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    viernes, 25 de marzo de 2016

    Romero: con los que sufren

    ENTREVISTA | Juan de Jesús Rodriguez, msc

    CON LOS QUE SUFREN 
    MONS. ÓSCAR ROMERO 




    El sábado 23 de mayo de 2015 tuvo lugar en San Salvador la ceremonia de beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero, asesinado a los 62 años, mientras celebraba la eucaristía, el 24 de mayo de 1980. Pastor y mártir en defensa de los pobres, lo recordamos en este marzo cuaresmal 2016 -con tanta sangre derramada que aguarda justicia- mientras esperamos su canonización, como testimonio del amor hasta el extremo.

    En marzo de 1979, Un año antes de su martirio monseñor Romero vino a Santo Domingo, para asistir a una reunión sobre el Sagrado Corazón. El padre Juan Rodríguez, entonces director de esta revista, le hizo una entrevista publicada en la edición 394 de abril de 1979. De sus respuestas presentamos textos que nos ayudan a comprender los principios fundamentales de su fe y testimonio hasta la entrega de la vida.


    Situación general de El Salvador

    El Salvador en su aspecto general es todo un problema. Es un territorio de 21 mil kms.2 con una población de más de cuatro millones de habitantes, lo cual crea una situación social y económica ya de por sí grave. A esto se agrega la mala distribución de la tierra que está en posesión de unas cuantas familias dejando una inmensa mayoría con poca tierra o sin ella. En el aspecto político somos una democracia, pero actual­mente los cauces democráticos se cierran por una represión que, por un falso sentido de defensa de seguridad nacional, monopoliza en unas pocas manos el poder y el derecho de participación. La mayoría se siente frustrada y de ahí surgen muchos brotes que se llaman subversivos pero que son legítimas aspiraciones que responden al deseo de organizarse y a dejarse oír (…).


    La Iglesia salvadoreña

    Hablaría principalmente de la Arquidiócesis de San Salvador que es donde tengo toda la responsabili­dad de obispo, porque además hay otras cuatro diócesis en el país que, quizás, juzgarán de otro modo o llevan su pastoral de otra manera. La situación de la Arquidió­cesis y la línea pastoral que yo heredé de Mons. Luis Chávez y González que, junto con el auxiliar Mons. Arturo Rivera Damas colaboraron en la línea que quiso Vaticano II y Medellín, encuentra eco en las líneas que ha señalado Puebla, aunque todavía no son oficialmen­te conocidas ya se ven que son un paso sobre el caminar de Medellín; por lo cual podría calificar que es una pastoral de promoción en el sentido de organizar comunidades eclesiales de base, buscar agentes de pastoral no sólo en los sacerdotes sino también en los religiosos, muchos laicos se van promoviendo y sienten su responsabilidad de Iglesia, ellos se forman en centros de promoción y nos ayudan mucho. Esta tarea de organización encuentra dificultades en la política y en el ambiente social que antes describí. Esto así porque es una pastoral de promoción y despierta en el hombre su sentido de dignidad humana, descubre sus derechos humanos, sobre todo de organización y de participa­ción. Y a esto se llama comunista, subversivo, políti­co... como si la Iglesia se hubiera apartado de su línea espiritual. Por esto se explican los diversos conflictos entre la Iglesia y el ambiente.


