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    domingo, 1 de enero de 2012

    El acompañamiento espiritual es un arte

    La palabra arte tiene muchos y variados significados, adquiridos a lo largo y ancho de la cultura. Se debe distinguir entre el arte de hacer cosas y el arte de tratar persona. Se da una diferencia muy grande entre una actividad y otra. El arte, en general, intenta hacer cosas bellas. La belleza se realiza en el mundo físico, sensible, y en el mundo espiritual, más allá de lo material. El acompañamiento espiritual es una actividad que tiene como objeto lograr una belleza espiritual, algo que existe en el mundo moral. Lo que debe ser hecho es el crecimiento de la vida espiritual, de la santidad, de la persona. En este largo y oscuro camino, el caminante puede sentir la necesidad de recibir una asistencia que no solo le ilumine la senda, sino que también le anime a seguir adelante. Así los elementos integrantes del acompañamiento espiritual son dos, el sujeto que emprende el camino de la vida espiritual, y el acompañante. Un sujeto necesitado de guía y un sujeto capaz de guiar. Es obvio que el acompañante necesita dos cosas indispensables, conocer el camino de la vida espiritual y contar con una determinada experiencia del mismo. Pero esto no basta, se requiere como condición previa. El acompañante necesita poseer la habilidad de acompañar, de guiar, de crear una comunicación inspiradora con el caminante. Esta habilidad tiene mucho de espontánea. En esto consiste el arte del acompañamiento espiritual, visto desde el lado del acompañante. Aprovechar las indicaciones del guía por parte del caminante es también un arte, desplegar una relación de mutuo entendimiento, de sinceridad y apertura a las exigencias mismas del crecimiento espiritual. Debe reconocerse el hecho de que nadie crece si no es al lado de una persona crecida. Santa Teresa de Jesús repite incansablemente que el confesor, el director, aquel con quien se tratan las cosas del alma, debe poseer ciencia por encima de otra cualquier condición. En este mundo cambiante y caótico, las personas desarrollan una especial sensibilidad crítica, que origina desconfianza, incertidumbre, y como resultado final, una necesidad de principios firmes. Hoy no basta la fe del carbonero. Quien ignore los aportes de la psicología, de las ciencias sociales, de los principios fundamentales de la antropología y la teología actualizada, carece de herramientas para acompañar una persona desde la imperfección de sus hábitos a la experiencia de una alta espiritualidad. En este proceso de acompañamiento espiritual se realiza una gran obra de arte, realizada a dos manos, la del acompañado y la del acompañante. San Juan de la Cruz insiste en que el principal actor de esta magnífica obra de arte es el Espíritu Santo. El es quien llama y quien fija el rumbo, los otros dos agentes sólo deberán descubrirlo y seguirlo. En esta acción se requiere el discernimiento, tanto del dirigido como del acompañante. Sobre éste pesa la mayor responsabilidad. Debe contar con esta capacidad, desarrollarla y aplicarla con humildad, con amor. Y sin amor no se ve, debido a que quien ve es el amor. Vida Religiosa / P. Marciano García, Ocd

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