Fe y Vida | Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
La fe de Byung-Chul Han: «No es Dios
quien ha muerto»
El filósofo surcoreano recibe el Premio Princesa de
Asturias de Comunicación y Humanidades
No es habitual encontrar a un pensador de nuestro
tiempo que hable abiertamente de Dios. Tampoco lo es hallar alguno que mencione
el silencio, la atención o la contemplación como las únicas salidas a la crisis
que atraviesa Occidente hoy en día. Pero eso es exactamente lo que hace Byung-Chul Han, que este viernes recibe en Oviedo
el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y
Humanidades.
Oficialmente, el jurado ha valorado en el surcoreano «su
capacidad extraordinaria para comunicar de forma precisa y directa nuevas ideas
en las que se recogen tradiciones filosóficas de Oriente y Occidente». También ha estimado que su obra
«proporciona explicaciones sobre cuestiones como la deshumanización, la digitalización
y el aislamiento de las personas», arrojando luz «sobre fenómenos
complejos del mundo contemporáneo».
Crítico con el neoliberalismo, afirma que los
trastornos de nuestra era están causados por el abandono de la reflexión, el
retiro y la meditación. Pero Byung-Chul Han no se detiene ahí. Su mirada es tan
abierta que no rehúye la pregunta directa por la trascendencia. En Sobre Dios escribe
que «no es Dios quien ha muerto, sino el ser humano al que Dios se revelaba»;
todo un tiro en la diana de esta sociedad postcristiana.
¿Por qué? «Porque la sociedad ya no cultiva lo que permite esa experiencia:
atención, reposo, escucha, lugar para lo otro», abunda.
La crisis de la religión
Pero hay más, y esta vez contra la religión organizada
y su pérdida de peso comunitario: «La crisis de la religión hoy
no consiste simplemente en que ya no creamos en Dios, sino que hemos perdido la
atención». De este modo el premio Princesa de Asturias aboga por «el silencio,
la inactividad y el ocio como caminos que nos abren hacia algo que es más que
nosotros».
Al tiempo que critica una vida dedicada a la
productividad, al rendimiento, al consumo y a la distracción, aboga por una oración basada en el silencio, y sugiere que en
realidad «la atención es lo mismo que la oración».
«Cuando todo se mide por la productividad, la oración parece inútil, pero
precisamente en su inutilidad reside su verdad», añade.
Solo así seremos capaces de atender a «lo que viene de
arriba», en lugar de estar volcados «del lado de la inmanencia». Pues al final,
«solo la intensa experiencia de la presencia como experiencia del
silencio nos conduce a Dios».


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