Reflexión | P. Ciprián Hilario, msc
Simeón ve la Salvación
Homilía
lunes 29 de diciembre 2025 | lecturas (1Jn 2,3-11; Sal 95; Lc 2,22-35)
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
En
este quinto día de la Octava de Navidad, el 29 de diciembre, la Iglesia
nos invita a contemplar un momento lleno de ternura y profundidad: la
presentación del Niño Jesús en el Templo. Las lecturas de hoy —la primera de
la carta de san Juan, el salmo 95 y el evangelio de san Lucas— nos hablan
de la luz que irrumpe en las tinieblas, del amor que se hace visible y de la
salvación que Dios ofrece a todos los pueblos.
El
evangelio nos presenta a Simeón, ese anciano justo y piadoso que aguardaba
con paciencia la consolación de Israel. Movido por el Espíritu Santo, entra en
el Templo y, al tomar en sus brazos al Niño Jesús, pronuncia unas palabras que
resuenan como un himno de esperanza: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes
dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu salvación, que
has preparado ante todos los pueblos: luz para revelación de los gentiles y
gloria de tu pueblo Israel».
¡Simeón
ve la salvación! No en un guerrero poderoso, no en un rey
triunfante, sino en un niño frágil, en los brazos de una madre joven y de un
padre humilde. Sus ojos, iluminados por la fe, reconocen en ese pequeño la
luz que disipa las tinieblas del mundo. Simeón representa a todos aquellos
que, a lo largo de la historia, han esperado con fidelidad la venida del
Mesías. Su espera no ha sido en vano: Dios cumple sus promesas.
Esta
escena nos conecta directamente con la primera lectura de san Juan: «En
esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos».
Y más adelante: «El que ama a su hermano permanece en la luz». Simeón
vive en la luz porque ha guardado la fe, porque ha amado a Dios con todo su
corazón y ha esperado con paciencia. Su encuentro con Jesús no es casual; es
fruto de una vida de obediencia y de apertura al Espíritu.
Pero
Simeón no solo ve la luz; también anuncia la contradicción. Dice a María: «Este
niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de
contradicción —y a ti una espada te traspasará el alma—». Jesús es
salvación, pero una salvación que exige elección: aceptar la luz o permanecer
en las tinieblas. Es luz para los que buscan a Dios con humildad, pero
escándalo para los que se cierran en su orgullo.
El
salmo 96 nos invita a cantar esta alegría: «Cantad al Señor un
cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra... Anunciad día tras día su
salvación». Simeón lo hace realidad: anuncia la salvación que ha visto con sus
propios ojos.
Hermanos,
en este tiempo de Navidad, ¿somos nosotros como Simeón? ¿Abrimos los
ojos de la fe para reconocer a Jesús en lo pequeño, en lo cotidiano? Él
sigue viniendo a nosotros: en la Eucaristía, en la Palabra, en los hermanos que
sufren, en las familias que luchan por ser luz en medio del mundo.
Pidamos
al Espíritu Santo que nos mueva, como a Simeón, para ir al encuentro del Señor.
Que podamos decir un día, con paz en el corazón: «Mis ojos han visto tu
salvación». Que María, la Madre que presenta a su Hijo, nos ayude a llevar esta
luz a todos los pueblos.
¡Que
el Niño Dios bendiga nuestras familias y nos haga portadores de su paz! Amén.


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