No es lo mismo ni es igual | Pablo
Mella, sj
Los dominicanos tienen una especial veneración por los
Estados Unidos. Claro está, no por los Estados Unidos reales, de gran
diversidad, grotesca opulencia y odiosas exclusiones, sino por una imagen de
ese país que encaje con la propia ideología y confesadas expectativas.
No hay que ser un observador fino para constatar que
no son iguales los Estados Unidos en la mente de uno de los jóvenes de nuestros
barrios populares, que en la de un egresado de uno de los colegios bilingües
donde se educan de modo excluyente nuestras élites. Mientras un joven migrante
pobre dominicano quizá sueñe con recorrer las calles del Bronx y ataviarse al
estilo afroamericano popular, un miembro de la nueva generación de las élites
dominicanas estará pujando por inscribirse en una universidad exclusiva de la Ivy
League en espera de que llegue el invierno para ir a esquiar a la exclusiva
zona turística de Vail, Colorado. La migración a Estados Unidos no
necesariamente une a los dominicanos como miembros de una única diáspora, sino
que puede profundizar la división de clase y racial que se vive en la isla. Los
detalles de esta división pueden ser bien odiosos; evitémoslos, para entrar en
materia.
Con la migración a Estados Unidos se producen dos
conductas opuestas con relación al tema racial. El encuentro con otros esquemas
clasificatorios de las personas por su aspecto y origen sirve como detonante.
Al viajar a este «país de blancos», la mayoría de los dominicanos,
independientemente de su clase social, descubren que esos «blancos» no los
consideran como uno de los suyos. Los propios esquemas caen por suelo. Entonces
se producen dos reacciones fundamentales. Una parte de los migrantes, la más
reflexiva, comienza un proceso de reconciliación con sus orígenes africanos y
puede llegar a convertir este proceso de redefinición identitaria en el eje de
un nuevo proyecto de vida. La otra parte, en contraste, se resistirá de manera
visceral a ser considerado como un negro y se aferrará a otra clasificación usada
en Estados Unidos: la de «latino» o la de «hispano».
Lógicamente, estas dos reacciones básicas se
posicionarán de modo diferente con respecto al racismo dominicano, que es en
buena medida antihaitiano. El primer grupo emprenderá una cruzada antirracista,
desmontando los lugares comunes de la historia dominicana, especialmente en lo
que se refiere a las relaciones con Haití. El segundo grupo repetirá los mismos
lugares comunes de la historiografía hispanófila, pero cargando de más agresividad
sus palabras y retomando algunos de los lugares comunes del «American Dream»,
por ejemplo, el éxito individual a través del trabajo. La identidad dominicana
imaginada, esa que ellos mismos ya no viven en su condición de migrantes, se
refuerza con algunos trazos gruesos para que los blancos no los confundan con
los negros norteamericanos.
La reacción ante el movimiento social producido por la
muerte violenta de George Floyd el 25 de mayo pasado, en manos de la policía
estadounidense, viene a confirmar la peculiaridad de la comprensión del racismo
dominicano. Por un lado, las cantantes populares Amara la Negra y Cardi B se
pronunciaron en la primera dirección antes señalada. A principios de junio,
Amara la Negra declaró en diversos medios que el racismo no era exclusivo de
los Estados Unidos, afirmando: «Soy dominicana, pero primero soy negra y
defiendo mi raza». Incluso llegó a afirmar en una entrevista en CNN que dentro
de la misma comunidad latina hay racismo contra los negros. Por su parte, la
presencia de Cardi B en las redes causó más revuelo porque se entendió que
defendía la fusión del Estado haitiano con el Estado dominicano. En su
Instagram publicó la foto de una protesta contra el asesinato de Floyd en el
Alto Manhattan, en la cual aparecían personas portando la bandera dominicana
junto a la haitiana. Las reacciones en su contra fueron tan virulentas que la
intérprete de música urbana declaró indignada a mitad de junio que nunca volvería
a pisar suelo dominicano, de lo cual luego se retractó. Como parte de sus
argumentos dijo: «Ustedes [los dominicanos que la denostaron] no entienden lo
que está pasando en los Estados Unidos». Previamente había dicho en sus redes
sociales: «Ustedes están locos. Ustedes son estúpidos. Yo puse esa foto porque
es un símbolo de paz, porque no es un secreto que los haitianos y los
dominicanos no se llevan muy bien y, claro, yo me sé la historia, yo me sé mi
historia. Pero eso es un símbolo de paz».
