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    viernes, 1 de noviembre de 2019

    Transmisión de la Fe en la familia


    Valores | P. Juan Tomás García, msc




    Transmisión de la Fe en la familia
    “Estas palabras que yo te digo hoy se las repetirás a tus hijos” (Dt 6, 6-7)

    Recibimos la fe como un don de Dios. Nosotros la acogemos y alimentamos en el ejercicio de la vida diaria y la organizamos en comunidades a través de prácticas religiosas que nos permiten afrontar la vida desde una espiritualidad que nos haga sentir que avanzamos en un proceso constante de crecimiento y esperanza compartida. Los recursos utilizados por Dios para revelarnos su amor y su gracia los podemos nosotros aprovechar también para transmitir la fe a nuestra gente, deseando que vivan en paz y construyan un futuro en Dios, sostenidos por la esperanza activa y corresponsable.

    Lo Primero es lo primero

    Dios nos ha creado en familias. Al igual que el Hijo de Dios, Jesús, nosotros nacemos y crecemos en una familia. Sin importar el tamaño de nuestra familia, o si nos desarrollamos en familias monoparentales, con abuelos o tíos o, en familias compuestas de padre, madre, hermanos, es ahí donde vamos a amamantar también la fe que tienen nuestros padres. Lo que vemos, lo que sentimos, lo que oímos en nuestros hogares lo aprendemos, primero sin procesar nada, de forma natural e instintiva, y luego razonando y planteando nuestros pareceres y vivencias, sean positivas o negativas.

    Lo que comienza de esa manera, tiene que convertirse tempranamente en una transmisión consciente de nuestra fe a los hijos. Los padres no pueden pretender que sus hijos crezcan con una fe sólida si nunca se ocupan de fortalecer sus vidas hablándole, impulsando sus vivencias e influyendo en sus decisiones más importantes. Al mostrarle a sus hijos la fe y la práctica de su religión los padres no los obligan, sino que le facilitan un camino por el que transitan y en el que creen y confían. Lo hacen porque sienten que por esa ruta sus hijos alcanzarán realización y salvación.

    No olvidemos que, además de los padres y familiares cercanos, el vecindario, la escuela y la sociedad en general también compiten por influir en los que van creciendo, sugiriendo su propias creencias, prácticas, esperanzas y frustraciones. Los valores que los padres o tutores quieren o anhelan que sus hijos vivan y practiquen en el futuro deben mostrárselo de pequeños, edad donde se aprende y se sientan las bases para el porvenir. Todo esto sin negar que la fe es un don de Dios, pero creemos que Dios se vale de la familia para revelarse a sus hijos.

    Debemos asegurarnos de no transmitir sólo las costumbres externas de nuestra religión, devociones, celebraciones, prácticas religiosas… Es preciso acompañar las acciones con fe, desde dentro, con convicción, seguridad y empeño. No es lo mismo enseñar a ir a misa los domingos y luego continuar la vida de manera despreocupada que llevar los hijos y mostrar la alegría y satisfacción de participar de la celebración, el compromiso que se adquiere con la justicia, la fraternidad y la búsqueda y defensa de dignidad humana, por ejemplo.


    Actitudes básicas que ayudan a transmitir la fe en la familia

    ·       Los padres, tutores o responsables del hogar se quieren y los hijos lo saben. Experimentar que los padres se quieren es la base para crear el clima de confianza, seguridad y convivencia necesario para compartir y transmitir la fe.  
    ·       El afecto de los padres o tutores hacia los hijos, es decir, la atención personal a cada uno, la dedicación, la cercanía, el respeto. Los padres sólo pueden ser modelos de identificación para los hijos si éstos se sienten queridos. Que los hijos experimenten el amor que Dios le tiene en el trato recibido de sus padres, (función simbólico-mediadora).
    ·       Cuidar la comunicación de la pareja entre sí y con los hijos: evitar lo que puede generar desconfianza, recelo, dictadura, agresividad e imposición. Cuidar la convivencia. Integrar a los hijos en la organización del hogar: escucharlos en los asuntos que afectan a toda la familia; compartir con ellos las dificultades y los logros; distribuirse amistosamente tareas del hogar; participar de los éxitos o problemas de los hijos. Es cierto que la vida moderna dificulta la convivencia familiar, pero es decisivo que cuando la familia se reúne, se pueda convivir en un clima de confianza, cercanía y cariño. 
    ·       Coherencia entre lo que se dice o se pide a los hijos y el propio comportamiento. Una conducta coherente con la fe y las propias convicciones tiene un peso y un valor decisivos, sobre todo ante jóvenes y adolescentes. Es esta coherencia con la propia fe lo que convence y otorga a los padres autoridad para socializar la fe. 
    ·       Una fe más compartida por la pareja y por toda la familia. A veces, en el hogar se comparte todo menos la fe y las vivencias religiosas. Son muchos los que han sido educados en una fe individualista. Por ello es necesario ir aprendiendo a compartir más y mejor su fe: oración en pareja y con los hijos, escucha de la Palabra de Dios en familia, diálogo sobre la fe, comunicación de experiencias…

    Atentos a lo que pasa hoy

    Todos estos elementos que facilitan la transmisión de la fe se viven en un clima familiar de alegría y gozo, combatiendo todo aquello que pueda resultar odioso y volver pesada la vivencia de la fe, personal o comunitaria. Los resultados no serán homogéneos ni los mismos siempre ya que, como dijimos, muchos otros núcleos sociales intervendrán en la formación de la conciencia humana y necesitaremos hacer notar que los valores de nuestra fe son fundamentales para la vida presente y futura.

    Cada vez es más frecuente el hecho de que un miembro de la familia o de la comunidad cristiana se declare no creyente o se pase a otras iglesias. Esta situación representa una gran dificultad y un llamado a vivir más auténticamente nuestra fe para poder transmitirla a los hijos. Desde la comunidad cristiana se ha de hacer un esfuerzo especial para orientar y apoyar a los esposos que han de convivir en un hogar de estas características. Puede ayudar a enfrentar esta realidad: extremar el respeto mutuo profundo y sincero; cuidar de manera especial el testimonio y la coherencia con las propias convicciones religiosas; evitar polémicas estériles en temas religiosos; confesar la propia fe descubriendo lo que a uno le aporta; saber que, por encima de todo, está siempre el amor mutuo y la pertenencia a una misma familia, en la que Dios quiere, con amor infinito, a todos sus hijos.

    Demos gracias a Dios por las personas que han intervenido para que nosotros vivamos en la fe y asumamos nuestro compromiso en esta tarea: descubramos el llamado de Dios a vivir un ministerio o un servicio determinado en nuestra comunidad cristiana. Dios les bendiga. ADH 839


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