    Conversión y defensa de los derechos humanos

    —Yo no hablaría de conversión como muchos dicen —puede entenderse si se quiere— porque mi cariño por el pueblo, por el pobre, siempre lo he tenido. Antes de ser obispo estuve como sacerdote 22 años en San Miguel, una ciudad lejos de la capital y creo que no viví los problemas tan intensos que ahora me tocan vivir. Allí traté de llevar a mi predicación y actuación pastoral mi actitud más bien tradicional y aferrada a los principios aprendidos en el seminario. Sin embargo, cuando visitaba los cantones, sentía verdadero gusto de estar con los pobres y ayudarlos. Varias obras modestas se hicieron a favor de ellos mientras ejercía como sacerdote. Pero al llegar a San Salvador la misma fidelidad con que he querido llevar mi sacerdocio me hizo  comprender que  mi  cariño a los pobres, mi fidelidad  a los principios cristianos y adhesión a la Santa Sede tenían que tomar un rumbo un  tanto distinto. El 22 de febrero de 1977 tomé posesión de la Arquidiócesis y para esa fecha había una racha de expulsiones de sacerdotes. Mi antecesor Mons. Chávez ya había visto salir violentamente varios sacerdotes lo cual yo tampoco pude contener. A menos de un mes de haber tomado posesión ocurrió, el 12 de marzo de 1977, el asesinato del P. Rutilio Grande. Dos meses después la muerte trágica   también por balas, del P. Navarro Oviedo que estaba en la ciudad. Así empezó mi episcopado en San Salvador.


    Postura de la Iglesia jerárquica

    —Lamentablemente tengo que confesar una gran diferencia de criterios con algunos de mis hermanos obispos de El Salvador. Gracias a Dios está Mons. Rivera Damas, obispo de Santiago de María, que es muy conocedor de la pastoral actual de la Iglesia y está plenamente de acuerdo conmigo. En cuanto a las diferencias existentes entre los demás señores obispos me da pena esta situación, y de mi parte, yo quisiera que no existieran; pero cuando reflexiono en lo que el Evangelio me pide y lo que sería cambiar de modo de actuar, creo que no puedo condescender a otros criterios y esto me obliga a vivir en esta conflictividad interna de la Iglesia que, por otra parte, creo que no es desunión sustancial, puesto que todos estamos en comunión con la doctrina y la moral de la Iglesia. Sin embargo, cuánto me gustaría tener que decir que no existe ninguna diferencia, de proclamar la unidad en estos momentos de confusión en nuestro pueblo y de tantos atropellos evidentes a los derechos humanos. Estoy dispuesto a todo por obtener que la fidelidad al Evangelio nos lleve hacia la unidad a todos los pastores de El Salvador.


    Oposición del gobierno y de otros grupos de presión

    —Esta oposición es más explicable, así como es dolorosa la anterior. La conflictividad con el gobierno, creo que no es provocada porque yo quiera, sino que es la respuesta de un gobierno que evidentemente atropella los derechos humanos y la Iglesia tiene que enfrentarse en defensa del pueblo que sufre violaciones tan claras. Referente a los grupos del poder económico existe entre ellos no sólo una oposición, sino una marginación en contra nuestra en los medios de comunicación social que ellos sustentan con su dinero. Se margina al Arzobispado, se manipulan las noticias, ocupan espacios pagados en la prensa para insultar muchas veces al Arzobispo y a sus sacerdotes... De esta forma se expresa el conflicto que tiene que existir desde que la Iglesia predique una mayor justicia, un mayor respeto a los derechos humanos. Tiene que haber conflictividad con aquellos que no cumplen estos principios del Evangelio y de la Iglesia.


