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    sábado, 14 de noviembre de 2020

    La amistad en comunidad

    Reflexiones | Carmen Herrero Martínez



    La amistad en comunidad

    “La amistad con Dios y la amistad con los demás son la misma cosa. No podemos separar la una de la otra” (Santa Teresa de Jesús). Al escribir esta reflexión sobre “la amistad en comunidad”, ante todo, me refiero a las comunidades femeninas, dado que la mujer tiene otro concepto y otra forma de vivir la amistad que el hombre. Ciertamente, la amistad en la comunidad masculina es tan necesaria como en la comunidad femenina, sin embargo, se expresa de diferente manera. He optado por utilizar el género masculino “amigo” porque me resulta mucho más amplio que referirme únicamente a “amiga”.

    “Un amigo fiel es un refugio seguro, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio y su valor es incalculable” (Eclo 6, 14-15). Ciertamente que tener amigos es tener un tesoro. Jesús, a los suyos los llamó amigos. “Yo os llamo amigos” (Jn 15,15). La amistad es un don de Dios, cierto, pero un don no para esconderlo en la tierra, por miedo, como hizo el de los talentos del evangelio (Lc 25,25); sino para avivar el ingenio y hacerlo germinar y fructificar. La amistad se cultiva, la amistad requiere cuidados esmerados si realmente queremos que haya una continuidad. La lealtad y la fidelidad, unidos al mutuo desvelo y entrega, son el “precio” del tesoro de la amistad.

    En un mundo, tan deshumanizado y comercializado, donde únicamente cuenta el poder, el tener y el placer inmediato, ¿será posible vivir la amistad como don? Y me atrevo a plantear: esta amistad, ¿es posible vivirla en las comunidades de vida consagrada y compartirla con los laicos que nos rodean?

    Los seres humanos, para crecer en armonía y sano equilibrio psicológico y espiritual, necesitamos la amistad; y más todavía en un mundo tan individualista, agresivo y depresivo como el que estamos construyendo, con hogares inestables y rupturas familiares. Las nuevas vocaciones, en general, vienen de este ambiente social, con muchas carencias y heridas afectivas. Ofrecer espacios fraternos donde se vive la amistad como don y acogida mutua, es ofrecer espacios de sanación, de equilibrio sicológico y afectivo que motiva a la entrega generosa, radical y gozosa en el seguimiento de Cristo y en el amor a la comunidad.

    Estamos llamados a crear una cultura de amistad y de relación; no solamente en la comunidad en la que vivimos, sino más allá, cultivando esta amistad también con las personas con las que colaboramos en el campo de la evangelización. En nuestros días, comunidades religiosas y comunidades laicas -con un mismo carisma-, suelen trabajar juntas y esto es una riqueza mutua y una complementariedad. En nuestra sociedad actual urge crear una cultura de relación, de verdadera amistad y de ayuda mutua entre religiosas, religiosos y laicos. Esto nos dará una cierta credibilidad de nuestra vocación en el seguimiento de Cristo.

    Veamos algunas ideas sobre la gratuidad de la amistad y sus beneficios; intentemos hacerlas propias y atrevámonos a enumerar muchas otras.

    ·        La verdadera amistad es aquella en la que los amigos se ayudan a vivir su identidad propia en su estado de vida y carisma; desde el respeto, el cariño y la aceptación del otro, desde lo que cada uno es, piensa, cree y vive.

    ·        La verdadera amistad es aquella que ayuda a crecer, a madurar, a caminar en libertad y seguridad desde su propia identidad, respetando siempre la identidad del otro. El respeto es esencial en la amistad.

    ·        La amistad es la puerta abierta del “hogar”, donde se puede entrar libremente, depositar tu “fardo”, descansar al lado del amigo y, reconfortado, emprender el camino con las fuerzas renovadas y aliviado de peso. Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estéis cansados y yo os aliviaré” (Mt 11,28). ¡Bella imagen de la amistad!

    ·        La amistad alivia de muchos pesares. Jesús, nuestro mejor amigo, es quien une a los amigos entre sí y nos da este valioso ejemplo.

    ·        La amistad es un abrazo sincero, entrañable, leal y cariñoso que te transmite paz y serenidad.

    ·        La amistad es una mano cálida, siempre abierta y tendida para acariciar y consolar en los momentos difíciles de la vida.


    ·        La amistad es:

    o   una mirada diáfana, penetrante que comprende, anima y vivifica.

    o   una sonrisa que alienta, comunica vida y alegría.

    o   una empatía que se une tanto a tu sufrimiento como a tus gozos.

    o   un encuentro sincero en el que puedo ser yo mismo, sin careta

    o   una palabra que anima y alienta desde el amor y la verdad.

    o   una felicitación, un aplauso, que estimula, da seguridad y confianza en uno mismo.

    La amistad que no se alegra con los logros del amigo, no podemos decir que es una verdadera amistad, algo falla. Pues si importante es unirte al amigo en momentos de sufrimiento, mucho más lo es en momentos de triunfo, de alegría. Este momento es esencial para conocer tus verdaderas amistades, las que realmente hacen suyas tus propias alegrías y se gozan contigo, se pueden contar como verdaderas amistades.

