Para Vivir Mejor | Regino Navarro
Esperanza:
qué es y cómo vivir con ella cada día
En una pequeña celda de la prisión de Robben
Island, Nelson Mandela garabateaba en las paredes. «La esperanza es lo
último que se pierde», escribía el hombre que pasaría 27 años encarcelado
antes de liderar la transformación de Sudáfrica. Mientras tanto, a millas de
kilómetros, en un ático de Ámsterdam, una adolescente llamada Ana Frank
escribía en su diario: «A pesar de todo, sigo creyendo en la bondad humana». Y
en algún lugar de Calcuta, una diminuta monja llamada Teresa se inclinaba sobre
un moribundo, susurrándole palabras de consuelo, convencida de que cada pequeño
gesto de amor cambia el mundo.
La esperanza. Esa misteriosa fuerza que ha movido
montañas, inspiradas revoluciones, y sostenido a la humanidad en sus momentos
más oscuros. No es un simple optimismo ingenuo, no es el «todo saldrá bien» que
escribimos en tarjetas de felicitación. Es algo más profundo, más resistente,
más transformador.
Cuando los científicos buscaban la vacuna contra
el COVID-19, trabajando sin descanso en laboratorios de todo el mundo, ¿qué los
mantenía despiertos noche tras noche? Cuando una madre espera a su hijo
adolescente que llega tarde, ¿qué la mantiene junto al teléfono? Cuando un
emprendedor se levanta después de su tercer fracaso, ¿qué lo impulsa a
intentarlo una vez más?
La esperanza tiene muchos rostros. Está en el
agricultor que planta un olivo a los ochenta años, sabiendo que no verá su
fruto. Está en el maestro que repite la lección por décima vez, creyendo que
esta vez sí, su alumno comprenderá. Está en el científico que persigue una cura
contra el cáncer, en el activista que planta árboles en el desierto, en el
artista que crea belleza en medio del caos.
«La esperanza es esa cosa con plumas que se posa
en el alma», escribió Emily Dickinson. Y tenía razón. Porque la esperanza no
pesa, nos hace más ligeros. No nos ata al suelo, nos da alas. No nos
conformamos con lo que hay, nos impulsa hacia lo que puede ser.
En las siguientes páginas, exploraremos esta
fuerza extraordinaria que ha sido el motor secreto de la historia humana.
Veremos cómo la han entendido los grandes pensadores, cómo la han vivido los
héroes cotidianos, y sobre todo, cómo podemos cultivarla en nuestros propios
jardines personales.
Porque hoy, más que nunca, necesitamos esperanza.
No la esperanza pasiva del que espera que otros resuelvan los problemas, sino
la esperanza activa del que se arremanga y se pone manos a la obra. La
esperanza del colibrí que, ante el incendio del bosque, vuela una y otra vez a
buscar gotas de agua con su pequeño pico. Cuando los otros animales le dicen
que es inútil, que no podrá apagar el fuego, el colibrí responde: «Lo sé, pero
estoy haciendo mi parte».
¿Qué es la
esperanza?
La esperanza es un concepto complejo que tiene
dimensiones psicológicas, filosóficas y religiosas. Desde una perspectiva psicológica, la
esperanza puede entenderse como:
- Un estado mental que combina la capacidad de visualizar metas positivas
en el futuro.
- La motivación y energía para perseguir esos objetivos.
- La creencia en que existen caminos para alcanzar lo que deseamos.
Sin embargo, la esperanza va más allá del simple
optimismo, aunque lo contemple. A menudo surge precisamente en momentos de
dificultad o incertidumbre, actuando como una fuerza que nos ayuda a persistir
incluso cuando no tenemos garantías.
«No es lo mismo esperar el autobús que esperar un
milagro», bromeaba un filósofo contemporáneo. Y tenía razón. La esperanza es un
concepto que usamos para realidades muy diferentes. ¿Qué tiene en común la
esperanza de ganar la lotería con la esperanza de curar una enfermedad? ¿Qué
diferencia la esperanza del simple deseo?
