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    lunes, 22 de julio de 2019

    Pensar con la diáspora dominicana

    No es lo mismo ni es igual | Pablo Mella / Instituto Superior Bonó (pablomellasj@bono.edu.do) 


    Pensar con la diáspora dominicana: el retorno de las yolas
    La primera gran migración dominicana hacia el extranjero fue hacia los Estados Unidos. Como es fácil de suponer, migrantes dominicanos ha habido siempre; pero el fenómeno ganó carácter masivo en la década de los 60 del siglo XX con cientos de dominicanos partiendo principalmente hacia Nueva York.
    Los que migran en masa de una región o país pertenecen, normalmente, a los sectores excluidos. Nadie se va de su tierra porque quiere, sino porque de alguna manera se ve obligado a ello. Cuando no se trata de proyectos personales aislados, sino de oleadas colectivas, la explicación de la migración debe de ser de tipo social. Sencillamente, se concluye con dolor que el país donde se nació no ofrece las condiciones de llevar una vida que se pueda estimar como digna.
    Los que se quedan en el país suelen mirar a los que se van con ojos de desprecio, sobre todo si los migrantes pertenecen a los sectores populares. En el caso dominicano, esto se reflejó de manera paradigmática en la construcción de una figura poco deseada y sarcásticamente denostada: el dominican-york o cadenú.
    Sin embargo, a esos mismos migrantes mirados con cierto desprecio se acude en busca de apoyo, sobre todo monetario. Quienes más se han disputado la diáspora dominicana en estos términos interesados han sido los partidos políticos, que procuran reproducir entre los dominicanos que residen en tierras extranjeras las mismas rebatiñas que se dan en suelo dominicano.
    En el Instituto Superior Bonó hemos organizado el 25 y 26 de junio de 2019 un seminario académico titulado: «El retorno de las yolas: pensar con la diáspora dominicana». La idea es comenzar a contar con los conciudadanos dominicanos que residen en el exterior y que se dedican a asuntos académicos, como interlocutores válidos para pensar la dominicanidad en otros términos. Estas personas académicas, poco a poco, han hecho que otros académicos no dominicanos se interesen en nuestro país: son los llamados dominicanistas. En su conjunto, desarrollan un campo de investigación que recibe el nombre de estudios dominicanos.

    1. Veinte años de un libro emblemático: El retorno de las yolas
    Hace veinte años se publicó el que puede considerarse como el libro fundador del campo de los «estudios dominicanos». Se trata del libro de Silvio Torres-Saillant, El retorno de las yolas: ensayos sobre  diáspora, democracia y dominicanidad.
    Este libro fue la primera obra escrita por un intelectual dominicano de la diáspora. Llama la atención el tono fuerte con que está escrito, el propio de un profeta. Sus frases enfrentan a los creadores de opinión pública dominicana, a quienes puede llamarse, de modo colectivo, la intelectualidad dominicana. Torres-Saillant afirma que la diáspora está cansada de ser tratada como un colectivo amorfo, al que solo se acude para sacar remesas de dinero. Paradójicamente, señala el autor, la representación de esta masa amorfa también se utiliza como chivo expiatorio para exculpar al Estado dominicano y los sectores dominantes de los males que aquejan al país. La táctica consiste en criminalizar a los inmigrantes de retorno, sin proceder a hacer otras matizaciones. Se presupone que detrás de todo asesinato hay un dominican-york. El próximo paso es echarle la culpa de la delincuencia dominicana a este nuevo sujeto social.
    El libro El retorno de las yolas quiere ser un testimonio escrito de la demanda que hacen los dominicanos de la diáspora de ser escuchados con respeto. Según el historiador Frank Moya Pons, quien escribió el prólogo de la primera edición, «este libro de Torres-Saillant representa un turning point en los estudios dominicanos y en el reconocimiento de la diáspora como escenario de nuevos saberes y nuevos modos de conformación de la identidad nacional». Urge cultivar esos nuevos saberes sobre lo dominicano, desmantelando en buena medida lo que hasta ahora se ha aprendido sobre la historia dominicana como producto de unos pocos grandes héroes.

    2. ¿Qué nos proponen pensar los académicos la diáspora?
    Desde su peculiar área de acción, que es la universidad, los académicos de la diáspora invitan a los dominicanos a pensarse de otra manera. Cuatro elementos fundamentales entran en juego; es importante observar que estos elementos están íntimamente entrelazados.
    Primero, comprender la cultura dominicana como plural. En las enseñanzas oficiales de los letrados dominicanos, se suele narrar la identidad dominicana como si fuera única; como si todos los dominicanos fueran iguales y deseasen las mismas cosas. Hasta cierto punto, puede decirse que la industria turística y la publicidad de las grandes empresas transnacionales localizadas en el país continúan con esa idea de una identidad dominicana única, portadora de una sonrisa «todo incluido». La experiencia de la diáspora hace sentir que eso no es así. Se es dominicano de muchas maneras; y no todo está incluido en la sociedad dominicana actual.
    Esta experiencia de la pluralidad excluida plantea la necesidad de construir una vida democrática más inclusiva. He aquí el segundo punto que nos aportan los académicos de nuestra diáspora. Se nos invita a observar cómo grandes sectores de la población no gozan de las riquezas que se exhiben con orgullo en los anuncios publicitarios del país como destino caribeño. Para decirlo con una imagen: el pobre no entra a los grandes hoteles para bañarse en las piscinas o en las playas privatizadas, sino para limpiarlas.
    El tercer elemento que se pone de relieve desde la diáspora es que esta exclusión social está asociada al racismo que proviene de las relaciones esclavistas coloniales. El dominicano promedio no se considera racista; los racistas están en otro lado. El dominicano promedio se cree blanco o, en caso de no poder hacerlo por razones obvias, se autoclasifica como «indio». Solo al salir del país, sobre todo al territorio norteamericano, se da cuenta que los otros lo perciben como negro y por esta razón es categorizado como un ser humano de calidad inferior. Bajo esta lente de menosprecio, percibe poco a poco que lo mismo sucede en territorio nacional, sobre todo con las poblaciones migrantes haitianas. Entonces, la mirada hacia Haití del académico de la diáspora cambia, cayendo en la cuenta de que existe una triangulación en la construcción de la identidad dominicana: la experiencia vivida en el territorio nacional según la historia oficial, que nos considera españoles; la comparación con Estados Unidos en términos de inferioridad (porque no se es blanco «de verdad») y la comparación con Haití en términos de superioridad (porque no se es negro «de verdad»).
    El cuarto y último punto es la labor política que se desprende de todo lo anterior. La tarea de la construcción de la identidad dominicana está abierta. La experiencia de la diáspora dominicana, adecuadamente reflexionada, tiene mucho que aportar en ello. No basta con quejarse incesantemente por los valores que se están perdiendo (valores que, dicho sea de paso, muchas veces no han existido). Aparece más bien la exigencia de responder a la pregunta de cómo integrar a las nuevas generaciones dominicanas transnacionales en la construcción de nuevas instituciones más racionales y en la promoción de valores más respetuosos de la diversidad. ADH 836.

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