos. A la sombra de mis abuelos, vivo en el
recuerdo de la Navidad donde todavÃa estábamos todos.
Soy los partidos de fútbol entre clases casi siempre
aburridas, pero que algo me enseñaron. Soy los compañeros de los que ya no me
acuerdo y el primer beso que no se me olvida. Borracheras de adolescencia que
también me hicieron, como las de mayor jugando a ser niño todavÃa. Soy mis
maestros y llevo siempre conmigo a mis amigos. Soy el silencio de mis
oraciones. No pienso casi nada que no haya leÃdo en los libros que cayeron en
mis manos. Soy el ritmo de mi música.
El mal dormir marca mis ojos, «con mis luces malas y
mis noches buenas». Avanzo peleando conmigo mismo, lloro a veces y rÃo. Soy mis
horas perdidas, mis pocos aciertos y mis muchos errores. «Tengo las aristas tan
pulidas»: mis pecados, cantos rodados por el perdón y la misericordia. Soy las
personas a las que he amado y ayudado; pero también las que he dañado o
abandonado. Soy cada lÃnea que escribo y todavÃa más las que callo. Ahora me
dan forma tus ojos que me buscan entre lÃneas.
Soy lo que he sido y se ha ido. «Me fui tatuando de
agua y de tiempo». Tengo la forma de mi pasado, de lo que me ha sido
arrebatado. «Soy todo aquello que no puedo llamar mÃo»; una huella de todo lo
que he perdido. El tiempo es un tigre que me devora, pero yo soy ese tigre. Soy
mi propio destrozo, la vida que he perdido viviendo. Agitado, «vengo, voy y
vengo».
Y, sin embargo, no formo parte de la marea. Soy la
forma que queda, la resistencia a perder lo perdido. Soy el perfil de lo que
permanece, porque hay algo que no es devorado por el tiempo. O mejor dicho, hay
alguien que es corroÃdo. Estas maderas de deriva tienen de hermoso justo lo que
se queda en la corrosión. Yo «soy este que quedará en pie cuando yo muera». Soy
lo que queda cuando todo se acaba, lo que se resiste a morir y a perderse en el
tiempo, lo que no puedo llamar mÃo. ¿Por qué resisto a la marea? ¿A dónde
llegar en mi deriva?
La pregunta es molesta. Los que nos conocen querrÃan
resolver las dudas, decirnos que somos lo que siempre fuimos. Como si fuéramos
deriva, y no lo que resiste a ella. La polÃtica, la biologÃa, la psicologÃa, la
sociologÃa, la filosofÃa y la teologÃa: pesan las vidas y definen lo que somos.
Basta el número. El algoritmo nos mira y nos mide. Lee
nuestros movimientos. Se ofrece a salvarnos, a darnos un lugar en el mar de
datos. Porque, es verdad, somos también esos datos: lo que comemos, lo que
votamos, lo que gastamos.
Pero lo que somos, aunque nos entretiene casi todo el
tiempo, no importa demasiado; porque quien tiene que tener sentido, quien sufre
y llora, quien elige y se equivoca, somos nosotros. Esos que nos resistimos a
ahogarnos y seguimos el curso de las aguas. Por muy parecida que sea mi vida a
tantas otras, solo yo viviré esta vida mÃa: ¿qué sentido tiene volver a salir
siempre a flote? Porque vivir cansa. La libertad de vivir la propia vida, de
sobrevivir a las mareas y navegar sobre las olas fatiga nuestro cuerpo y
nuestra alma.
Por eso, también nosotros muchas veces queremos
sencillamente dejarnos llevar. Porque es agotador buscar el sentido a la
deriva. El mar abierto no tiene contornos. De ahà que intentemos que nos baste
con ser abogados, médicos, padres de familia, curas o funcionarios. Nos
entregamos al mecánico flujo de estas desiertas oficinas que no radian las
agonÃas. Pensamos que siendo cosas o haciendo cosas acallaremos la cuestión
realmente urgente, lo único que realmente quema. Pero nada puede atrapar ese
que soy, y que siempre se escapa a todos los trajes a medida. ¿Quién soy yo?
Para responder quizá necesitemos llegar a la orilla.
Quizá sea necesario alguien que nos sea puerto y transforme nuestra deriva en
travesÃa con sentido. «Un dÃa derivé hacia tu orilla. Quedé varado en un recodo
de tu arena. Te hiciste con mis sueños y con mis pesadillas, con mis luces
malas y mis noches buenas. No sé qué es eso que llaman destino. Acaso apenas
una veta en la madera. Yo solo sé que hice un alto en el camino. Y que hoy me
quedarÃa por siempre a tu vera».
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