
Aseguran los gnósticos o los teósofos que tenemos muchos más cuerpos que el fÃsico y que el astral (que ya es mucho asegurar...) Certifican que existen muchas más dimensiones de las que estamos acostumbrados a percibir.
Dicen que los órganos exteriores de la vista, el tacto, el oÃdo y el gusto son erróneamente tomados por el ignorante o el insensato por los verdaderos órganos o sentidos. Pero aquél que se detenga y piense -explican, convencidos- tendrá que reconocer que los órganos exteriores no son sino los intermediarios entre el universo visible y el verdadero percibidor interior.
Afirman muchas cosas maravillosas y enseñan su doctrina a los que desean salir de la ignorancia o la insensatez. Los que no tienen estas ocurrencias están irremediablemente perdidos. Lejos del autor de este escrito acusar de falsarios a quienes tales cosas dicen o practican. Aunque sà le desagrada que ellos usen con demasiada frecuencia los términos de ignorantes o insensatos referidos a los que no se sientan en la misma mesa.
El mundo está lleno de iniciados, de grupos selectos o simplemente crédulos, o tal vez con buen olfato financiero, o con hambre de sensaciones refinadas. Vaya usted a saber. De todos modos, nada hay que achacar a quien trata de profundizar y ejercer unas prácticas esotéricas. Que para algo está la libertad. Siempre y cuando el asunto no degenere en psicopatÃas o proselitismos de mala ley. Y, después de todo, posiblemente sea mejor esta actitud ante la vida que la de establecer el ron y el sexo por todo horizonte.
Lo que ya uno comparte menos es que traten de secuestrar a Jesús de Nazaret sosteniendo, con toda seriedad, que El era de los suyos. Precisamente una de las cosas que más convencen de Jesús es que él se sitúa al margen de cualquier ocultismo y esoterismo. Ni establece a su alrededor un grupo de iniciados, ni recurre a gestos extravagantes o revestidos de caracteres mágicos.
Hasta sus milagros, por más que discretos, parecen escapársele de la smanos para suavizar las tragedias humanas. Unos milagros, por lo demás, que no iba repartiendo por ahà como papelitos publicitarios. Unos milagros caracterizados por la sencillez, la misericordia y la cercanÃa. Que no recurren a la tecla de lo maravilloso, de lo asombroso. Que jamás tienen carácter punitivo, ni objetivos crematÃsticos.
La vida es sencilla y hasta rutinaria. Los paladares demasiado elitistas y refinados desdeñan la comida cotidiana y huérfana de sazones extravagantes. Pero el hambre de ocultismo suele conducir a callejones sin salida. A los cristianos nos ha ido mal cuando hemos empezado a acariciar el lado asombroso y esotérico de la realidad. O de una pretendida, ilusoria realidad. El ámbito de lo portentoso que, en una determinada época, paradójicamente, llevó a la persecución y matanza de brujas, son episodios sobre los que más vale echar un tupido velo.
Los galimatÃas cabalÃsticos puede que resulten ingeniosos, simétricos, preciosistas. Pero no tienen ningún punto de contacto con el Jesús nacido de una mujer tirando a ignorante en cuestión de letras, habitando un pueblo anónimo, rodeado de amistades más bien rudas y de pocas luces. Rodeado de "malas compañÃas" ha escrito alguien refiriéndose a los desaliñados, pobres, tullidos y demás categorÃas homologables que constituÃan su entorno.
Quien murió en la cruz, predicó algo tan casero como el amor a los demás, vino para todos y trató de dar una mano a los más hundidos, no puede ahora, de la noche a la mañana, ser inscrito en la lista de cualquier movimiento esotérico.
A cada uno lo suyo. A Jesús, entre otras cosas, el amor y la amistad. A Jesús de Nazaret se le asocie con unos amigos que nada sabÃan de cabalÃstica, frente a una mesa, ante un pan humeante y un vaso de vino de la tierra. Los esotéricos y ocultistas con sus enigmas, sus siete dimensiones y sus percibidores interiores, búsquense otros personajes a los que recurrir. Que no secuestren a Jesús de Nazaret.
La persona llana, que no busca sabores extravagantes para sus papilas gustativas, ni trata de iniciarse en ciencias ocultas me parece más de fiar que sus antónimos. Su corazón es transparente. Nada tiene que ocultar ni simular. Quien necesita de ambientes extraños, exóticos y chocantes es lógico que también quiera mantener su interior a buen recaudo, con sentimientos velados y deseos opacos. Hasta es posible que desdeñe acompañar en el camino al hombre y la mujer común y corriente, ajenos al exotismo de tales mundos.
En fin, hay a quien le encanta sumirse en densa niebla y no es partidario de llevar el corazón en la mano para compartir su contenido con el prójimo.
Manuel Soler Palá, msscc
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