Las críticas dirigidas a Amara la Negra se organizaron
en torno a un argumento: el racismo que se vive en los Estados Unidos no existe
en República Dominicana. Incluso un articulista de opinión escribió largamente
dando una cátedra de historia social dominicana. Sobre la base de este
argumento se dice que insistir en que existe racismo en Dominicana es no
conocer su realidad. Las críticas dirigidas contra Cardi B fueron más duras. Se
la trató de desconocedora de la historia dominicana y de una traidora de la
soberanía y la identidad dominicana. La frase acusatoria era: «Ella quiere unir
los dos países». El fantasma de la fusión se volvió a esgrimir en el debate. Si
se revisa la prensa, se podrá constatar que el mismo enfrentamiento, con los
mismos lugares comunes, pero con la policía dominicana de por medio, se produjo
con ocasión de la actividad «Una flor para George Floyd», organizada por el
movimiento Reconoci.do el 9 de junio en el parque Independencia. Nuevamente,
Ana María Belique y otros activistas sociales han recibido amenazas de muerte
por grupos ultranacionalistas sin que las autoridades dominicanas tomen medidas
al respecto.
Por otra parte, algunos de los dominicanos residentes
en Estados Unidos reenviaron videos a través de WhatsApp mostrando la manera
diferenciada en que se protestaba en los barrios clasificados como negros y en los
barrios dominicanos del área de Nueva York. Igualmente, se enviaron videos
mostrando cómo algunas bodegas habían sido asaltadas en medio de las protestas
a favor de Floyd. Los comentarios de estos videos se referían a una especie de
comportamiento primitivo propio de los negros e impropio de los dominicanos. En
esta narrativa de las redes sociales, los dominicanos eran caracterizados como
laboriosos, emprendedores y económicamente triunfantes, es decir, como los «blancos»
exitosos.
Como puede verse, el fenómeno de protesta en torno a
la muerte de George Floyd, capitalizado por el movimiento Black Lives Matter,
no transformó la comprensión del racismo dominicano. Antes bien, confirmó a las
posiciones enfrentadas en sus creencias y razonamientos. La tarea queda
pendiente. ¿Por dónde comenzar?
Los académicos dominicanos de la diáspora están
ayudando a transformar esta situación a través de la reescritura de la historia
dominicana y el estudio de los cambios culturales de la dominicanidad en el
extranjero. Su posición se acerca a la primera de las descritas anteriormente,
es decir, a aquella que apuesta por una convivencia universal entre la
diversidad de sujetos que componen las sociedades modernas. Nombres a destacar
son: Silvio Torres-Saillant, Ginetta Candelario, Anthony Stevens-Acevedo, April
Mayes, Lorgia García Peña, Milagros Ricourt, Edward Paulino, Lissette Acosta
Corniel y Elissa Líster. A estos intelectuales no se les puede descalificar
reactivamente, diciendo que no conocen la historia dominicana. Entienden que la
paz social dominicana vendrá de un tratamiento diferente con Haití y con el
reconocimiento más decidido del componente africano en la sociedad
dominicana. Esta nueva comprensión de la
historia y la cultura dominicanas en el siglo XXI constituye un recurso clave
para aminorar el peculiar racismo dominicano, eje transversal de la violencia
estructural dominicana. ADH 847
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