Nihil Obstat | MartÃn Gelabert Ballester, OP
Fidelidad y
perseverancia
Un reciente documento de la Santa Sede, dirigido a
las personas consagradas, lleva por tÃtulo: “El don de la fidelidad, la alegrÃa
de la perseverancia”. Las reflexiones centrales del documento valen para todos
los cristianos e incluso para todas las personas de buena voluntad. Hoy abundan
las infidelidades, en todos los estados de vida. Y la perseverancia no es
precisamente una virtud que esté de moda: todo pasa muy rápido y “dura mientras
dura”. Las cosas, y hasta las personas, son de “usar y tirar”. Nos cansamos
pronto, y enseguida necesitamos nuevos estÃmulos para no aburrirnos. Y, sin
embargo, la fidelidad es esencial en toda relación interpersonal.
El primero que es fiel es Dios. Bondad y fidelidad
caracterizan la naturaleza de Dios. La historia de la salvación es el relato de
una alianza entre Dios y su pueblo, una alianza constantemente rota por un
pueblo de “corazón duro” y constantemente mantenida por un Dios que no se
arrepiente de sus promesas, un Dios que sigue amando a pesar de las
infidelidades del pueblo. El libro de los salmos canta que la fidelidad del
Señor permanece de generación en generación. Cristo es la mejor manifestación
de la fidelidad de Dios (1 Tes 5,23-24) y, como “testigo fiel” (Heb 3,2), enseña
al ser humano la fidelidad, invitándole a ser fiel a la Palabra de Dios. Se
comprende asà que uno de los tÃtulos primitivos de los cristianos sea
precisamente “fieles” (Hech 10,45; Ef 1,1).
La perseverancia es una cualidad indispensable de
la fidelidad. El verdaderamente fiel lo es en toda ocasión. De ahà está
exhortación del tercer evangelio a los discÃpulos: “con vuestra perseverancia
salvaréis vuestras almas” (Lc 21,19). Jesús mismo, en el solemne contexto de la
cena pascual, alaba a los suyos con estas palabras: “vosotros sois los que
habéis perseverado conmigo en mis pruebas” (Lc 22,28). Precisamente los buenos
amigos son los que están a nuestro lado en los momentos difÃciles, no sólo en
la salud, sino también en la enfermedad; no sólo en las alegrÃas, sino también
en las penas. En la perseverancia se demuestra el amor auténtico.
El Concilio Vaticano II define la vida de los
consagrados por su perseverante y humilde fidelidad a la consagración (aunque
lo que dice es aplicable a todo cristiano): “el sagrado SÃnodo confirma y alaba
a los varones y mujeres, Hermanos y Hermanas que en los monasterios, o en las
escuelas y hospitales, o en las misiones, hermosean a la Esposa de Cristo con
la perseverante y humilde fidelidad a su consagración y prestan a todos los
hombres los más variados y generosos servicios” (Lumen Gentium, 46).
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