Medicina de ficción
Han pasado casi dos centurias desde que Julio Verne escribiera sobre alunizajes, viajes en submarinos y globos aerostáticos, increíblemente el novelista predijo todo esto con alucinante antelación. Considerado por muchos como el padre de la ciencia ficción, un visionario o un adelantado, plasmó con toda su imaginería lo que hoy por hoy sería nuestro modus vivendi.
En el campo médico hablamos de soluciones inteligentes, avanzamos en la medicina robótica y aplicamos la nanotecnología en escenarios diversos. Es sorprendente dónde estamos y hacia dónde vamos. El último medio siglo ha sido la plataforma para una medicina que podría considerarse de ciencia ficción: exoesqueletos para personas con discapacidades motoras, mangas anti temblor para personas con Parkinson, bombas de insulina que se autorregulan, cirugías sin sangrar y consultas sin doctor.
La pregunta obligada sería: ¿Toda esta sobrexposición tecnológica nos acerca más a la excelencia o nos aleja de ella?
Cuando los países pioneros en asistencia telemédica en Ictus y atención pre hospitalaria repuntaron, la mortalidad por patologías vasculares decrementó y los abordajes tempranos marcaron una diferencia funcional y vital para muchas personas. Así que volcamos parte de nuestras esperanzas en ello, pero olvidábamos la piedra del zapato: el calor humano. Sigmund Freud externó que “la Ciencia Moderna no había ideado un medicamento más eficaz que las palabras bondadosas”. Incisivo como siempre, el padre del psicoanálisis resaltó que a pesar del agigantado caminar de la ciencia nunca jamás el contacto , la empatía y la palabra serian desplazadas o reemplazadas.
Llegan a nuestros consultorios reiterativamente personas con una lista de sus posibles diagnósticos, tras una exhaustiva y ansiosa búsqueda en el oráculo moderno Dr. Google, no extraña que la visita médica se retrase o se adelante solo porque Él lo instruye. La toma de decisiones y el peso de los síntomas está contaminado con tanta información mal utilizada.
La autoeducación sanitaria y el reconocimiento oportuno de los signos es en extremo útil , pero toda esta información que se obtiene en las redes debe ser filtrada y mesurada con juicio y sensatez para no caer en la paranoia o en caso contrario, la displicencia.
Es imperante manejar consecuentemente estas informaciones, para nosotros mismos o al multiplicarlas, basados en una lectura de web a veces sin soporte científico. Existe una máxima médica que reza: en medicina no hay enfermedades sin enfermos. Esto denota la individualidad y los factores inherentes en cada persona, por ello lo que aplica para alguien puede resultar la antítesis en otro.
Cuidémonos pues al administrar toda esta avalancha informativa, seamos prudentes y cautos, eduquémonos con responsabilidad, los síntomas son un signo de alerta del cuerpo, expresan un fallo en su homeóstasis. Es nuestro propio cuerpo quien nos conmina a visitar al Galeno, él sabrá cuando importantizar o no sus dolencias, sus años de formación académica y su peritaje sí son un aval para ello.
Concluyo diciendo que a pesar de que estamos cada vez más conectados por las redes, estamos más desconectados de la realidad, como diría Bukowski “ El conocimiento si no se sabe aplicar es peor que la ignorancia”. ADH 809.
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