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    jueves, 29 de agosto de 2019

    La Misión de Jesús en Galilea:

    Rincón de la Palabra | Hna. Ángela Cabrera, mdr. 


    La Misión de Jesús en Galilea:
    (Una reflexión a partir del Evangelio de Lucas: 4,14-44; 5,1-9,62)


    Jesús es preparado y se prepara La Misión (Lucas 3,1__4,12) (I)

    Nuestro objetivo en este recorrido es hacer una relectura de Jesús en perspectiva misionera. Este estudio lo realizamos a partir de los textos de Lucas 4,14-44; 5,1__9,62. Si vemos lo que le antecede a estos textos, donde se centraliza la misión de Jesús en Galilea, nos encontramos con el interesante enfoque de que, Jesús se prepara para la misión. Esta preparación contiene varios pasos. Él es:

    Bautizado: Jesús, humildemente, como uno más del pueblo, va y se deja bautizar por Juan en el Jordán (Lc 3,21). El Espíritu lo consagra en el momento del bautismo, y lo capacita para la misión. El Catecismo, n.1272 dice que por el Bautismo, el bautizado es incorporado y configurado con Cristo. El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación.

    Ungido por el Espíritu Santo: “Este es mi hijo amado; hoy te he engendrado” (Lc 3,22). Este detalle le imprime autoridad en la misión. Una misión que no nace en Él mismo, sino en el Padre quien lo envía.

    Identificado en sus raíces: Jesús nace y crece en una cultura concreta, específica. Tiene una genealogía, unas raíces, y todo su ser está impregnado por esta realidad, aunque la trasciende y la perfecciona (Lc 3,23-38). La genealogía es, por así decir, el acta de nacimiento, que le demuestra ser el hijo de Dios. Se ha encarnado en la historia humana. O sea, como considera el pensamiento del Papa Francisco, en el nuevo documento “Llamados a la santidad”, refiriéndose a los “santos de al lado”. Jesús es el santo de al lado, el “hijo de José”, no conocido por los vecinos, misionero del Padre.

    Probado en el desierto: durante 40 días (Lc 4,1-13). Lo tentaron con la desobediencia, ante el hambre; ante el poder y la gloria; ante el impulso de tentar a Dios. Jesús venció las pruebas, pues el diablo se había aprendido las Escrituras para confundirlo, pero su Padre lo dotó de un fino discernimiento y las superó todas una por una.
    El crisol misionero se cocina en las tentaciones que Jesús vive en el desierto (Lucas 4, 1-13). Interesa destacar que él pasa allí 40 días y, al final de los mismos, sintió hambre. El diablo no se le aparece hasta que siente hambre. Ese diablito se estaba preparando, aprendiéndose las escrituras para citárselas a Jesús. Con todo, a diferencia del pueblo de Israel, que pasa 40 años por el desierto, en caminos de fidelidades e infidelidades, Jesús permanece fiel.

    Observamos cómo se va consolidando la autoridad con la que Jesús habla en la sinagoga. Es una autoridad que nace de la unción espiritual, de la humildad, la oración, y la resistencia a las propuestas del mal, para permanecer obediente a la voz del Padre. Adh 834.

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