Gabriel Marcel, un pensador francés que vivió las
dos guerras mundiales, lo tenía claro: «El optimista es como alguien que hace
cuentas en una libreta; la esperanza es quien sigue cantando en medio de la
tormenta». El optimista calcula probabilidades; quien espera, confía y actúa.
Pensemos en Thomas Edison. Después de miles de
intentos fallidos para crear la bombilla eléctrica, un periodista le preguntó
si no se sentía fracasado. Su respuesta: «No, fracasó. He encontrado 10.000
formas que no funcionan». Eso es esperanza en acción: la perseverancia
iluminada por una visión.
O consideramos a Jane Goodall. Cuando llegó a
Tanzania en 1960, solo tenía un cuaderno y unos prismáticos. Hoy, a casi 90
años, sigue viajando por el mundo, plantando árboles con niños, convencida de
que podemos salvar nuestro planeta. «Lo que haces puede parecer una gota en el
océano», dice, «pero el océano sería menos sin esa gota».
La esperanza tiene mala fama entre algunos
intelectuales. La consideran un opio, una forma de autoengaño. Pero la
verdadera esperanza no es ciega: ve los obstáculos y aún así decide avanzar.
Como decía Václav Havel, el dramaturgo que llegó a presidente: «La esperanza no
es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene
sentido, independientemente de cómo resulte».
«Quien tiene
un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo»
La esperanza es el motor que nos impulsa a seguir
adelante incluso en los momentos más oscuros. No es un simple deseo pasajero,
sino una fuerza profunda que se alimenta del sentido y el propósito de nuestra
vida. Víctor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, lo expresó con
claridad: «Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier
cómo». En los campos de concentración, observó que aquellos que encontraban un
significado en su existencia, por pequeño que fuera, eran los que tenían mayores
posibilidades de sobrevivir.
La esperanza no es ingenua ni ciega. Es una
visión del futuro que transforma el presente. En la Segunda Guerra Mundial, los
prisioneros que se aferraban a la idea de reencontrarse con sus seres queridos,
de publicar sus escritos o de completar un proyecto de vida, resistían mejor el
horror que los rodeaba. Su esperanza era una luz que los guiaba a través de la
adversidad.
Pero la esperanza no solo se encuentra en los
momentos extremos. Todos, en diferentes etapas de la vida, nos enfrentamos a
crisis, desilusiones y días en los que parece que nada tiene sentido. Aquellos
que tienen un propósito claro, una razón para levantarse cada mañana, son los
que logran superar los obstáculos con mayor entereza. Es el caso de Malala
Yousafzai, quien, a pesar de haber sido atacada por defender el derecho de las
niñas a la educación, nunca perdió la esperanza de cambiar el mundo.
La historia de Nelson Mandela también nos
recuerda cómo la esperanza puede ser una herramienta de transformación. Durante
sus 27 años en prisión, nunca perdió de vista su sueño de una Sudáfrica libre y
justa. Su esperanza no era pasiva, sino activa: alimentada por la convicción de
que su lucha tenía sentido.
La esperanza suele llevar consigo una actitud
optimista y positiva de la vida. Un gran ejemplo de esto es la historia de
Helen Keller, quien, a pesar de haber quedado sorda y ciega desde temprana
edad, desarrolló una actitud inquebrantable de esperanza y superación. Con la
ayuda de su maestra Anne Sullivan, aprendió a comunicarse y logró convertirse
en escritora, conferencista y activista. Su vida nos enseña que la esperanza y
el optimismo pueden abrir puertas incluso en las circunstancias más desafiantes.
Otro ejemplo es el de Winston Churchill, quien,
durante la Segunda Guerra Mundial, mantuvo una actitud inquebrantable y alentó
a su pueblo con discursos llenos de optimismo y determinación. Su famosa frase
«Nunca, nunca, nunca te rindas» se convirtió en un lema de resistencia y
esperanza para millones de personas.
