Valor
del mes | P. Juan Tomás García, msc
Valor de la Palabra
“Sólo tú tienes
palabra de vida eterna” (Jn 6, 68)
El Mes de la Biblia 2020, lo vivimos de manera muy
especial. Casi seis meses después de iniciarse entre nosotros la epidemia del
coronavirus, nos encontramos sumidos en una profunda crisis sanitaria y
económica que desestabiliza todas las áreas de la vida, en algunos lugares agravadas,
por el paso de fenómenos como tormentas y huracanes que aportan inundaciones de
agua y destrozos con los vientos. Las personas se nos acercan buscando
consuelo, haciéndonos preguntas, hurgando las causas de lo que está pasando en
el mundo. La vida no va bien, las personas se nos están muriendo de manera
inesperada y no podemos ni siquiera darle una digna sepultura en familia, ni en
comunidad. Ante esta gigantesca crisis
generalizada, ¿cuál nuestra reacción cristiana? ¿Seguimos creyendo, abandonamos
nuestro seguimiento de Jesús, sucumbimos ante tantos problemas? ¿Dónde buscamos
sostén para no derrumbarnos?
Ojalá nuestras vidas se vuelvan hacia la Palabra de
Dios, hacia los evangelios. El “mes de la Biblia”, es una invitación a
valorarla y promoverla, personal y comunitariamente. El evangelio de Juan ha
conservado el recuerdo de una fuerte crisis entre los seguidores de Jesús. No
tenemos apenas datos. Solo se nos dice que a los discípulos les resulta duro su
modo de hablar. Probablemente les parece excesiva la adhesión que reclama de
ellos. En un determinado momento, “muchos discípulos suyos se echaron atrás”.
Ya no andaban con él.
Es entonces cuando Jesús pregunta a sus Apóstoles, en
medio de su crisis, y a nosotros dentro de la nuestra. ¿También ustedes quieren
abandonarme? (Juan 6, 67) “Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida.
Y con todo, algunos de ustedes no creen” (Jn 6, 63). Las palabras de Jesús parecen
duras, pero transmiten vida, hacen vivir pues contienen Espíritu de Dios. Así
que Pedro pronuncia su acertada confesión de fe: “Señor, ¿a quién iremos?, tú
tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 68). Su actitud puede todavía hoy ayudar
a quienes con fe vacilante se plantean prescindir de toda fe. No tiene sentido
abandonar a Jesús de cualquier manera, sin haber encontrado un maestro mejor y
más convincente: Si no seguimos a Jesús, si no escuchamos y obedecemos su Palabra,
nos quedaríamos sin esa grandiosa experiencia. Pedro siente que las palabras de
Jesús no son palabras vacías ni engañosas. Junto a él han descubierto, él y sus
compañeros, la vida de otra manera. Su mensaje les ha abierto a la vida eterna.
¿Con qué podrían sustituir el Evangelio de Jesús? ¿Dónde podrán encontrar una
Noticia mejor de Dios?
Encontrarse con Dios y Promover su Palabra
Por muy dolorosa
que nos parezca, la crisis actual será positiva si los que nos formamos las
comunidades cristianas, en la Iglesia, nos vamos convirtiendo en discípulos de
Jesús, es decir, en hombres y mujeres que vivimos de sus palabras de vida. La
palabra de Jesús es diferente. Nace de su propio ser, brota de su amor
apasionado al Padre y a la humanidad. Es una palabra creíble, llena de vida y
de verdad. Se entiende la reacción espontánea de Pedro: «Señor, ¿a
quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».
Muchos hombres
y mujeres de hoy no han tenido nunca la suerte de escuchar con sencillez y de manera
directa sus palabras. Su mensaje les ha llegado, muchas veces desfigurado y
distorsionado por demasiadas doctrinas, fórmulas ideológicas y discursos poco
evangélicos. Uno de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia es
poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de
nuestros días. Ponerles en contacto con su persona. La gente no necesita escuchar
nuestras palabras sino las suyas. Sólo ellas son «espíritu y vida».
Es sorprendente ver que, cuando nos esforzamos por presentar a Jesús de manera
viva, directa y auténtica, su mensaje resulta más actual que todos nuestros
discursos.
Leer la Biblia,
palabras de vida eterna
La Biblia puede
ser leída desde perspectivas e intereses muy diferentes. El creyente, por su parte,
busca en ella la Palabra de Dios, pues considera que, a través de sus páginas y
de la historia que en ellas se recoge, el misterio de Dios se nos manifiesta de
forma decisiva. Pero hay muchas maneras de leer la Biblia, y no siempre ayudan
a escuchar la Palabra de Dios. Hay algunos que leen la Biblia desde una actitud
fundamentalista y arcaizante. Piensan que el texto es claro y evidente. Basta,
por tanto, interpretarlo al pie de la letra, sin tener en cuenta la distancia cultural
que nos separa de los autores bíblicos y sin escuchar las aportaciones de la
exégesis científica. Por este camino, es fácil llegar a interpretaciones que no
tienen nada que ver con el sentido original del texto.
Otros
consideran que la Biblia es una especie de depósito de verdades de donde se
puede extraer en cada momento lo que más conviene para probar una doctrina u
otra. Esta manera de leer los textos, aislándolos de su propio contexto vital,
puede llevar a deformar gravemente el mensaje que en realidad encierran. Hay
también quienes leen la Biblia partiendo de la realidad de hoy para encontrar
en el texto bíblico una luz orientadora. Este procedimiento es legítimo, pero
tiene el riesgo de caer en la subjetividad para buscar en la Biblia las recetas
que interesan.
Como se puede
ver, acercarse a la Biblia de forma correcta no es sencillo, pero, en cualquier
caso, hay que tener en cuenta un principio que ha sido establecido de manera
clara por el Concilio Vaticano II: «Dios habla en la Escritura por medio
de seres humanos y en lenguaje humano; por tanto, el intérprete de la
Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con
atención lo que los autores querían decir y lo que Dios quería dar a conocer
con dichas palabras.»
No hemos de
olvidar que Dios, habla siempre a través del lenguaje humano de Jeremías
o Isaías, de san Marcos o san Lucas. Y, por tanto, lo primero
que se ha de hacer es conocer bien lo que ellos han querido decir, acudiendo
para ello a los procedimientos necesarios para entender su cultura, el contexto
vital en que escribieron o los géneros literarios que emplean.
Solo entonces
podremos escuchar, encarnada en ese lenguaje humano, la Palabra de Dios que
hemos de actualizar hoy para iluminar nuestra vida, orientar nuestra conducta o
reafirmar nuestra esperanza. Para escuchar a Dios no bastan, sin embargo, los
métodos exegéticos. Es necesario, además, abrirse a su Palabra con corazón
limpio, fe humilde y una docilidad grande. Esa actitud de Simón Pedro ante
Jesús: «Señor ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna.» El que se deja transformar por el evangelio, comprende enseguida
que toda su vida debe convertirse en palabra y anuncio de Jesucristo.
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