Reflexión | P. Ciprián Hilario, msc
Fiesta de San Simón y San Judas, Apóstoles
(Martes
28 de octubre 2025, Efesios 2,19-22; Salmo 18,2-3.4-5; Lucas 6,12-19)
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
celebramos con alegría la fiesta de los apóstoles San Simón y San Judas, dos de
los discípulos elegidos por Jesús para ser columnas de su Iglesia. Las lecturas
de hoy nos invitan a reflexionar sobre nuestra identidad como comunidad de fe,
la misión evangelizadora de la Iglesia y el papel de los apóstoles en la
construcción del Reino de Dios.
Primera
lectura: Efesios 2,19-22 – Una comunidad fundada en Cristo
En
la carta a los Efesios, San Pablo nos recuerda que, como creyentes, ya no somos
extranjeros ni forasteros, sino “ciudadanos del pueblo de Dios y miembros de
la familia de Dios”. Esta imagen es poderosa: todos nosotros,
independientemente de nuestras diferencias, formamos parte de una misma
familia, un edificio espiritual que tiene como cimiento a los apóstoles y
profetas, y como piedra angular a Jesucristo mismo.
San
Simón y San Judas, como apóstoles, son parte de ese cimiento. Aunque no
conocemos muchos detalles de sus vidas, sabemos que fueron fieles a la llamada
de Cristo. Simón, conocido como el “Zelote”, nos habla de un hombre
apasionado por su fe, transformado por el encuentro con Jesús. Judas Tadeo, por
su parte, es invocado como el santo de las causas difíciles, recordándonos que
en Cristo todo es posible. Ellos, con su entrega, ayudaron a construir esta
Iglesia viva, unida en Cristo, que somos nosotros hoy.
Esto
nos invita a preguntarnos: ¿Cómo contribuimos nosotros a fortalecer esta
“casa de Dios”? ¿Somos piedras vivas que reflejan el amor y la unidad de
Cristo en nuestras comunidades?
Salmo
18 – La voz de los apóstoles resuena en el mundo
El
Salmo 18 proclama: “Los cielos proclaman la gloria de Dios…
su mensaje resuena por toda la tierra”. Este salmo nos conecta con la misión de
los apóstoles. Simón y Judas, al igual que los demás, llevaron el mensaje
del Evangelio a tierras lejanas, enfrentando dificultades y, según la
tradición, incluso el martirio. Su predicación hizo que la Buena Nueva
resonara “hasta los confines de la tierra”.
Hoy,
este salmo nos desafía a ser también nosotros mensajeros de la gloria de Dios.
No necesitamos viajar lejos; nuestra predicación puede ser el testimonio de una
vida coherente, un gesto de caridad, una palabra de esperanza. ¿Cómo hacemos
resonar el Evangelio en nuestro entorno diario?
Evangelio:
Lucas 6,12-19 – Jesús elige a los apóstoles
El
Evangelio de Lucas nos presenta a Jesús en un momento crucial: antes de
elegir a los Doce, pasa la noche en oración. Este detalle nos enseña que toda
vocación, toda misión, nace de la intimidad con Dios. Jesús no elige a los
apóstoles por sus méritos o capacidades, sino por la voluntad del Padre. Entre
ellos están Simón y Judas, hombres comunes que, transformados por la gracia, se
convirtieron en instrumentos de Dios.
Después
de elegirlos, Jesús baja con ellos y se encuentra con una multitud que busca
sanación y consuelo. Los apóstoles no solo fueron testigos de los milagros de
Jesús, sino que fueron enviados a continuar su misión. Nosotros, como
discípulos de hoy, también estamos llamados a ser presencia sanadora en el
mundo, llevando el amor y la misericordia de Cristo a quienes sufren.
Aplicación
a nuestra vida
En
esta fiesta de San Simón y San Judas, las lecturas nos invitan a reflexionar
sobre tres puntos:
-
Somos parte de la familia de Dios: Como nos dice Efesios, estamos unidos en
Cristo. Esto nos llama a vivir en comunión, acogiendo a los demás como
hermanos, sin divisiones ni prejuicios.
-
Somos enviados a anunciar el Evangelio: Como los apóstoles,
estamos llamados a hacer resonar la Buena Nueva, no solo con palabras, sino con
nuestra vida.
-
Nuestra fuerza está en la oración y en Cristo: La elección de los
apóstoles nace de la oración de Jesús. También nosotros necesitamos esa
intimidad con Dios para responder a nuestra vocación.
Que
San Simón y San Judas nos inspiren con su entrega y valentía. Pidamos su
intercesión para ser piedras vivas en la Iglesia y testigos fieles del amor de
Cristo. Que, como ellos, podamos decir “sí” al llamado de Dios, incluso
en las causas más difíciles, confiando siempre en la gracia del Señor. Amén.


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