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    viernes, 14 de agosto de 2020

    b) Aclamación (Santo)

    Espiritualidad Litúrgica | Roberto Núñez, msc



    b)    Aclamación (Santo)


    «… Toda la asamblea, uniéndose a las jerarquías celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que constituye una parte de la Plegaria eucarística, la proclama todo el pueblo con el sacerdote» (OGMR 79).


    En este mes de junio seguimos avanzando en nuestro recorrido por la Plegaria eucarística. El segundo elemento de su estructura es la Aclamación, comúnmente conocido como el Santo. En esta aclamación, la comunidad se une al que preside la celebración, cantando el Santo.


    Según los historiadores, en los primeros siglos, parece que no había ninguna aclamación de este tipo en la Plegaria. Es a finales del siglo IV cuando san Cirilo de Jerusalén presenta unas catequesis sobre el “Sanctus” en el lugar que lo conocemos hoy. Y, es muy probable que fuera introducido en Oriente por influencia de las sinagogas. En la espiritualidad de Israel, reconocer y confesar la santidad e Dios era fundamental. Por eso tanto en el AT como en el NT se habla del “Trisagio”, Dios es el “tres veces santo”.


    La aclamación consta de dos partes. La primera se tomó del profeta Isaías: “¡Santo, santo, santo, el Señor Todopoderoso, la tierra está llena de su gloria!” (Is 6,3; cf Ap 4,8). Y la segunda fue tomada de la escena de la entrada de Jesús en Jerusalén: “¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21,9).


    El sentido profundo de esta aclamación es que la toda la comunidad se asocia a los ángeles y a todo el cosmos en su alabanza a Dios, creador del universo y a su Hijo Jesucristo, Mesías y Salvador. Con esto ejercita la actitud fundamental del cristiano, que es la alabanza y adoración de Dios Señor del universo y del Bendito Cristo Jesús.


    La aclamación nos ofrece un espacio privilegiado de unión con Cristo quien proclama la santidad del Padre y da gracias por el Espíritu Santo. Él nos une a su acción de gracias. Podemos decir que este momento es una condensación de lo que es la esencia de la Liturgia. Que nosotros, peregrinos en esta tierra, podemos unirnos a la Liturgia permanente del cielo. En ella esperamos tomar parte por toda la eternidad. Pero, mientras llegamos a ella, pregustamos aquí de lo que será lo definitivo.


    El P. Jean Corbón, hablando de nuestra participación, con nuestras liturgias sacramentales, en la liturgia celeste, dice: «Nuestras liturgias son sacramentales porque participan  en la liturgia celeste que ellas significan y actualizan. Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, inauguró esta liturgia eterna con su Ascensión, y desde ella “la Economía de la plenitud” (Ef 1,10) se derrama sacramentalmente en nuestros últimos tiempos. En esta liturgia, el Padre “actúa siempre”, y el Cordero, crucificado y resucitado, y el Espíritu Santo, “río de agua viva que salía del trono de Dios y del Cordero” (Ap 22,1). En esta celebración “que no cesa nunca”, como lo decimos antes de unirnos a ella con nuestro triple “Sanctus”, participan las miríadas de las potencias celestes, los ciento cuarenta y cuatro mil marcados con el signo del Cordero y la multitud innumerable de aquellos y aquellas que se encuentran ya en el Reino».[1]


    Y, finalmente, Corbón, comentando a Isaías, dice: «La Liturgia eterna, vislumbrada por Isaías en el templo del universo, estalla en el canto de la nueva Jerusalén: “¡Santo, Santo, Santo… llenos están el cielo y la tierra de tu Gloria!” En la Eucaristía celebrada, la “plegaria” y el Misterio son una sola cosa: todo es recapitulado en el Cuerpo de Cristo (Ef 1,10).[2] ADH 846 




    [1] corbón Jean, Liturgia y oración. Cristiandad. Madrid 2004. p. 107.

    [2] corbón, Liturgia fontal. Palabra. Madrid 2009. p. 152.


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