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    viernes, 26 de enero de 2018

    La Fraternidad

    Valor del Mes   | P. Juan Tomás García, MSC


    La Fraternidad  
    Con la fraternidad como valor del mes de enero iniciamos el año 2018, en nuestro itinerario de evangelización que este año tendrá la Eucaristía como acción de gracia por las etapas del Plan ya vividas y alimento para la planificación de la siguiente etapa. Acabamos de conmemorar la Navidad en la que hemos reflexionado sobre el valor del encuentro como manera concreta de vivir la fe en comunidad dinámica y misionera. Al encarnarse, Dios ha revelado su misericordia y compasión, cumpliendo su promesa de venir a salvar a su pueblo. Jesús ha afianzado el valor de la fraternidad al revelarnos a un Dios Padre de cada ser humano y de toda su Creación. Es padre de todos y todas y, por lo tanto, somos hermanos. Es el gran aporte de Jesús a la humanidad. Jesús introduce en la historia la fe en un Dios, Padre de todos los seres humanos, llamados por ello mismo a relacionarse de forma fraterna. Y convoca a todos a trabajar por el Proyecto que tiene ese Padre: una humanidad más digna, más justa y dichosa para todos, empezando por los más necesitados.

    Crisis y oportunidad
    Si bien, el mundo y nosotros están metidos profundamente en la búsqueda insaciable de poder y de riquezas, sin importarnos la causa de los empobrecidos; aunque las desigualdades, la corrupción y la impunidad hayan alcanzado niveles insospechados y los líderes responsables participen con tantas frecuencias en estos actos bochornosos, la humanidad no está irremediablemente perdida. El amor a Dios dirigido a los hermanos es la fraternidad. La prueba de que se ama a Dios es el amor a los hermanos (1Jn 4,20). El signo de que se aman a los últimos es dado por el amor existente entre los miembros de la Comunidad. La fraternidad es un movimiento del ánimo que mana del amor de Dios difundido en nuestros corazones y del amor de Dios que ama primero (1Jn 4,19). La fraternidad se realiza con la oración de los unos por los otros, con la ayuda recíproca, con la corrección fraterna que se realiza comunicando al hermano aquello que es causa de contrariedad con él. La fraternidad se realiza también permaneciendo juntos, no porque seamos buenos, sino porque el Señor en Su proyecto de amor nos ha llamado a recorrer el mismo camino de santificación.
    Pero también es posible que vaya creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra sensibilidad hacia los más necesitados. Seremos más pobres, pero podemos ser más humanos. En medio de la crisis, también nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto humanizador del Padre de todos sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista, más fraterna y menos indiferente. Jesús nos ha enseñado que en el mundo tendremos pruebas, pero “no tengan miedo, sepan que yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

    Celebración y planificación de lo que sigue
    Este año de continuación de nuestro Plan Nacional de Pastoral, la celebración de la eucaristía nos ha de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender, apoyar y ayudar en estos momentos. Este alimento integral celebrado y vivido cada domingo con fe, nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir la crisis con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.
    La Iglesia, las comunidades cristianas, necesitan seguir madurando su identidad de seguidoras de Jesús en este proceso porque no se está influyendo favorablemente a los practicantes de nuestra religión. Nos falta determinación y radicalidad a la hora de aprender de nuestro Maestro. No es la enseñanza de Jesús la que estamos viviendo sino, las enseñanzas que nos llegan de los liderazgos de masa de nuestra sociedad. Cada familia y cada comunidad cristiana necesita convertirse en una comunidad fraterna en sí misma y en un espacio de ensayo protegido donde sus miembros aprendan a gestionar el éxito y el fracaso, la aceptación y el rechazo, la firmeza y la flexibilidad, la vida y la muerte, desde una nueva perspectiva y experimentando la aceptación fraterna que Jesús ha mostrado a la humanidad y que permiten al ser humano desarrollarse plenamente y realizarse, personal y comunitariamente.
    Tres son las necesidades sicológicas básicas del ser humano: crear (ser útil), amar y ser amado y comprender (llegar a tener su propia manera de ver y creer la existencia y su entorno que configuran su personalidad). La fraternidad aportada por Jesús nos capacita para reaccionar ante el sufrimiento de las víctimas con compasión activa y solidaria, erradicando las causas y aliviando los sufrimientos".

    La comunidad cristiana vive la fraternidad
    La Comunidad Cristiana es un grupo de miembros de la Iglesia que se consideran hermanos. La comunidad cristiana es un grupo con relaciones interpersonales, solidaridad afectiva, ayuda mutua, unanimidad de sentimientos, voluntad de cambiar la sociedad.  La comunidad puede y debe ser una comunidad de hermanos y hermanas. No hay más Padre que Dios. No hay más que un Señor y un Maestro, el mismo Cristo-Jesús; la voluntad de Dios debe ser la norma suprema. En la fraternidad cristiana se aúnan la independencia y el compromiso, el poder y la renuncia, la autonomía y el servicio, el ser señor y el ser siervo. Fraternidad no es paternalismo, ni culto a la personalidad, sino, que se debe manifestar en las relaciones sociales expresión concreta de la fraternidad. La comunidad debe ser, al mismo tiempo, hogar de fraternidad y abogado de la fraternidad en el mundo. Nos damos cuenta que aún nos falta mucho por alcanzar. Confiemos en nuestro Padre bondadoso y aportemos lo que nos corresponde en la tarea evangelizadora de la Iglesia. ADH 819.

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