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    martes, 12 de marzo de 2019

    Un momento muy doloroso en la vida de un misionero

    Apuntes Misioneros | Pedro Ruquoy, CICM



    “Un momento muy doloroso en la vida de un misionero”
    La vida de todas las personas del mundo está construida con acontecimientos felices y acontecimientos dolorosos. Para un misionero, algunos de los momentos más difíciles de su vida son: la primera salida de su país y la separación de sus familiares y amigos, la muerte de su padre o de su madre…
    Hace unos días, una llamada telefónica proveniente de Bélgica me anunciaba que “mama se había ido”. Me encontraba en el centro de las “Flores de Sol” en Zambia y por causa de mi salud muy frágil, mis hermanos me sugirieron no viajar para los funerales, enviar un mensaje que uno de mis compañeros de Congregación podría leer durante la misa de entierro y organizar funerales aquí en Mulungushi Agro con nuestros huérfanos y todos los habitantes de la región.
    Aquí en cuestión de una hora, la noticia del fallecimiento de mi madre atravesó la sabana y la gente desfiló frente a mi choza para darme el pésame durante varias horas. En el transcurso de los tres días que precedieron los funerales en Bélgica, los jóvenes de Mulungushi pasaron las tardes y parte de las noches cantando. La víspera unas 500 hombres y mujeres provenientes de las diferentes iglesias (católica y protestantes) pasaron la noche rezando, cantando y bailando al ritmo de los tambores delante de la fotografía de mi madre difunta. Dos momentos claves de la ceremonia fueron la aspersión de los responsables de “la familia de las flores de sol” y de mis amigos y amigas con harina de maíz, como señal de Vida más allá de la muerte y la postración de los ancianos y ancianas delante de la fotografía de mi madre. Estos dos momentos fueron acompañados de gritos de dolor, un poco como en los velorios en la República Dominicana.
    El celebrar los funerales de una persona en dos lugares tan lejanos uno del otro (Bélgica y Zambia) dio un sabor muy especial a la jornada. Un hilo invisible unía Bélgica y Zambia: este hilo estaba hecho con la larga vida de mi madre habitada por una fe contagiosa.

    Mensaje a mi Madre
    He aquí el mensaje que envié a Bélgica y que fue leído por uno de mis hermanos de Congregación durante la misa de funerales:

    Querida madre,
    Aquí en Zambia, desde que te fuiste “al país sin sombrero” – como se dice en Haití- la gente se organiza para festejar tu vida. Ayer martes, una docena de mujeres prepararon comida por más de 500 personas esperadas para cantar, bailar y celebrar. Matamos unos puercos y decenas de gallinas… Durante toda la noche, los tambores no dejaron de resonar y, en este mismo momento, estamos en sintonía con toda nuestra familia y nuestros amigos de Bélgica rodeando tu ataúd a miles de kilómetros de aquí; Los niños y las niñas huérfanos de nuestro Centro de “las Flores de Sol” no fueron a la escuela desde el día de tu muerte: te llaman “abuela” y lloran tu partida como todos nosotros.

    He recibido mensajes de pésame desde varias partes del mundo pero sobre todos desde Zambia, República Dominicana y Haití. De hecho, tu siempre me has apoyado en el trabajo misionero y me has dado fuerza en los momentos difíciles.

    Desde hace varios años, tú repetías a menudo que la vejez es un naufragio. Estoy de acuerdo contigo; También siento que la enfermedad y los años empiezan a limitarme a mí también: pero es un naufragio que nos lleva a la fuente de Agua Viva. ¡Sí! ¡Estoy convencido de que tú te encuentras al borde de esta fuente, llena de Vida, con este Buen Dios que nos ama tanto!

    Tengo que decirte que la última vez que entré en nuestra casa de Ligny (nuestro pueblo nativo en Bélgica), justo antes de regresar aquí, en Zambia, di unos pasos en tu dormitorio: quería ver si la estatua de la Virgen negra de Halle (un santuario mariano cerca de Bruselas) no estaba allí. Y la encontré sobre la cómoda frente a tu cama. Hace más de 60 años que tú recibiste esta estatua como regalo de nuestro abuelo Paul; él iba cada año a Halle para visitar la Virgen y comprar una especie de zapatos de madera usados por los jardineros del siglo pasado. Recuerdo que me tomaste en tus brazos para ver la estatua una vez colgada en la pared. Sin darte cuenta demasiado, me enseñaste a orar a María y a amarla como nuestra madre. Ahora estás con ella y compartes plenamente su alegría.

    El pasado viernes, más o menos 30 minutos antes de dejar este mundo, tuvimos nuestra última conversación telefónica, tú y yo. Tus últimas palabras fueron: “Sigue pa´lante!”.
    Mis hermanos y yo -a pesar de la distancia- estábamos contigo cuando dejaste este mundo y seguiremos unidos esforzándonos por construir un mundo más justo y fraterno. ¡Descansa en paz, mamá! ¡Pronto volveremos a vernos a las orillas de la fuente de Agua Viva!”. ADH 832.

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