Testigos de la Fe | Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
14 de julio: san Camilo de Lelis, el
ludópata que tenía corazón de madre
«Dios lo es todo, el resto es nada», le dijo un fraile
a Camilo de Lelis cuando este era un mercenario sin fortuna que había tocado
fondo arruinado por el juego. Después vivió para cuidar a los enfermos como una
madre
Dios es capaz de sacar agua de las piedras y santos de
los mayores pecadores. Nadie está perdido para él, todos tenemos un valor
inmenso, y a todos nos hace capaces de dar la vida por otros. Sin importar el
pasado ni el futuro, el presente de Dios se llama misericordia, y eso lo
experimentó en su propia carne san Camilo de Lelis.
Nació en la región italiana del Abruzo en Pentecostés
del año 1550, cuando su madre rozaba ya los 60 años, porque nada es imposible
para Dios. Dicen que dio a luz en un establo para que ese hijo tan esperado
viniera al mundo como hizo Jesús, a pesar de que su familia gozaba de una buena
posición. Camilo tuvo la desgracia de perder a su madre con solo 13 años,
quedando al cuidado de su padre, soldado a las órdenes del emperador Carlos I.
Debido a ello, se acostumbró muy pronto a la vida en la milicia y a uno de los
pasatiempos con los que los soldados aguantaban los largos períodos de
guardias: el juego.
Pronto se volvió bravucón y pendenciero, y todo el
dinero que obtenía en las batallas se lo gastaba sin remedio apostando a los
dados. A los 20 años murió su padre, y Camilo recibió en combate una herida que
le llevó a tener el primer contacto de su vida con un hospital. Cuenta Antonio
Sicari en Retratos de santos que «en el
siglo XVI los enfermos estaban en manos de mercenarios. En los hospitales, su
cuidado se dejaba a delincuentes obligados a ese trabajo para redimir penas, y
a otros que no tenían otra posibilidad de obtener ingresos».
Tras su curación volvió a tomar las armas y a llevar
la vida de antes. En otoño de 1574 perdió todo su dinero jugando en Nápoles y
tuvo que dedicarse a mendigar el pan por las iglesias de la ciudad. Algo más
tarde, entró al servicio de un convento de capuchinos en Manfredonia para hacer
algunas obras y llevar y traer materiales de construcción, y ahí fue donde le
esperaba Dios.
El 2 de febrero de 1575, los frailes le enviaron a un
encargo en el convento de San Giovanni Rotondo —en el que después viviría
durante muchos años el padre Pío de Pietrelcina—. Allí, uno se acercó para
decirle una confidencia: «Dios lo es todo. El resto es nada». Aquello debió de
impresionar a Camilo, que durante el viaje de vuelta tuvo, a imitación de san
Pablo, su personal caída del caballo… pero en este caso del asno. Así lo cuenta
su primer biógrafo, Sancio Cicateli: «Durante el camino, montado en el asno
entre dos alforjas, pensaba ensimismado en lo que le había dicho el fraile. Y
mientras cabalgaba le asaltó un rayo de luz interior, y creyó que el corazón se
le hacía pedazos roto por el dolor. Incapaz de mantenerse a lomos del animal,
se dejó caer a tierra y allí mismo, con lágrimas regando sus mejillas, repetía:
“No más mundo. No más mundo…”».
Ese fue el primer momento de inflexión que cambió su
vida y le llevó a pedir su ingreso en los capuchinos. Ellos lo aceptaron, pero
pronto volvió al hospital, porque el hábito rozaba su antigua herida y se le
abrió una llaga en la piel. Para él fue una segunda conversión, porque, como
dice Sicari, al entrar de nuevo en el centro sanitario «un pensamiento fijo le
perseguía: reemplazar a todos los mercenarios con personas dispuestas a estar
con los enfermos solo por amor». Así, él mismo, una vez curado, comenzó a
trabajar para los enfermos en el Hospital de Santiago, en Roma, una aventura
que emprendió de la mano de otro gran santo, Felipe Neri, que se convirtió en
su confesor y en su director espiritual.
En esta labor se le empezaron a unir algunos amigos, y para ofrecer a todos un mejor
servicio, Camilo decidió hacerse sacerdote. Dice Sicari que «para ellos el
hospital lo era todo, y allí dejaban la huella que Camilo iba transmitiendo a
sus seguidores: la cualidad carismática de la ternura». De hecho, el santo
pedía a sus colaboradores «un amor como de madre hacia su prójimo, para que
pueda servirle tanto en lo espiritual como en lo corporal», y así acompañar
a los enfermos «con aquel amor que tiene una cariñosa madre
cuando atiende a su único hijo enfermo».
En esto él era el primero, hasta el punto de que un
testigo declaró en su proceso de canonización que lo vio una vez arrodillado
ante un enfermo que desprendía un hedor intolerable, y al que Camilo «decía
palabras de tanto cariño que parecía enloquecido por su amor. “Señor mío, alma
mía, ¿qué puedo hacer por tu servicio?”, le decía, como si fuera Jesucristo».
Poco a poco, su carisma y su labor atrajo a tantos que hacia el final de su
vida ya había fundado 14 conventos y ocho hospitales por toda Italia.
El 14 de julio de 1614 murió finalmente en Roma aquel
que de vez en cuando salía al pasillo y a las salas de los hospitales gritando
a sus médicos y enfermeros: «Más corazón, más cariño maternal, más alma en las
manos».
Bio
1550: Nace en Bucchianico
1575: Se
convierte en el camino de San Giovanni Rotondo a Manfredonia
1584: Es ordenado sacerdote
1614: Muere en Roma
1746: Es canonizado por Benedicto XIV
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