Espiritualidad | Benedetta Capelli
El Papa: Entre el polvo
tóxico del mundo, las cenizas nos recuerdan quiénes somos
En la misa
celebrada en la Basílica de Santa Sabina con motivo del inicio del camino
penitencial, el Cardenal Penitenciario Angelo De Donatis leyó la homilía de
Francisco: este período que nos redimensiona es una invitación a reavivar la
esperanza. La celebración estuvo precedida por la procesión penitencial desde
la iglesia de Sant'Anselmo all'Aventino.
«Acompaña con
tu benevolencia, Padre misericordioso, los primeros pasos de nuestro camino
penitencial, para que la observancia exterior corresponda a una profunda
renovación del espíritu». La oración pronunciada por el cardenal Angelo De
Donatis, Penitenciario Mayor y delegado del papa Francisco, marca el inicio de
la liturgia estacionaria en la iglesia de Sant'Anselmo all'Aventino, seguida
después por la procesión penitencial hasta la basílica de Santa Sabina. Aquí,
con la celebración de la Misa y la imposición de las Cenizas, comienza el
camino cuaresmal.
Unidos al Papa Francisco
Las letanías
de los santos acompañan los pasos hacia la Basílica. Los monjes benedictinos de
San Anselmo, los padres dominicos de Santa Sabina, obispos y cardenales junto
con los fieles cruzan el umbral. El cardenal Angelo De Donatis pronunció la
homilía por el Papa, hospitalizado en el Policlínico Gemelli desde el 14 de
febrero, dirigiéndole un pensamiento.
Nos sentimos
profundamente unidos a él en este momento y le agradecemos el ofrecimiento de
su oración y de sus sufrimientos por el bien de toda la Iglesia y del mundo
entero.
La experiencia de la fragilidad
Las palabras
de Francisco se entrelazan con la fragilidad y la esperanza: palabras clave que
acompañan el camino de la Cuaresma hacia la Pascua. En efecto, las cenizas nos
recuerdan lo que somos, pero son también la esperanza de lo que seremos. El
gesto de inclinar la cabeza para recibir las cenizas es una invitación a mirar
dentro de nosotros mismos. «Las cenizas, en efecto, - recuerda el Papa nos
ayudan a hacer memoria de la fragilidad y de la pequeñez de nuestra vida. Somos
polvo, del polvo hemos sido creados y al polvo volveremos. Y son tantos los
momentos en los que, mirando nuestra vida personal o la realidad que nos rodea,
nos damos cuenta de que la existencia del hombre “es tan sólo un soplo”».
Nos lo enseña
sobre todo la experiencia de la fragilidad, que experimentamos en nuestros
cansancios, en las debilidades que debemos afrontar, en los miedos que nos
habitan, en los fracasos que nos queman por dentro, en la caducidad de nuestros
sueños, en el constatar qué efímeras son las cosas que poseemos.
Polvos en suspensión y tóxicos
La enfermedad
también nos hace experimentar fragilidades como la pobreza y el dolor «que a
veces irrumpe de manera repentina sobre nosotros y sobre nuestras familias».
Francisco advierte también de los «polvos en suspensión» que contaminan el
mundo: «la contraposición ideológica, la lógica de la prevaricación, el regreso
de viejas ideologías identitarias que teorizan la exclusión del otro, la
explotación de los recursos de la tierra, la violencia en todas sus formas y la
guerra entre los pueblos».
Todo ello es
como “polvo tóxico” que enturbia el aire de nuestro planeta, impidiendo la
coexistencia pacífica, mientras crecen en nosotros cada día la incertidumbre y
el miedo al futuro.
La muerte exorcizada
La fragilidad
nos recuerda la muerte a menudo exorcizada, en la sociedad de las apariencias e
incluso en el lenguaje, «pero que se impone como una realidad con la que
debemos lidiar, signo de la precariedad y transitoriedad de nuestras vidas».
Así, a pesar
de las máscaras que nos ponemos y de los artificios a menudo ingeniosamente
creados para distraernos, las cenizas nos recuerdan quiénes somos. Esto nos
ayuda. Nos remodela, atenúa la dureza de nuestros narcisismos, nos devuelve a
la realidad, nos hace más humildes y disponibles los unos para los otros:
ninguno de nosotros es Dios, todos estamos en camino.
Cenizas preciosas a los ojos de Dios
Mirarnos a
nosotros mismos, inclinar la cabeza, pero también levantarla para mirar a
«Aquel que resucita de las profundidades de la muerte, arrastrándonos también a
nosotros de las cenizas del pecado y de la muerte a la gloria de la vida
eterna». Esta es la esperanza que se vive en Cuaresma. «Sin esta esperanza
-subraya el Papa- estamos condenados a soportar pasivamente la fragilidad de
nuestra condición humana», a vivir en la tristeza y la desolación. Sin embargo,
es importante recordar que somos «polvo precioso a los ojos de Dios» y estamos
destinados a la inmortalidad.
Ser signo de esperanza en el mundo
La invitación
de Francisco es volver a poner a Jesús en el centro de nuestra vida «para que
el recuerdo de lo que somos —frágiles y mortales como cenizas esparcidas por el
viento— sea iluminado finalmente por la esperanza del Resucitado». En efecto,
orientar la vida hacia Cristo hace del hombre «un signo de esperanza para el
mundo». La limosna, indica el Papa, nos invita a «salir de nosotros mismos para
compartir las necesidades de los demás». De la oración aprendemos a
«descubrirnos necesitados de Dios o, como decía Jacques Maritain, “mendigos del
cielo”»; del ayuno aprendemos «que tenemos hambre de amor y de verdad, y sólo
el amor de Dios y entre nosotros puede saciarnos de verdad y darnos la
esperanza de un futuro mejor».
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