La esperanza,
un rasgo universal presente en todas las culturas
Veamos un recorrido por diversos pensadores y sus
reflexiones sobre la esperanza, y qué aportan al análisis de esta condición del
espíritu humano:
- Platón: «La esperanza es el sueño del hombre despierto»
- Séneca advirtió: «La esperanza es el único bien común a todos los
hombres; incluso los que no tienen nada más, la poseen».
- Albert Camus: «Donde no hay esperanza, debemos inventarla»
- San Agustín: «La esperanza tiene dos hijas hermosas: la indignación y el
coraje. Indignación por la realidad de las cosas, y coraje para cambiarlas».
-Viktor Frankl: «La vida nunca se vuelve insoportable por las circunstancias, sino solo por la falta de significado y propósito»
- Ernst Bloch: «Lo que guía todas las utopías es la esperanza»
- Paulo Freire: «La esperanza es una necesidad ontológica»
- Howard Zinn: «La esperanza es encontrar la fuerza para seguir adelante incluso cuando sabemos que las probabilidades están en nuestra contra»
- Václav Havel: «La esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien,
sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte»
- Emily Dickinson: «La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el
alma»
- Martin Luther King Jr.: «Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca
perder la esperanza infinita»
Cada persona puede cultivar la esperanza, incluso
en tiempos difíciles. Se trata de conectar con aquello que nos da sentido: la
familia, un proyecto personal, la fe, el servicio a los demás o la búsqueda del
conocimiento. La esperanza no es una garantía de que todo saldrá bien, pero sí
es la certeza de que vale la pena intentarlo.
En un mundo lleno de incertidumbre, la esperanza
es la chispa que nos permite avanzar, reinventarnos y construir un futuro
mejor. Porque, al final, como dijo Frankl, «el hombre está dispuesto a sufrir
en la medida en que pueda encontrar un sentido a su sufrimiento». Y ese
sentido, muchas veces, nace de la esperanza.
Rasgos de un
optimismo sano
No hay que confundir la esperanza con el
optimismo como decíamos, pero sin embargo este rasgo psicológico tiene su
fundamento en la esperanza. En efecto, una persona con esperanza tiene una
visión positiva y optimista de sí mismo y de la vida. El optimismo genuino no
es una negación de los problemas ni una ilusión ingenua. Es una forma de
enfrentar la vida con confianza y determinación, reconociendo los desafíos,
pero creyendo en la posibilidad de superarlos. Algunas de sus características
son:
Realismo esperanzador: No se trata de ignorar los problemas, sino de abordarlos con una actitud de búsqueda de soluciones. Los grandes líderes, como Nelson Mandela, sabían que la lucha sería difícil, pero creían en un futuro mejor y trabajaban para alcanzarlo.
Resiliencia ante la adversidad: Las personas
con optimismo sano no se derrumban ante los fracasos. Aprenden de ellos y
siguen adelante, como lo hizo Thomas Edison, quien, después de miles de
intentos fallidos, finalmente logró inventar la bombilla eléctrica.
Capacidad de adaptación: En un mundo
cambiante, el optimista sabe que no todo saldrá como espera, pero confía en su
capacidad para ajustarse a las circunstancias y encontrar nuevas oportunidades.
Inspiración para los demás: Un optimista
no solo se motiva a sí mismo, sino que contagia su energía a los demás. Así lo
hizo la Madre Teresa de Calcuta, cuya esperanza y compasión transformaron la
vida de miles de personas en condiciones extremas.
«La esperanza
es lo último que se pierde»
Esta es una frase que ha resonado a través de
culturas y tiempos, manifestándose en diferentes formas. En el refranero:
·
«Mientras hay vida, hay esperanza”
·
«No hay mal que cien años dure»
·
«Después de la tormenta viene la calma»
·
«Al mal tiempo, buena cara»
También en la literatura: Emily Dickinson
describió la esperanza como «esa cosa con plumas que se posa en el alma» Miguel
de Unamuno habló de la «santa esperanza» que nos mantiene vivos Pablo Neruda
escribió: «Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera»
«Mientras hay vida, hay esperanza», dice el
refrán. Es curioso cómo la sabiduría popular coincide con las tradiciones
milenarias. Los antiguos romanos ya decían Y es que la esperanza está tejida en
el ADN cultural de la humanidad.
