Valor del Mes | P. Juan Tomás
García, msc
Valor del mes: Eucaristía
Lema: Reconocieron a Jesús al partir el pan (Lc 24, 31)
¡Ay,
ay, ay!, “Se fue el año”, ya estamos en junio, sexto mes de 2020. Este mes
promovemos el valor de la Eucaristía. La Eucaristía es el momento eclesial que
más nos reúne en la vida de la Iglesia Católica. Y en estos últimos meses,
aunque impedidos de celebrar en comunidad reunida en los templos, hemos seguido
animando las celebraciones desde las diferentes redes sociales y otros medios.
Abramos nosotros corazones y dispongámonos a tratar el sacramento de la
Eucaristía como un valor a redescubrir y retomar con más fuerza cada día.
Celebrando la Eucaristía estamos viviendo la presencia de Jesús resucitado,
quien no abandona a su pueblo, sino que lo alimenta íntegramente para que pueda
perseverar en su seguimiento, afrontando las realidades terrenas, llenos de fe
y esperanza.
Aunque
la Eucaristía sea definida conceptualmente como el centro vital que condensa,
expresa y realiza todo lo que es la comunidad cristiana, existe el peligro de
desvirtuarla, cuando los cristianos falseamos o deformamos su significado y la
vaciamos de su contenido, hiriendo de raíz la vida entera de la Iglesia.
Ponemos en peligro la Eucaristía cuando hacemos de ella una "evasión
cultual", una huida de la vida real, una justificación y una garantía de
nuestra salvación individual. Cuando la celebramos produciendo "una
ruptura entre el sacramento del altar y el sacramento de la vida y del
hermano".
Signo
de comunión
La
comunión con Cristo se transforma en misión fraterna en comunidad.
Comulgar en la más estricta intimidad con Cristo sin desear y procurar comulgar
con los hermanos; sin hacer nada para que se reparta el pan a los hambrientos y
la ayuda y el consuelo a los que sufren; sin revisar y dejar que el Señor
transforme nuestros egoísmos individualistas, nuestras cegueras culpables,
nuestras apatías ante situaciones intolerables; sin alzarnos en favor de la
justicia, de la paz y del amor para todos -empezando por los que más vulnerables-;
sin tratar, día a día, de acabar con las divisiones, los abusos y los
engaños...: todo eso "causa más daño que provecho...eso ya no es comer la
Cena del Señor" (cf. 1 Cor 11, 17-34).
La
eucaristía se puede convertir fácilmente en un "refugio religioso"
que nos protege de la vida conflictiva en la que nos movemos a lo largo de la
semana. Es tentador ir a misa para compartir una experiencia religiosa que nos
permite descansar de los problemas, tensiones y malas noticias que nos presionan
por todas partes. El riesgo siempre es el
mismo: comulgar
con Cristo en lo íntimo del corazón, sin preocuparnos de comulgar con los
hermanos que sufren. Compartir el pan de la eucaristía e
ignorar el hambre de millones de hermanos privados de pan, de justicia y de
futuro.
La
celebración de la eucaristía en medio de esta sociedad en crisis ha de ser una
experiencia de concienciación. Necesitamos liberarnos de una cultura
individualista que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en nuestros
propios intereses, para aprender sencillamente a ser más humanos. Toda la eucaristía está
orientada a crear fraternidad. No es normal escuchar todos los domingos a lo largo del año, el
Evangelio de Jesús, sin reaccionar ante sus llamadas. No podemos pedir al Padre "el pan nuestro de cada día" sin
pensar en aquellos que tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar
con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz
unos a otros sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e
indefensos ante la crisis.
Sacramento
de amor
El
sacramento de la Eucaristía es el más valorado y deseado en nuestra Iglesia
Católica, pero no estamos seguros de que lo vivamos como Jesús nos lo pidió.
Posiblemente hayamos olvidado lo esencial, que es hacer presente en nosotros
todo lo que significó Jesús con su vida de total entrega a los demás. “Asistimos”
a misa porque está mandado y para no cometer un pecado mortal. Sin darnos
cuenta que el verdadero pecado es “asistir” a misa sin que eso cambie en nada
nuestra actitud vital.
Cuando
Jesús propone el mandamiento nuevo, está hablando de las consecuencias que
debería tener en nuestra vida, el amor (ágape) del Padre. El fin último de la
celebración de una eucaristía, es hacer presente con los signos, este ágape que
nos fundiría con Dios y nos abriría a los demás, hasta sentirlos fundidos en Dios
también.
Es
muy importante que tomemos conciencia clara de que el signo no es el pan, a
secas, sino el pan partido y repartido, preparado para ser comido. El hecho de
partir el pan forma parte de la esencia del signo. Jesús se hace presente en
ese gesto. Si comprendiéramos bien esto, se evitarían todos los malentendidos
sobre la presencia real de Jesús en la eucaristía. El pan consagrado hace
siempre referencia a una fracción del pan, es decir, a una celebración
eucarística. Sin esa referencia no tiene entidad ninguna. Lo mismo en la copa.
El signo no es el vino, sino el vino bebido, es decir, compartido.
“Reconocieron a Jesús al partir el pan” (Lc 24, 31).
Hagamos memoria de Jesús
Al narrar la última Cena de Jesús con sus discípulos (Eucaristía), las
primeras generaciones cristianas recordaban el deseo expresado de manera
solemne por su Maestro: «Hagan esto en memoria mía». Así lo recogen
el evangelista Lucas y Pablo, el evangelizador de los gentiles.
Desde su origen, la Cena del Señor ha sido celebrada por los cristianos
para hacer memoria de Jesús, actualizar su presencia viva en medio de nosotros
y alimentar nuestra fe en él, en su mensaje y en su vida entregada por nosotros
hasta la muerte.
Escuchando el Evangelio hacemos memoria de Jesús, su vida y su mensaje. Los evangelios han sido
escritos, precisamente, para guardar el recuerdo de Jesús alimentando así la fe
y el seguimiento de sus discípulos. Del relato evangélico aprendemos la manera
de ser y de actuar de Jesús, que ha de inspirar y modelar nuestra vida. Por
eso, lo hemos de escuchar en actitud de discípulos que quieren aprender a
pensar, sentir, amar y vivir como él.
·
Hacemos memoria de la
Cena: La memoria de la Cena: "Esto es mi cuerpo”:
me entrego por ustedes. “Esta es mi sangre”: derramada por ustedes. Así me
recordarán siempre. Los he amado hasta el extremo. Véanme en estos trozos de
pan entregándome por ustedes hasta la muerte... Éste es el cáliz de mi sangre.
La he derramado para el perdón de sus pecados. Así me recordarán siempre. Los
he amado hasta el extremo.
·
Respuesta de fe: "Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús". Nos sentimos salvados por
Cristo nuestro Señor. Antes de comulgar, pronunciamos la oración que nos enseñó
Jesús. El respeto absoluto a Dios, la venida de su reino de justicia y el
cumplimiento de su voluntad de Padre. Pan para todos, perdón y misericordia,
superación de la tentación y liberación de todo mal.
·
La comunión con Jesús. Nos acercamos como pobres, con las manos tendidas; tomamos el Pan de
la vida; comulgamos haciendo un acto de fe; acogemos en silencio a Jesús en
nuestro corazón y en nuestra vida: "Señor, quiero comulgar contigo,
seguir tus pasos, vivir animado con tu Espíritu y colaborar en tu proyecto de
hacer un mundo más humano".
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