    La amistad es admiración profunda y discreta del amigo, de la amiga. Todos tenemos algo que admirar en el otro. La admiración es una forma de amistad, de cariño al otro.

    La amistad es una fiesta

    La amistad también es corrección, realizada desde el amor y el deseo del crecimiento humano y espiritual del amigo. La verdadera amistad debe llevarnos a la reflexión y a cuestionarnos con la finalidad de caminar en verdad.

    La verdadera amistad en la comunidad lleva el sello humano y espiritual, ambos aspectos enriquecen la amistad y la completan. Quedarse tan solo en uno de esos aspectos no sería una amistad real ni duradera.

    Dar y recibir, dos verbos que construyen toda relación de amistad, porque la amistad tiene que ser recíproca y entre iguales. Entre amigos no hay diferencia de categorías sociales.

    La verdadera amistad es entrega, un darse sin exigir nada a cambio, un don recíproco sin interés egoísta ni cálculos mercantiles. Eso sí, la amistad requiere un desvelo mutuo, y si ese desvelo no se da, la amistad, que un día fue profunda, puede terminar por debilitarse, incluso extinguirse, perderse. La amistad es un amor fiel, discreto, trasparente y sencillo, como una cristalina fuente que entrega el agua fresca al caminante sediento sin retenerlo para sí. Amistad, gratuidad y libertad siempre van de la mano. El amor más puro y leal es el amor de la amistad.

    La verdadera amistad no tiene precio, ¡es gratuidad! ¡Corre tras ella! y ¡Cultívala!

    Estas son algunas pinceladas sobre la amistad que pueden ayudarnos en nuestra vivencia comunitaria. ¡Qué maravilla si en nuestras comunidades viviésemos la amistad como don mutuo, como un valor que no tiene precio y todas, afanosas, nos dispusiéramos a cultivarlo!

    En general, en las comunidades religiosas no es donde más se cultiva la verdadera amistad. Ciertos miedos y formaciones equivocadas nos paralizan y nos asustan. Desde mi experiencia, me atrevo a afirmar que la amistad ayuda a vivir las relaciones fraternas con más generosidad, alegría y profundidad evangélica.

    Como diría Teresa a sus hijas: “Aquí todas han de ser amigas, todas se han de querer, todas se han de amar, todas se han de ayudar” (Camino 4,7). Este es el espíritu de amistad que debería reinar en nuestras comunidades femeninas y masculinas.

    Pierre-Marie Delfieux afirmaba “No te contentes con llamarte hermano, hermana de todos: sé también amigo de cada uno. Haz que cada hermano, hermana sea un amigo, aunque no sea tu amigo único. (Col 3,12). A esto nos invita Cristo cuando ya no nos llama siervos, sino amigos. (Jn 15,15; Lc 12,4). La verdadera amistad nos realiza, nos libera, nos fortalece, nos hace crecer (Eclo 6,14-17). Por el contrario, la amistad demasiado natural o particular nos empequeñece, nos divide, nos oscurece. Cultiva la primera y guárdate firmemente de la segunda” («Pierre-Marie Delfieux» Libro de vida de las Fraternidades Monásticas de Jerusalén. Publicado en español con el título: “Un Camino Monástico en la Ciudad”nº 11.pg 24. Ediciones Narcea). La amistad más profunda y más humana es la amistad espiritual. Tenemos el testimonio de varios santos que han vivido esta profunda amistad…

    Lo que se debe rechazar con firmeza son los amiguismos, puesen ellos suele anidar la crítica y la división dela comunidad. Por el contrario, atrevámonos a cultivar la amistad que lleva a la verdadera realización humana y espiritual, a construir comunidades evangélicas que irradien la alegría de la vida fraterna. Justamente, el voto de virginidad nos conduce a la plenitud del amor; porque ya no amamos con nuestro pequeño amor sino con el amor de Cristo que es nuestro primer Amigo, y en él todos nos convertimos en amigos. De esta amistad cristológica se alimenta toda amistad evangélica que es fecunda, alegra el corazón y ensancha el espíritu. Esta amistad es la que realmente debería reinar en nuestras comunidades. Atrevámonos, pues, a cultivar la amistad, ella será un testimonio y una gran fuerza evangelizadora, una atracción para las nuevas vocaciones. Como dice Carlos de Foucault: “Evangelizar a través de la amistad”. Tengamos la seguridad de que la amistad evangeliza por ella misma. “Mirad como se aman”. Este es el testimonio que la vida religiosa está llamada a dar en el contexto actual que nos toca vivir. “La amistad es tan verdadera y tan vital que en el mundo no se puede desear nada más santo y ventajoso” (San Agustín).

    CARMEN HERRERO MARTÍNEZ, Fraternidad Monástica de Jerusalén, soeurcarmen@gmail.com
    (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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