Meditación | Hna. Ángela Cabrera*
Dolores y Sacrificio
(Jr 20,10-13; Sal 17; Jn 10,31-42)
Hoy, viernes,
semana 5ª de Cuaresma, previo al Viernes Santo, las lecturas te van
introduciendo en el sentido del sacrificio. Recordando que en la Semana Santa
podrás contemplar el sacrificio de Jesús, consumado en la cruz, por nuestra
salvación. De ahí que nos toca a ti y a mí, unir al sacrificio de Cristo, todo
pequeño sacrificio que tengamos que afrontar, para que en Él encuentre validez,
sentido, y fecundidad.
Recupera el
ejemplo de Jeremías, en la primera lectura. Los “amigos” del profeta buscaban
sacrificarlo. Porque, en el fondo, Dios era el verdadero amigo del profeta. El
enemigo supremo de Dios y sus planes, le gusta actuar contra los enviados del
Señor. Y para llevar a cabo su maquinación, utiliza a los débiles de espíritu,
cercanos al elegido o la elegida del Señor. Así puede alcanzarlo, lastimarlo,
sacarlo del camino.
Los reflejos
de la persecución del profeta comenzaron con el cuchicheo de la gente. Buscaban
seducirlo, hacerlo tropezar. Pero su fortaleza, su refugio seguro, estaba en el
Señor, su fuerte soldado. Cuando tú tienes a Dios como defensa y escudo, no te
distraen las murmuraciones en tu contra. Mientras la gente habla, tú, como el
profeta, has de conversar con el Señor. Así te alimentas de confianza, y los
comentarios torcidos resbalan sin importancia.
La agresión al
profeta, además, integraba maquinaciones en su contra, para quitarle la vida.
Pero quien confía sabe, de verdad, que los planes malvados se vierten contra
quien los ejecuta. La vida de los mártires continúa más allá de la muerte.
En la primera
parte del texto, Jeremías llama “amigos” a sus contrarios; pero a la mitad del
pasaje, les reconoce y les declara enemigos. Ya no cabía duda. Todo se había
confirmado. El profeta no movió un dedo para vengarse. El escarmiento llegó a
sus contrarios mediante el fracaso de los planes. La vergüenza de la derrota se
tornó lección de vida. Este es el resultado de quien encomienda a Dios su
causa.
En el
evangelio, los judíos buscaban sacrificar a Jesús; ellos agarraron piedras en
su contra. Con todo, ninguna de estas piedras pudo detener ni atajar las obras
que el Señor hacía. Las cosas de Dios, por más obstáculos que busquen
impedirlas, se abren camino, a veces de forma sutil o subterránea. Porque más
allá del impacto de las piedras está la gracia, la unión, la consagración, que
cubre a quienes Dios ha elegido para su servicio. Ningún montón de piedras
puede ocultar la obra que el Señor busca realizar para manifestar su gloria.
A Jesús le
tocó escabullirse de las piedras lanzadas en su contra. Los judíos no eran
quienes determinarían la causa ni la hora de su sacrificio. Su sacrificio
vendrá en total libertad y disposición para nuestra redención. De igual manera,
el fracaso de los contrarios quedará evidente en el acontecimiento de la
resurrección.
Preguntas que
llevan al silencio: ¿Qué provoca en ti la palabra “sacrificio”? ¿Tú puedes
nombrar los sacrificios que haces? ¿Dónde comienza la vida sacrificada? ¿A
quién beneficia tus sacrificios? ¿Tú haces que otros se sacrifiquen por ti?
¿Qué significa entregar la vida por la causa de Jesús? ¿Tú crees que puede
haber verdadero sacrificio cuando alguien se economiza la entrega? ¿Cómo tú
relacionas los términos “dolor” y “sacrificio”?
¿Tú has vivido
la experiencia de que amigos cercanos te persigan? ¿Por qué el enemigo se apoya
en los débiles de espíritu para interrumpir la obra de Dios? ¿Tú puedes
desenmascarar al enemigo cuando quiere usarte para sus maquinaciones? ¿Cuáles
serían las formas modernas de “tirar piedras”? ¿Cuál es tu escudo protector
para que las piedras en tu contra no te lastimen? ¿Por qué con Jesús aprendes a
desarmarte? ¿Por qué la inocencia, el perdón, la unción del Señor, es gracia
protectora?
Virgen María,
Madre y Señora nuestra. Tú que sufriste los dolores de la persecución y el
sacrificio de tu Hijo, enséñame a identificar el sentido del verdadero
sacrificio. Que pueda, junto a ti, purgarme con los dolores auténticos, y dejar
de lado los sufrimientos estériles, que no aportan ni suman a la salvación
integral. Tú que eres estrella de la esperanza, marca la ruta de mis pasos. Que
pueda, Señora y Madre, tener paciencia en los momentos de dolor; y esperar, en
silencio, el amanecer de la justicia. Que no me lastimen las piedras
distractoras del camino. Cúbreme con tu santo manto, mientras yo me esfuerce
por hacer lo que diga tu Hijo Jesús.
¡Seamos
santos!
*Discípula
Misionera por la Santidad
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