Para vivir mejor |
Miguelina Justo
El perdón no es…
Valerio Massimo Manfredi, académico
italiano, publicó en el 2007 la novela histórica llamada Los idus de marzo,
donde expone los hechos que culminaron con la muerte de Julio César, el legendario
militar y político romano, conocido como el César. Su muerte, más allá de las
implicaciones políticas que tuvo, permite examinar el concepto del perdón y
cómo es administrado.
Manfredi logra emocionar al lector, que
ya conoce cómo terminará la historia, el César morirá en el Senado, el 15 de
marzo del año 44 AC. La crónica de los hechos permite identificar los lugares
donde acontecen las acciones relatadas y los personajes reales e imaginarios
que participarán en la conjura. Distintos personajes buscarán, por un
lado, alertar al César sobre el peligro inminente; otros, de manera contraria,
tendrán por objetivo interceptar a estos mensajeros. Se devela así, la división
en el pueblo. Unos podían reconocer al César como hombre que trajo paz a Roma,
después de años de guerras civiles devastadoras; otros, por su parte, lo veían
como alguien buscaba acumular poder para sí y que representaba la máxima
limitación para el sistema democrático que habían instaurado. Los conjurados
formaban parte de este último grupo, claro.
Entre los conspiradores se encontraban
hombres que habían sido perdonados por el gobernante, como Cayo Casio y Bruto,
luego de haber sido vencidos en la guerra de Pompeyo. Al terminar este
conflicto armado, Julio César toma la decisión incorporar a algunos de sus
antiguos opositores a su cuerpo de colaboradores. A más de dos mil años de
distancia, se podría especular que buscaba afianzar la frágil paz ganada con
sangre romana, pero sin duda contradecía la tradición que imponía la muerte a
los vencidos. Julio César les perdona la vida y les integra al gobierno.
Manfredi subraya este hecho y escribe: “Ninguno de los presentes en la casa
de Bruto había rehusado en cambio los favores, la ayuda, el perdón del hombre
que se preparaban a matar (…)” (p. 95).
Julio César muere en la curia de
Pompeyo. Su cuerpo atravesado por 23 puñaladas yace cubierto de sangre. Los
conjurados no lograron sus objetivos políticos. La democracia no fue
restaurada.
La decisión de Julio César parece
desacertada. Parecería que el hábil estratega miliar fue incapaz de apreciar
que la clemencia demostrada era un insulto para sus entonces solapados
enemigos. Desde esta perspectiva se podría afirmar que el perdón le llevó a la
muerte, y ésta al retraso político y económico de Roma. ¿El perdón es una
muestra de ingenuidad? ¿Acaso expone al mal a quien lo otorga?
El perdón, tal como plantea Cantacuzino
(2015) evoca sentimientos encontrados, porque cada uno lo define y entiende de
una manera particular. Para algunos es un mandato, tal como el evangelio de
Mateo expone. Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces debería perdonar a un
hermano que pecara contra él. Pedro busca una repuesta precisa, haciendo una
pregunta capciosa: “¿Hasta siete?”.
Jesús le responde lo inimaginable, “hasta setenta veces siete”, Mt
18, 22-23. El perdón será para otros, en cambio, un obstáculo para la
búsqueda de justicia. De ahí la frase, ya famosa, “Ni olvido, ni perdón”, que
activistas sociales y políticos han repetido en países como Chile y España para
impulsar el procesamiento de los implicados en crímenes en los periodos de
dictadura. Para otros, una muestra de ingenuidad, como el caso del César
y también, en el caso de algunas de las mujeres que son asesinadas por sus
parejas sentimentales.
Varios aspectos son problemáticos en
ambos casos. El perdón no es, necesariamente, sinónimo de reconciliación. El
perdón puede transformar a quien lo recibe y por lo tanto la relación misma con
este, sin embargo, esto no se encuentra en el poder de quien perdona. Este
podrá entender, dependiendo de la situación a la que se enfrente, que podrá
perdonar a quien le ha ofendido y también podrá aceptar que la relación no se
reestablezca, para el bien de todos. En ocasiones aceptar una reconciliación,
en nombre del bien mayor que se ha adjuntado al perdón, expone a esos que
precisamente se han querido salvar.
Julio César perdona la vida y la honra de sus opositores en nombre de
Roma, ¡cuántas mujeres han accedido a “perdonar” a sus agresores para proteger
a sus hijos! Triste es reconocer que, pese a sus esfuerzos, el victimario las
dejará muertas y a sus hijos huérfanos.
Perdonemos, pues, con los ojos
abiertos. Reconozcamos la grandeza del perdón, pero también las limitaciones de
quien lo recibe. No confundamos el perdón, la capacidad de recordar sin dolor,
con la reconciliación, el recuperar la relación anterior, ya que no siempre
será posible ni será sano. Estaremos así protegiéndonos, y más aún
protegiéndoles quienes nos han ofendido de escalar en su propio deterioro. Roma nos necesita a todos. ADH 841
Referencias
Cantacuzino, M. (2015) The forgiveness Project: stories for a
vengeful age. Jessica Kingsley Publishers: London.
Manfredi, V. (2009) Los idus de
marzo. España: Grijalbo.
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