MIÉRCOLES SANTO | Rosa Ruiz, Misionera Claretiana
“¿Soy yo acaso, maestro?”
El lunes Isaías nos invitaba a mirar (al
Siervo). El martes a poner atención (atención, amor, cuidado, enfoque,
fuerzas…). Hoy nos recuerda la importancia de escuchar y hablar: “para saber decir al abatido una
palabra de aliento…, el Señor me abrió el oído para que escuche”. Me gusta
pensar que es una manera de irnos “empapando” de lo que vivimos esta Semana.
Sin dejar nada nuestro fuera, con todos los sentidos. Insistentemente. ¿Quizá
porque nos cuesta entrar en la Pasión? Creo que sí. Ya sea la Pasión de Cristo,
la de otros hermanos o la nuestra.
Dice
Isaías que si dejamos que el Señor nos “espabile el oído cada mañana”, además
de tener palabras de consuelo con quien lo necesite, reuniremos la fuerza
suficiente para no echarnos atrás. Cada uno sabrá cuál es su “atrás” en este
momento: ¿mantener la calma en una situación donde me están tratando
injustamente?, ¿continuar con un proyecto que me aterra aún sintiendo que es mi
lugar y mi momento y que Dios también lo quiere?, ¿tomar la iniciativa entre
los más cercanos de casa para poner algo de alegría, esperanza, cariño mutuo...
en lugar de quedarme en el sofá con “mis cosas”?
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EVANGELIO DEL DÍA
¿Soy yo acaso, maestro?
Quizá
también me conmueve esta insistencia litúrgica en proponernos ayer y hoy
prácticamente la misma escena, desde otra perspectiva: ayer Juan, hoy Mateo.
Pero la historia es la misma: la traición, la ruptura.
Traición
suena desgarrador. Me es más fácil decir que algo se rompe: la amistad, la
esperanza, la honestidad, la justicia, el amor… Algo se te rompe por dentro
cuando traicionas porque en el fondo siempre TE traicionas a ti un poco, ¿no?
¿De
verdad crees que Judas entregó a Jesús por 30 monedas? No lo creo. Suena a
excusa. ¿Por dinero? No lo creo. Cuando rompemos con algo que nos ha dado la
vida, que nos ha regalado un proyecto y una ilusión y un horizonte… tiene que
ser por algo mucho más profundo. Algo mucho más decisivo que el dinero se nos
ha roto por dentro.
Y lo
peor no es eso. Lo peor es no ser capaz de parar cuando la tristeza o la
desazón interior nos avisan de que nos hemos equivocado. ¿Te imaginas que Judas
hubiera cambiado ese “¿seré yo acaso, Maestro?” por un “perdóname, Maestro, y
ayúdame, que no sé qué me ha pasado”…?
Siempre
estamos a tiempo…
Vuestra
hermana en la fe,
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