Cuando los antiguos griegos abrieron la caja de
Pandora, todos los machos se esparcieron por el mundo. Pero en el fondo de la
caja quedó algo: la esperanza. ¿Era otro mal más o el antídoto para todos
ellos? Los filósofos siguen debatiendo, pero los griegos sabían algo
fundamental: sin esperanza, la vida sería insoportable.
En el Antiguo Testamento, la esperanza tiene
rostro y nombre. Es Abraham caminando hacia una tierra prometida que no conoce.
Es Moisés alzando su bastón frente al mar Rojo. Es David enfrentándose a Goliat
con cinco piedras y un mundo de coraje. No son historias de optimistas
ingenuos, sino de personas que se atrevieron a dar un paso más allá de lo
posible.
La esperanza
es contagiosa y activa
«La esperanza es un árbol en flor que se balancea
dulcemente al viento», escribió un poeta japonés. Pero los árboles necesitan
raíces. La esperanza que perdura es la que se traduce en acción.
En 1944, en el campo de concentración de
Auschwitz, un grupo de prisioneros judíos hizo algo extraordinario: organizó
una orquesta. Entre el horror y la muerte, decidió crear belleza. Uno de los
supervivientes escribió más tarde: «Tocábamos para mantenernos humanos». La
música era su forma de esperanza activa.
Más cerca de nuestro tiempo, en 2010, 33 mineros
quedaron atrapados en una mina chilena. Durante 69 días, a 700 metros bajo
tierra, mantuvieron la esperanza organizándose, rezando, cantando. Arriba, sus
familias acamparon en el desierto, negándose a abandonar. Lo llamaron
«Campamento Esperanza». Y la esperanza ganó.
María González, trabajadora social en un barrio
marginal de Madrid, lo explica así: «Cada día veo pequeños milagros. Una madre
que consigue trabajo después de cien intentos. Un adolescente que decide volver
a estudiar. Un anciano que aprende a usar WhatsApp para hablar con sus nietos.
La esperanza tiene rostros concretos».
Un niño africano dibuja en el polvo sus sueños de
ser médico. Una sueca adolescente se planta frente al parlamento para exigir
acción contra el cambio climático. Un empresario social invierte sus ahorros en
energía limpia. La esperanza habla muchos idiomas.
Malala Yousafzai recibió un disparo por defender
la educación de las niñas. Desde su cama de hospital declaró: «Un niño, un
profesor, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo». Hoy, su fundación educa
a miles de niñas. La bala no mató su esperanza; la multiplicó.
José Mujica, el expresidente uruguayo que donaba
el 90% de su salario, vive en una pequeña chacra y cultiva flores. «Soy
jardinero», dice, «y cada flor que planto es un acto de esperanza». A sus más
de 80 años, sigue creyendo que un mundo mejor es posible.
¿Cómo mantener la esperanza en tiempos de crisis
climática, polarización social y desigualdad creciente? Quizás la clave está en
la paradoja que señaló Martin Luther King: «Si no puedo hacer grandes cosas,
haré pequeñas cosas de manera grande».
La esperanza
en la era digital
Las redes sociales pueden parecer un páramo de
negatividad, pero también son territorio fértil para la esperanza. Campañas
solidarias que se viralizan, comunidades que se organizan para ayudar,
conocimiento que se comparte libremente.
«La tecnología es como un martillo», dice Ana
Pérez, desarrolladora de apps sociales. «Puede usarse para construir o para
destruir. Depende de nosotros convertirla en herramienta de esperanza».
