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    jueves, 6 de diciembre de 2018

    Teología de la Liberación y dignidad humana

    Solidaridad | P. Miguel Ángel Gullón, op


    Teología de la liberación y dignidad de la persona (II)

    La Palabra encarnada en el diario vivir, en profunda sintonía con los problemas cruciales de cada momento y lugar, propicia una respuesta válida, atractiva y motivadora en la siempre nueva evangelización que busca una liberación integral de la persona. Leonardo Boff, discípulo y maestro de esta nueva forma de pensar a Dios a partir de la realidad humana, escribe: «la teología de la liberación nació de la escucha del grito unánime de los pobres injustamente oprimidos. Su mérito consistió en haber otorgado la centralidad del empobrecido, haciendo de él sujeto de su propia liberación y lugar epistemológico, es decir, lugar desde donde se oye mejor al Dios de la revelación como Dios vivo que escucha el grito de las víctimas»[1].

    Para muchas personas el nombre de G. Gutiérrez y de otros reconocidos teólogos de la liberación está ligado al conflicto y a la polémica con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Salvo casos muy puntuales nada más lejos de la realidad; su reflexión teológica no es «algo revolucionario de contenido violento, teñido, por ejemplo, por la ideología del foquismo de los años 60, por la revolución cubana o por el sandinismo, etc. A Gustavo Gutiérrez le importa el anuncio del Dios de la vida de todos en dignidad según su filiación divina»[2].

    Por las mismas razones con las que se sostiene que nada permanece de la misma forma a cómo fue concebido, ni tampoco tendrá un fin anticipado, el mismo G. Gutiérrez, a la pregunta sobre si ya no tiene sentido su reflexión, responde: «la Teología de la Liberación no habrá muerto mientras haya hombres que se dejen incitar por el actuar liberador de Dios y hagan de la solidaridad con sus semejantes que sufren y cuya dignidad es degradada la medida de su fe y el impulso de la acción social. La Teología de la Liberación significa creer en Dios como Dios de la vida y como garante de una salvación del hombre entendida de manera integral, y ofrecer resistencia en los dioses que significan la muerte prematura, la pobreza, la depauperación y la degradación del hombre»[3].

    El Reino de Dios es siempre un anhelo para el hombre, que permanece sin desvanecerse, a la vez que «percibe el proceso de transformación como una búsqueda que satisfaga como finalidad de la organización y de la actividad social las más fundamentales de las aspiraciones humanas: libertad, dignidad, posibilidad de realización personal para todos»[4]. Es ese horizonte marcado por los grandes anhelos del corazón humano el que alienta a los hombres de todos los tiempos. Por su parte, el Pueblo de Dios siempre ha estado caminando, siempre en marcha hacia la meta que Dios le promete. Nunca se aferró a ningún marco geográfico ni ambiental por el peligro de quedarse aletargado y sin ninguna inquietud o deseo de mejorar. Siempre ha tenido un horizonte que le impulsa a seguir viviendo: «“Los cielos nuevos y la tierra nueva” (Is 65,17; Ap 21,1) le dieron alas a un hombre que sueña con volver al paraíso perdido; un paraíso en el que no haya guerras, violaciones de los Derechos Humanos, injusticias, esclavitudes, etc., y donde el hombre pueda ser capaz de ver en el otro hombre el verdadero rostro de Dios, el Dios que ha tomado partido por el pobre y que considera al rico como un blasfemo porque habla de Dios para oprimir al pobre (St 2,5-7)»[5]. ADH 829



    [1] L. BOFF, Florecer en el yermo. De la crisis de civilización a una revolución radicalmente humana, Sal Terrae, Santander 2006, p. 125.
    [2] J. SAYER, Pobreza: el desafío de la fe, en G. L. MÜLLER, Iglesia pobre y para los pobres. Con escritos de G. GUTIÉRREZ y J. SAYER, San Pablo, Madrid 2014, p. 223.
    [3] G. L. MÜLLER, Experiencia liberadora: impulsos para una teología europea, en G. GUTIÉRREZ y G. L. MÜLLER, Del lado de los pobres. Teología de la Liberación, San Pablo, Madrid 2013, p. 45.
    [4] G. GUTIÉRREZ, Teología de la liberación, Teología de la liberación, Sígueme, Salamanca 1972, p. 43.
    [5] Id., La fuerza histórica de los pobres, Sígueme, Salamanca 1982, p. 30.

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