Por una
espiritualidad de la incertidumbre
El 19 de septiembre pasado
un gran terremoto azotó el centro de México. Varios edificios cayeron. Decenas
de videos llegaron a nuestros celulares con personas aterrorizadas, rezando con
poco concierto el padrenuestro y clamando a Dios. A las pocas horas, llegaban
los lamentos de las vÃctimas: realmente, estamos en esta vida de paso; estamos
como prestados… Sin embargo, la reflexión espiritual sobre la precariedad de
nuestra vida debe hacerse con más calma, una vez pasado el susto que nos pone a
meditar sobre lo que es fundamental y lo que no es fundamental. Ciertamente, lo
que queda cuestionado con los fenómenos naturales que nos han azotado en los
últimos meses es la falsa idea de que somos dueños absolutos de nuestra
existencia.
Contrario a lo que llevan a
pensar estos grandes fenómenos naturales, muchos de los consejos que recibimos
en nuestras vidas nos instruyen diciendo que las personas maduras son aquellas
que saben exactamente lo que quieren y tienen un control de lo que hacen.
Imaginamos como ideal de lo humano unos seres totalmente racionales, con pleno
conocimiento de sà mismos y con capacidad de predecir con total certeza lo que
sucederá en el futuro.
Este conocimiento casi
perfecto de la vida presente y de la vida futura se suele atribuir a una buena
educación. Suponemos que quien se ha preparado bien está en condiciones de
tomar las mejores de decisiones y que gracias a estas buenas decisiones todo le
irá bien. De acuerdo a este modelo ideal de ser humano parecerÃa que todo está
en nuestras manos; si algo pasa mal es porque no cultivamos nuestra naturaleza
racional. Todo el peso de nuestra existencia dependerÃa de nosotros.
En ámbitos creyentes, se
puede llegar a decir que el éxito en la vida y el autocontrol son los signos
indiscutibles de que se está cumpliendo con la voluntad de Dios. «Busca la
voluntad de Dios y te irá bien a ti y a tu familia». Esta manera de pensar se
conoce hoy dÃa como teologÃa de la prosperidad. Aparecen argumentos
como este: Dios nos ha dado una cabeza para pensar y gracias a ella podemos
llevar una vida equilibrada, sin excesos. Gracias a esta vida ordenada, no
tendremos problemas económicos y todos nuestros seres queridos serán felices.
Con otras palabras, la vida plena serÃa fruto del equilibrio social y emocional
que serÃa resultado de nuestra obediencia a la Palabra de Dios. Cuando se lleva
esta reflexión al plano psicológico, se dirá entonces que tenemos mucha
«inteligencia emocional». Bajo este hipnotismo, podrÃa citarse fuera del
contexto aquella frase del Deuteronomio: «Escoge la vida y vivirás».
Sin embargo, contrario a
estas ideas que muchos comparten y repiten de manera unilateral, es fácil
constatar que la verdadera vida humana está llena de incertidumbres y
desgarros, como nos lo recuerdan terremotos y ciclones; pero también las
enfermedades de seres muy queridos que tenemos que despedir en pocas horas y
los disparates que cometen los hijos adolescentes.
El Cristo de los evangelios
es claro y radical en ese punto: «nadie sabe nada del dÃa ni la hora» (Mt
24,36); ignoramos cuándo la historia y del cosmos conocerán su desenlace;
tampoco sabemos los detalles de cómo será. Más aún, nadie sabe cuándo va a
morir; tampoco sabe si sus más anhelados proyectos persistirán largo tiempo o
desaparecerán en corto tiempo.
Podemos preguntarnos: ¿cuál
podrÃa ser la enseñanza espiritual de una vida atravesada del principio al fin
por la incertidumbre? Parece conveniente entonces reflexionar acerca de una
espiritualidad de la incertidumbre frente a una espiritualidad de las
certidumbres.
El deseo
moderno de certidumbre
El deseo de sentirse seguro
es bien humano y saludable. No debe de cuestionarse, porque forma parte de la
vida. El problema nace más bien cuando entendemos la certidumbre en los
términos de la cultura moderna.
El modelo de certidumbre de
la cultura moderna se expresa de manera ejemplar en el pensamiento del filósofo
francés René Descartes. Su método para alcanzar el fundamento firme de la vida
es osado: para tener total certeza de algo, primero debemos de dudar de todo lo
que se nos ha enseñado. Y de ahà elabora el criterio definitivo para guiar la
propia existencia: «No admitir como verdadera ninguna cosa que no la conozca
con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la
prevención, y no incluir en mis juicios nada más que lo que se presentase tan
clara y distintamente a mi espÃritu, que no hubiese ninguna ocasión de ponerlo
en duda». Con otras palabras, la sociedad moderna aspira a la certeza total, al
control total.
La actitud que nace de esta
mentalidad se suele llamar positivista. No porque vea el lado
positivo de la vida, sino porque en filosofÃa se entiende la palabra «positivo»
como sinónimo de factual, es decir, algo perteneciente al dominio de los
hechos, no de las idealizaciones mentales.
El novelista Charles
Dickens describe claramente la mentalidad positivista en una escena de su
novela Tiempos difÃciles. Describe asà los principios pedagógicos
de uno de sus personajes, el profesor Thomas Gradgrind: «Ahora lo que yo quiero
son hechos. No enseñe a estos niños nada más que hechos. Los hechos son lo
único deseable en la vida. No plante ninguna otra cosa y arranque de raÃz
cualesquiera cosas que no sean hechos. Únicamente sobre hechos podrá usted
formar las mentes de seres racionales: ninguna otra cosa les será de utilidad».
