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    martes, 15 de septiembre de 2020

    Nadie puede vivir sin placer

    Nihil Obstat | Martin Gelabert Ballester, op


    Nadie puede vivir sin placer

    Oímos la palabra “placer” y enseguida la asociamos a sexo. Pero el placer es una realidad mucho más amplia. Hay muchos tipos de placeres. El mejor, el de la amistad. O no, porque hay uno mejor, como dice el salmo 36: “sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón”. El más frecuente, la buena comida y la buena bebida.

    Tomás de Aquino afirmó: “Nadie puede vivir sin algún placer sensible y corporal”. Y añade: decir lo contrario “no es razonable”. Lo que Tomás de Aquino rechaza son los placeres inmoderados y contrarios a la razón (placer del incesto, placer del sadismo, placer de la pereza, etc.). El problema, por tanto, no es la dimensión corporal de la naturaleza, que viene de Dios, sino el mal uso que hacemos de los miembros de nuestro cuerpo, sea la mano, sea el sexo.

    En la naturaleza hay otras dimensiones además de las corporales, a saber: las intelectuales y espirituales. Tomás de Aquino afirma que el ser humano necesita el placer para aliviar sus múltiples e inevitables males y tris­tezas. Y al respecto aclara: no se trata de que los placeres corporales y sensibles sean mayores que los intelectuales y espirituales. Más bien es lo contrario lo que es verdad. Lo que ocurre es que cada uno está obligado a utilizar los remedios de que dispone. Quién conoce los placeres sensibles se servirá de ellos como reme­dio. Quién conoce los placeres espirituales e intelectuales podrá servirse de ellos.

    Los hombres combaten la tristeza de muchas maneras: leyendo un libro, escu­chando música, jugando al tenis o bebiendo alcohol. Por esta razón el remedio contra la droga, el alcohol o el sexo inmoderado no es tanto la condena o la re­presión, sino la búsqueda de las causas que provocan estas situaciones desgracia­das para, en un clima de comprensión y respeto, remediar la causa ofreciendo so­luciones alternativas que, al ser más razonables, resultan también más vivifica­doras. Se trata de saber discernir, por debajo de muchas reacciones desconcertan­tes, la vida que todos buscamos y ayudar a encontrar esa vida a quién, en nuestra opinión, le busca por caminos equivocados.

    No hay que olvidar que Jesús era amante de la fiesta. Tanto que fue acusado de comilón y bebedor (Mt 11,19-20). También era sensible a la amistad y se rodeaba de buenas amigas y buenos amigos. De ahí que sólo desde una consideración positiva del placer podrá encontrar audiencia la necesaria crítica a una búsqueda del placer a toda costa, que ya no contribuye a la felicidad, sino a su destrucción, y en cuya vorágine está en peligro de caer el hombre moderno. Tomado de www.dominicos.org.

     

     

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