    La suerte del profeta. Las bienaventuranzas

    —Evidentemente siento en mi interior la bienaventu­ranza anunciada en el Evangelio. Recuerdo que san Ignacio —yo me formé con los jesuitas— hablaba de consolaciones como voz del Espíritu y esas consola­ciones las he experimentado grandemente... Del sentido profético toman, muchas veces, motivos para lo ridícu­lo, para la crítica, para burlarse como si yo me sintiera un profeta. Estoy lejos de usar esa palabra en sentido triunfalista, y aún en un simple sentido jamás he dicho que soy un profeta, sin embargo, sé que estoy anunciando una doctrina que no es mía y que por doquier encuentra tanta oposición. En lo personal a mí me sería mucho más fácil no anunciarla, callar y estar bien con toda la gente, pero no tendría esa paz de conciencia si cometiera ese pecado de omisión. Siento, por el contrario, una gran alegría y satisfacción anunciando ese Evangelio conflictivo y esta satisfacción íntima de mi conciencia la siento apoyada por la solidaridad que palpo en el presbiterio —creo también que es otro signo de Dios la unidad de sus sacerdotes con su obispo—, en la solidaridad de las comunidades de religiosos y religiosas y de fieles en la base. Y fuera de la Arquidiócesis un conjunto de testimonios de solidaridad, entre ellas —ya que estamos aquí en Santo Domingo— quisiera mencionar con agradecimiento la firma de Mons. Príamo Tejeda que en Puebla, junto con otros obispos latinoamericanos, me escribieron una carta de solidaridad que me llenó profundamente de emoción. Así también llegaron otros testimonios, como aquel de Francia que contenía 22 mil firmas recogidas en tan sólo 15 días para expresar su solidaridad con esa Iglesia defensora de los derechos del hombre (…)


    Carta de apoyo en Puebla

    Es una carta fraternal, me tratan de tú y eso me abre un ambiente de confianza. Dicen que comprenden que desde que el Señor me encargó esa Iglesia una pesada cruz va sobre mis hombros y me animan a llevarla con valor cristiano. Conocen la situación, mencionan allí el asesinato de mis sacerdotes, la persecución a las comunidades, conocen de verdad el ambiente. Me dicen que la línea que he emprendido es la verdadera y me animan a seguirla, a que cuente con sus oraciones y las de sus pueblos y me ofrecen su solidaridad, su apoyo moral. En estos conceptos está, más o menos, un resumen de esa preciosa carta.


    Propuesto al Premio Nobel de la Paz

    —Sí, es un gran honor. Me llegó una comunicación del Parlamento Inglés que me proponía como candida­to a este premio para el próximo año. Esto se lo agradecí en forma muy sentida, pero les dije que había personas con más méritos que yo para esto y que no pretendía llegar a conseguir ese premio. Además, les comuniqué que la sola postulación me había dado un respaldo moral muy grande. Ha sido así porque en torno a esa postulación del Parlamento inglés ha habido ya otras instituciones que me han demostrado mucho su solidaridad. Esta postulación de por sí es un respaldo muy grande a la causa de la Iglesia. La línea de la Iglesia en defensa de la dignidad humana sale fortalecida.


    Apoyo del pueblo salvadoreño

    —En primer lugar quisiera aclarar que la motivación de esa simpatía no se confundiera con una simpatía política. Porque muchos creen que esas muchedumbres que ahora acuerpan a la Iglesia lo hacen por oposición o por desahogo político. No descarto la posibilidad de que mucha  gente vaya con esa  intención, pero yo aclaro en mi predicación que es netamente predicación del Evangelio. Mis homilías las transcribo y las estamos publicando. Son  catequesis  basadas en  las lecturas bíblicas de cada domingo. El pueblo siente que en la predicación yo ilumino las realidades concretas del país —como debe ser una homilía— mencionando los hechos concretos de la semana  para animar lo bueno y denunciar lo malo. Es ahí donde encuentran una Iglesia que se encarna con las realidades del pueblo y que despierta las esperanzas en medio de estas circunstan­cias. Creo que ahí están las razones de las simpatías que el pueblo manifiesta hacia la Iglesia, hacia mi persona y también hacia los otros sacerdotes. Los sacerdotes me dicen que hay más concurrencia a la misa de los domingos. Los seminarios están llenos de vocaciones, florecen también las comunidades a pesar de la persecución.

    Muchos huyen, naturalmente, ante la difamación y la persecución, pero hay más solidez en el que sigue al Señor. Dicen allá que en mi persona se manifiesta ese poder de convocatoria pues cuando indico alguna cosa que hay que celebrar la gente secunda con bastante facilidad. Una de las notas típica es la salida de la catedral los domingos (…). ADH 798

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