Pequeños
gestos, grandes cambios
En un hospital de Barcelona, voluntarios
leen cuentos a niños enfermos. En un pueblo de
Zamora, los vecinos se turnan para acompañar a ancianos
que viven solos. En una escuela de Buenos Aires, los alumnos crean un huerto
urbano en la azotea.
«La esperanza es contagiosa», dice Juan Martínez,
maestro jubilado que da clases gratis a niños con dificultades. «Cuando ayudas
a alguien a creer en sí mismo, esa persona ayudará a otros. Es como una cadena
infinita de luz».
La esperanza
cristiana: una visión que va más allá
La esperanza cristiana no es un simple optimismo
ni una expectativa humana, sino una virtud teologal que se fundamenta en la
salvación ofrecida por Cristo. Benedicto XVI, en Spe Salvi (2007),
explica que la esperanza cristiana no es una ilusión, sino una certeza basada
en la promesa divina. No se trata de desear un futuro mejor, sino de confiar
plenamente en el plan de Dios.
San Juan Pablo II, en Cruzando el Umbral
de la Esperanza, señala que la esperanza cristiana tiene su raíz en la
resurrección de Cristo, lo que la diferencia de cualquier esperanza terrenal.
Su dimensión trasciende lo inmediato y nos impulsa a mirar hacia la eternidad.
El Papa Francisco, por su parte, describe la
esperanza cristiana como «una virtud arriesgada». No es una espera pasiva, sino
un llamado a actuar con amor en el presente mientras confiamos en la vida
eterna.
La esperanza
en la biblia
Los salmos expresan la esperanza en términos muy
personales y existenciales:
- «Espera en el Señor, sé fuerte» (Salmo 27:14)
- La esperanza en medio del sufrimiento (Salmo 22)
- Confianza en la fidelidad de Dios pese a las circunstancias adversas
Y en la literatura sapiencial:
- Job representa la esperanza que persiste incluso en el sufrimiento
extremo.
- Proverbios vincula la esperanza con la sabiduría práctica.
- Eclesiastés explora los límites de la esperanza puramente terrestre.
La esperanza
según los santos
Santo Tomás de Aquino define la esperanza como la
virtud que nos orienta hacia Dios como nuestro bien supremo, con la confianza
en su auxilio para alcanzarlo. Santa Teresa de Ávila, por su parte, describe la
esperanza como la fuerza que sostiene el alma en medio de las dificultades,
incluso en las «noches oscuras». San Agustín resalta que la esperanza es
inseparable de la fe y el amor, y que confiar en Dios significa esperar en sus
promesas, aun sin ver resultados inmediatos.
Manifestaciones prácticas
·
Perseverancia en la adversidad.
·
Compromiso con la justicia y el bien común.
·
Confianza en la providencia divina.
·
Capacidad de encontrar sentido en el sufrimiento.
·
Alegría incluso en tiempos difíciles.
La esperanza cristiana no es evasión ni
autoengaño. Es una certeza que transforma la manera de ver y vivir el presente,
recordándonos que, por más dura que sea la vida, en Dios siempre hay un futuro
lleno de amor y plenitud.
Así pues, la esperanza
cristiana:
·
No es un simple optimismo psicológico.
·
Tiene fundamento objetivo en las promesas divinas.
·
Implica una tensión entre presente y futuro.
·
Requiere una respuesta activa del creyente
·
Se vive en comunidad
·
Transforma la manera de ver y vivir el presente
Un ejemplo actual, el Jubileo
2025: la esperanza renovada
«Peregrinos de esperanza» es el lema elegido para
el Jubileo 2025. No es casualidad. En un mundo marcado por pandemias, guerras y
crisis climáticas, la Iglesia propone la esperanza como camino y meta.
Pero no hay una esperanza pasiva. Como dice el
Papa Francisco: «La esperanza es la virtud de un corazón que no se cierra en la
oscuridad». Es la esperanza del peregrino, que sabe que cada paso cuenta, que
el camino se hace al andar.
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