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    martes, 31 de marzo de 2020

    La espiritualidad marca un estilo de vida

    Espiritualidad | Redacción Amigo del Hogar 



    La espiritualidad marca un estilo de vida
    Comenzamos un nuevo año* y es bueno compartir tantos deseos de paz, alegría y felicidad en nuestros ambientes. Ojalá que durante todo el año mantengamos ese interés por el bien de los otros, desearles lo mejor, hablar bien de ellos y bendecirles cuando sea necesario. Con ternura y paciencia también será necesaria la corrección fraterna, asumir una postura ante la realidad para transformarla y no ser indiferentes ante los desafíos de nuestro tiempo. Que nos dure para todo el año ese espíritu fraterno que quiere lo mejor para los demás y para el mundo. Como bisagra entre el año viejo y el año nuevo, la Navidad nos coloca en ese espíritu de acogida, de hospitalidad, de compartir… para que, como canta el villancico, la navidad sea pan nuestro de cada día.
    Podemos decir, siguiendo el itinerario de la práctica del discipulado cristiano que, como Jesús, nosotros aprendemos a vivir la relación con Dios en el espacio de la convivencia humana donde él está presente. No hay dos momentos separados para vivir la fe. El mismo Dios que habita en nuestra intimidad es el mismo que confesamos y celebramos en el encuentro interpersonal, comunitario donde expresamos nuestra confianza en Él.
    Si nos preguntamos a qué viene esto del corazón de Jesús y por qué lo proponemos como un estilo de vida, las posibles respuestas fundamentan una manera de vivir nuestra fe cristiana que a su vez supera la ingenuidad o el infantilismo religioso y hace posible madurar en la fe. La propuesta de vivir desde el corazón de Jesús nos dice sencillamente que hay que asumir su estilo de vida, su práctica misericordiosa y aspirar nosotros también a que sea posible un mundo mejor. La manera como Jesús acoge y perdona, como trata a las personas sin prejuicios, su delicadeza para sanar, refleja la bondad de Dios. El que le sigue, tiene que estar dispuesto a vivir de esa manera. Y tiene que priorizar su cercanía y compromiso con quienes necesitan la buena noticia que trae Jesús.
    La devoción. El padre Julio Chevalier levantó una familia de consagrados, consagradas y laicos en una época donde la devoción al Sagrado Corazón de Jesús era más intimista, privada. Acompañar a Jesús, que se supone solitario, en el Sagrario, es una postura que traduce erróneamente su pregunta a los discípulos en un momento crucial de su vida y su misión: ¿No pudieron permanecer despiertos ni una hora conmigo? Él no está allí abandonado para que vayamos a acompañarlo. Él tampoco viene a rellenar vacíos de nuestra existencia, la amistad con él nos pone de frente a lo que somos y seremos, descubre el valor de nuestra existencia y la llena de un nuevo sentido.
    En muchos lugares del mundo la Iglesia tiene una discreta presencia. No se mueve en los hilos del poder ni tiene la última palabra sobre las cuestiones de interés. Su presencia pública es un testimonio de lo que somos, muchas veces entre la indiferencia, el rechazo o la persecución. Siendo mayoría en los países cristianizados, hemos olvidado el resto del mundo donde coexisten otras experiencias de fe. Vamos superando, sin embargo, los balances cuantitativos -medir por la cantidad de gente que viene o participa- para justificar la verdad de nuestra presencia en el mundo y reconocemos que el reinado de Dios es una pequeña semilla que se esparce y va creciendo en el mundo. Jesús nos invitó a permanecer en vela, en el amor, a confiar y ser pacientes.
    La espiritualidad del corazón se abrió a la misión como consecuencia de la dimensión misionera de la misma fe cristiana. El discípulo anuncia su experiencia de encuentro con el Dios misericordioso. Se interesa por compartir esta nueva realidad. Reconoce que el yo no vive sin el nosotros. El testimonio personal y comunitario acredita a la Iglesia ante el mundo y ésta se hace mediación de encuentro. Mucha gente devota no hace el avance hasta Jesús. Da vueltas en el mismo círculo de la religión: multiplicar oraciones, insistir en ciertas devociones que ya no comunican nada, se le pide a Dios lo que nos corresponde hacer a nosotros, hasta caer en un conformismo inexcusable. Queremos ir a todas partes a anunciar el Evangelio, con la conciencia del Evangelio como práctica solidaria y fraterna que genera vida y esperanza.

    Hoy siguen presentes las imágenes desfiguradas de un Dios que existe porque resuelve, que está ahí para castigar o premiar según mi comportamiento, que nos rescatará de este mundo malo para el cielo. La espiritualidad del corazón reconoce el amor incondicional de Dios para toda persona. Comenzando por nosotros, en nuestra propia condición de pecadores perdonados también agradecidos y confiados en la presencia real del Dios de la vida que no pide sacrificios ni nos privilegia por la cantidad de palabras que digamos en la oración o las prácticas devocionales que hagamos.
    “Ninguna religiosidad que no valore en su justa medida al ser humano puede tener sentido, ni antes ni ahora. Los seres humanos somos muy propensos a dilucidar nuestra existencia relacionándonos directamente con Dios, pero se nos hace muy cuesta arriba el tener que abrirnos a los demás. Nos cuesta aceptar que lo que me exige Dios (mi verdadero ser) es que cuide del otro. Sin pudiéramos escamotear esta exigencia, todos seríamos “buenísimos”, afirma Fray Marcos en sus meditaciones del Evangelio.
    Es cierto. Seríamos buenísimos si bastara con nuestras devociones “agradables” al mismo Dios y alguna que otra vez dar de lo que nos sobre, o hacer una práctica de misericordia. El punto está en lo decisivo del encuentro con el otro, con la otra, a los que hay que abrir las puertas de nuestras vidas. La práctica de Jesús es muy concreta en los evangelios. Su misión es ponerse al cuidado de los demás. No aparece ocupado de todas las normativas y prácticas cultuales de la religión del pueblo al que pertenece, su relación entrañable con el Padre lo pone siempre de frente a la vida amenazada, al que sufre; optando por los más débiles y descartados, poniéndose del lado de ellos, es que Jesús nos revela el rostro del Padre. *(publicado a principios de año, NdeR) ADH 841

    La paz, camino de esperanza
    Nuestra comunidad humana lleva, en la memoria y en la carne, los signos de las guerras y de los conflictos que se han producido, con una capacidad destructiva creciente, y que no dejan de afectar especialmente a los más pobres y a los más débiles. Naciones enteras se afanan también por liberarse de las cadenas de la explotación y de la corrupción, que alimentan el odio y la violencia. Todavía hoy, a tantos hombres y mujeres, niños y ancianos se les niega la dignidad, la integridad física, la libertad, incluida la libertad religiosa, la solidaridad comunitaria, la esperanza en el futuro. Muchas víctimas inocentes cargan sobre sí el tormento de la humillación y la exclusión, del duelo y la injusticia, por no decir los traumas resultantes del ensañamiento sistemático contra su pueblo y sus seres queridos.
    Mensaje del Papa para la Jornada de Oración por la Paz


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