Es legÃtimo cuestionar esta
idea que puede estar presente de manera oculta en nuestra manera de pensar. No
hay mayor idealización que creer que podemos ver todo claramente para caminar
con total certeza en la vida. Cuestionar la idea moderna de certidumbre es una
tarea espiritual.
Espiritualidad
de la incertidumbre
Reconocer la incertidumbre
nos pone en contacto sano con lo que realmente somos. Buena parte de las cosas
que nos permiten vivir de manera razonable no son totalmente ciertas. Creemos
que no nos ocurrirá nada hoy; creemos que el médico que nos atiende
regularmente sabe lo que está haciendo; creemos que nuestro mejor amigo guardará
los secretos personales que le contamos; creemos que hemos elegido bien el
oficio que hemos elegido; creemos que dejamos todo en orden en el momento de
salir de la casa; y creemos que nuestros seres más allegados nos quieren
profundamente.
Nuestra vida más
fundamental está fundada por tanto en cosas que creemos; no en cosas de las que
tenemos total certidumbre. Esto nos lleva a preguntar, ¿por qué es asÃ? Las
respuestas nos dirigen hacia cosas bien fundamentales que encontramos también a
lo largo de la Biblia y de otros documentos espirituales de diferentes
culturas.
a) No somos
todopoderosos; no somos dioses. Nuestro ser es esencialmente limitado y no
disponemos del cosmos a nuestro antojo.
b) No somos
seres solitarios: solo podemos vivir tejiendo relaciones con los demás.
Dependemos de los demás.
c) Somos seres
libres. Nuestro comportamiento no está totalmente predeterminado; tampoco está
determinado el de los demás seres humanos. Solo podemos tejer relaciones
auténticamente humanas si cultivamos la libertad nuestra con la de los demás.
d) Nuestro conocimiento del
mundo es esencialmente limitado, dado que somos seres limitados. La mayorÃa de
nuestros actos libres están fundados en la confianza.
De estas cuatro respuestas
nacen los elementos fundamentales de una espiritualidad de la incertidumbre.
Solo podemos ser plenamente humanos si no nos consideramos dioses, si no
jugamos a tener el control absoluto de todo. Por lo tanto, la espiritualidad de
la incertidumbre muestra lo razonable que es buscar la humildad y el respeto
por los procesos de las cosas que pueblan nuestro mundo. En esa búsqueda de
nuestro ser, no podemos prescindir de los demás. La espiritualidad de la incertidumbre
evidencia lo necesaria que es la solidaridad. Pero esta solidaridad es un acto
de libertad. Ella no está dada: debe construirse pacientemente. La
espiritualidad de la incertidumbre llama entonces a cultivar la paciencia. Por
último, el pleno reconocimiento de nuestro ser limitado nos lleva a
relacionarnos de otra manera con lo más bello que tenemos como seres humanos:
nuestra capacidad racional. En efecto, comprendemos el mundo mucho mejor que
todos los demás seres del universo. Pero ese conocimiento no es perfecto. Solo
cumplirá con su misión si se desarrolla teniendo en cuenta las cualidades
anteriores. La verdadera razón tiene que saber medir su fragilidad, mantenerse
humilde y cultivar la paciencia.
Estas cuatro
caracterÃsticas de la incertidumbre nos conducen en definitiva a lo fundamental
que nos hace vivir como humanos: la fe. Gracias a ella caminamos sin
desesperanzar. Lo captó perfectamente el autor de la Carta a los Hebreos: «La
fe es anticipo de lo que se espra, prueba de realidades que no se ven… Por la
fe comprendemos que la orden de Dios formó los mundos, haciendo que lo visible
surgiera de lo que no aparece» (Hb 11, 1.3). Es justo lo contrario del ideal
positivista que comanda nuestro mundo. Solo vemos en verdad aquello que en un momento
previo esperamos con lucidez.
Nota final: una
idea a evitar sobre la espiritualidad de la incertidumbre
Si bien no sabemos a
ciencia cierta a dónde nos llevará la vida, no por ello debemos concluir que
debemos de vivirla de cualquier manera. Debemos de descartar una idea
superficial acerca de la espiritualidad de la incertidumbre, a saber: que da lo
mismo vivir de una manera que de otra. Es decir, que la verdadera
espiritualidad serÃa vivir sin ningún plan de vida; lo ideal serÃa «vivir a lo
loco».
Esto no parece sensato. Por
seguir con la referencia a la Biblia y a las palabras de Jesús, en ellas
también encontramos invitaciones a calcular: «Si alguno de ustedes quiere
construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si
tiene para terminarla?» (Lc 14, 28 ss). Ciertamente, hay cosas en la vida que
debemos medir y prever.
Pero esta capacidad nuestra
de calcular queda radicalmente transformada por Jesús. Después de contar la
parábola de la construcción, el Nazareno nos invita a hacer el cálculo propio
de quien quiere seguirlo: «Esto supuesto, todo aquel que no renuncia a todo lo
que tiene, no puede ser discÃpulo mÃo» (Lc 14, 33). Paradoja de la
espiritualidad: podemos calcular que no debemos calcularlo todo. El único
cálculo totalmente cierto que podemos hacer es ese: que lo más fundamental de
la vida no lo podemos calcular. En esta «incertidumbre cierta» radica lo más
profundo para ser verdaderamente libres. Renunciando a la posesión, al control,
podremos sentir el sabor de la vida (Lc 14, 35). Ella nos permitirá reconstruir
con esperanza los destrozos que produzcan los terremotos y los huracanes de la
vida.
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