Los bizcochos quemados y el hombre soñador
Cuenta un amigo que entre sus recuerdos de infancia, tiene siempre presente la noche en que su mamá, después de un largo día de trabajo, preparó la cena poniendo frente a su padre unos huevos revueltos, salchichas y unos bizcochos muy quemados. “¡Aquí se va a armar la de Troya!”, pensó mi amigo.
Sin embargo, su papá sonreído tomó uno de los bizcochos, y mientras le preguntaba cómo le había ido en la escuela, calmadamente le untaba mantequilla y mermelada y se lo comía gustosamente. Más tarde, terminada la cena, oyó a su mamá excusándose por los bizcochos quemados. La respuesta sigue resonando en sus oídos de adulto: “Mi amor, me encantan los bizcochos quemados”.
Antes de acostarse, preguntó a su papá si realmente le gustaban los bizcochos quemados. Abrazándolo, le dijo: “Tu mamá tuvo hoy un día muy difícil, está agotada y además, un bizcocho un poco pasado de fuego no le hace daño a nadie”.
Esa historia trajo a mi memoria la de aquella niñita en el parque del pueblo, oyendo a su papá dar testimonio, a toda voz, de cómo Jesucristo había cambiado su vida. Con todo detalle, explicaba cómo el Señor lo había salvado y rescatado de su anterior estilo de vida, en la que el alcohol era su rey y señor.
Y como siempre sucede cuando hay gente reunida, uno de los que lo escuchaba empezó a vociferarle que se callara, que no siguiera hablando esas estupideces religiosas, gritándole: “¡Cállese ya la boca, viejo de m……! ¡Usted está soñando!”
El deslenguado sintió de repente un fuerte tirón en la manga de su camisa. Miró hacia abajo y vio una niñita que lo miraba directamente a los ojos, diciéndole: “Señor, ese es mi papá. ¿Usted dice que mi papá es un soñador? Pues déjeme contarle.
Mi papá era un borracho que al regresar a casa cada noche golpeaba mi mamá, que amanecía llorando. No teníamos ropa, porque papá gastaba todo en bebida.
Ni siquiera zapatos para la escuela, y mire ahora estos zapatos y este vestido, y mi papá tiene un buen trabajo.”
Luego, señalando hacia el otro lado de la calle, dijo: “Mire aquella señora sonriendo. Esa es mi mamá, ya no llora más por las noches. Ahora canta.”
El golpe de gracia no se dejó esperar. Dijo la niña: “Gústele o no le guste, Jesús ha cambiado a mi papá. Jesús ha cambiado nuestro hogar. ¡Mire, señor, si mi papá está soñando, por favor no lo despierte!”
La vida está llena de cosas imperfectas y gente imperfecta. Con los años, y con la cercanía al Señor, vamos aprendiendo que reconocer nuestros defectos y tratar de ser cada vez mejores, así como no tomar en cuenta las diferencias que nos separan de los demás, son de las cosas más importantes para crear relaciones sanas y duraderas, donde un bizcocho quemado no rompa un corazón.
La comprensión es la base de cualquier relación, ya sea esposo-esposa o padre-hijo o cualquier tipo de amistad.
Sé más amable de lo necesario. Toda la gente que conocemos, en este momento, y siempre, está librando algún tipo de batalla, como el papá que con sus sueños dio nueva vida a su familia, llevado de la mano de Jesús.
Bendiciones y paz.
Mis cuentos aparecen publicados en Catholic.net
Este cuento aparece publicado en la página 119 de mi libro “¡Descúbrete! Historias y cuentos para ser feliz”. Disponible en Papelería Villa Olga, teléfono 809 583 4165, Santiago; Librerías Paulinas, La Sirena y Librería Cuesta. ADH 841
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