Nihil Obstat | MartÃn
Gelabert Ballester, OP
Ante la muerte, tristes
pero esperanzados
“No os entristezcáis como los que no tienen
esperanza”, decÃa San Pablo en su primera carta a los tesalonicenses. Esta
carta es probablemente el texto más antiguo del Nuevo Testamento. Leyéndola
queda claro que una de las cuestiones que desde el principio preocuparon a los
cristianos es la de la resurrección de los muertos. Esta es una de las últimas
preguntas que le hicieron a Jesús y una de las principales preocupaciones de la
primera comunidad cristiana.
Los cristianos no se entristecen como los que no
tienen esperanza. Esta frase se puede entender de dos maneras: 1) que, ante la
muerte, los cristianos no se entristecen porque tienen esperanza; y 2) que hay
dos modos de estar tristes: se puede estar tristes sin esperanza y estarlo con
esperanza. Esta segunda lectura del texto a los tesalonicenses en probablemente
más realista que la primera.
Ante la muerte los cristianos sentimos tristeza.
SÃ, y con toda razón, porque ninguna despedida es fácil, sobre todo las
despedidas de las personas amadas. Pero también estamos esperanzados. El motivo
de nuestra esperanza es nuestra fe en Cristo resucitado. Pues Cristo ha
resucitado no sólo para él, sino como el primero de una larga lista de
hermanos. Nuestra fe confiesa que Cristo ha resucitado y, como consecuencia,
que, unidos a él, también nosotros resucitaremos.
Hay dos motivos muy serios que sostienen nuestra
esperanza. El primero, Dios es misericordioso y nos ama, nos ama como no se
puede amar más, nos ama en nuestra debilidad, nos ama en nuestra realidad, no
nos trata como merecen nuestros pecados, nos trata según su gran amor. Y los
que se aman quieren estar juntos. Por eso, Dios que nos ama, quiere estar
siempre con nosotros, no nos abandona nunca. En el momento de la dificultad
está más presente que nunca. En el momento de la muerte allà está él.
El segundo motivo que sostiene nuestra esperanza
es el poder de Dios: Dios tiene poder para resucitar muertos; del mismo modo
que Dios nos ha dado la vida, por el mismo poder nos la sostiene; y por el
mismo poder transformará nuestra vida en una vida gloriosa cuando llegue el
momento de dejar este mundo.
Dios que nos ama, Dios que es todopoderoso, he
aquà las razones de nuestra esperanza. Este amor y este poder se manifestaron
en la resurrección de Cristo y se manifestarán en la resurrección de todos los
que son Cristo.
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